Revolución en la montaña

Melike Yasar está en Buenos Aires para dar a conocer una experiencia revolucionaria: ese laboratorio social de democracia directa, feminista y ecológica que está teniendo lugar en la Rojava (Kurdistán sirio). También, para dar a conocer la persecución sistemática del gobierno turco hacia sus representantes políticos y hacia todo el pueblo kurdo, pero especialmente hacia las mujeres.

En las pocas imágenes que circulan de ese batallón femenino se las ve abrazando el fusil, sonrientes, espléndidas y maquilladas en el campo de batalla. Una simplificación para la foto. Las mujeres son fundamentales para la pata armada de ese proceso revolucionario pero son apenas un diez por ciento las que combaten en la primera línea de fuego contra el Estado Islámico y para defender la soberanía de los territorios ancestrales arrebatados a los Estados nacionales. El resto hace un trabajo intelectual, ocupa espacios de poder (donde más que cupo, hay un 50/50), piensa alternativas para seguir dando forma a lo que desde 2013 es el Confederalismo Democrático, una organización social casi mítica pero muy real que supieron construir en plena guerra civil siria.

La razón de mi vida

No le gusta hablar de su vida personal porque eso, según Melike, distrae la atención del movimiento al que representa. Desde los dieciséis años es parte del Movimiento Mujeres de Kurdistán. Lleva casi la mitad de su vida ahí: “Estoy también en el Congreso Nacional de Kurdistán. Es una vida consagrada a eso. Hoy nosotras despertamos cierta simpatía entre los pueblos. Las mujeres kurdas estamos luchando contra el Estado Islámico y a la vez contra el Estado Turco. Somos un espejo posible en el que las mujeres de todo Medio Oriente pueden mirarse y tomar experiencias. Somos un ejemplo ahora, pero empezamos ayer. El destino del pueblo kurdo cambió en 1978 con el surgimiento del Partido de Trabajadores de Kurdistán (PKK), que quería lograr un Estado independiente, la liberación de la nación kurda. Por primera vez en la historia de Medio Oriente las mujeres empiezan a participar dentro de un movimiento de estas características. En principio eran universitarias pero pronto se suman otros sectores. En ese entonces estaba prohibida nuestra lengua, nombrar a Kurdistán, vivir la cultura kurda.”

-¿Te acordás algo de esa época?

-Mi abuela tenía casetes de música kurda escondidos. Mi familia se mudó a Alemania cuando yo tenía cinco años. Estando ahí aprendí a hablar kurdo y era muy difícil para mí adaptarme a que, cuando en las vacaciones volvíamos a Kurdistán, ya no podíamos hablar más en esa lengua. En los 80 en Kurdistán ésas eran preguntas que los niños nos hacíamos frecuentemente. No eran sólo preguntas de chicos: la influencia del Mayo francés llega a Turquía. También las resonancias de las revoluciones en Cuba y Nicaragua. Ahí surge clandestinamente el PKK para plantear el tema kurdo dentro de este clima revolucionario.

-¿Cómo se insertan las mujeres en esa historia?

-Desde los 80 se acercan mujeres a la lucha. Sakine Cansiz, cofundadora del PKK -junto a Abdullah Öcalan-, quien fue asesinada junto a otras dos compañeras en París en 2013 por los servicios de inteligencia turcos, era para nosotras historia viva. Ahora estamos traduciendo su libro al español. En los 80 en Turquía se da un segundo golpe militar (el primero había sido en los 70) principalmente contra el PKK, que para ese entonces tenía mucho respaldo en el pueblo. Muchos líderes del PKK fueron encarcelados y Sakine se convirtió en un símbolo de resistencia dentro de la cárcel. Las familias nombran “Sakine” a sus hijas. En los 90 las mujeres se vuelcan masivamente a la lucha. Toman el protagonismo y movilizan a otras. La sociedad no aceptó esto de un día para el otro. Que ellas fueran al frente, en la guerrilla, era demasiado.

-Y a la vez los 90 fueron tiempos especialmente oscuros para los kurdos.

-En los 90 empiezan a salir algunas mujeres a luchar en la montaña y la OTAN apoya a Turquía contra los kurdos. Los civiles también luchan. En los 90 se da la fase de la resistencia. El Estado turco bombardea a civiles de los distintos poblados de kurdos. Por el fuego los kurdos se ven obligados a dejar sus pueblos y trasladarse a las metrópolis de Turquía. Era una forma de asimilación forzosa. Diecisiete mil personas desaparecen. En 1999 Öcalan, nuestro líder ideológico, fue detenido y encarcelado.

-¿Cómo se da el viraje de la causa nacionalista a una propuesta anarquista?

-Las mujeres tuvieron que ver con eso. Desde un principio se hablaba de “Estado Kurdo” pero también de antiimperialismo y socialismo. Parecía que el primer paso era conseguir tener un Estado propio en un territorio propio. Sin embargo, Öcalan decía: “si queremos una sociedad libre, ¿cómo puede lograrse algo así sin la liberación de las mujeres? Antes que un Estado nacional, queremos una sociedad libre. El Estado reproduce todas las formas de opresión. Öcalan junto a las mujeres de la montaña definieron que antes de la clase trabajadora hay una opresión anterior: la clase de las mujeres. Las mujeres crean su propio ejército en 1995.

-¿Por qué formar un ejército de mujeres independiente del de los hombres?  

-Tenemos que encontrar un modo propio de organizarnos. Pensar acciones militares es un modo. Durante algún tiempo era una vergüenza que tu hija estuviera armada luchando contra el Estado turco. Las mujeres crean sus propias unidades de autodefensa y sus instituciones, su diario. Era un shock para los hombres, que decían que estaban de acuerdo con nuestra liberación. Pero ver a las mujeres armarse es pasar a otro nivel. Cuando estas mujeres empiezan a unirse al ejército de la montana empieza la paradoja: los hombres con los que se encontraban ahí tenían la misma mentalidad que su padre y su marido. Eran revolucionarios pero feudales. No te dejaban agarrar las armas: “Podés venir a la montaña conmigo pero las decisiones importantes las tomo yo”.

-¿Cómo logran ir trabajando sobre ellos?

-Öcalan pudo ver esto e instalar la idea de que las mujeres teníamos que luchar. Hoy miles de mujeres están participando de esta guerra en plena ebullición que estalla en cuatro territorios. Öcalan decía: tenemos que empezar una discusión feminista. Los hombres decían: no es momento, estamos en guerra. Pero supongamos que ganamos la lucha contra el Estado turco, ¿qué pasa con las mujeres? ¿hay que dejar ese asunto para después de la revolución, como ha sucedido en casi toda la Historia? Debimos cambiar las mentalidades de nuestros cuadros políticos.

-¿Cómo se hace?

-Es formación ideológica. Öcalan tuvo desde 1990 academias para los militantes. Para el movimiento nuestra gran arma es la crítica y la autocrítica. Se empieza difundir la idea: el socialismo real está viviendo en las montañas. Incluso se acercan para unirse a la lucha armada mujeres de otros países que se interesan por la causa kurda. La revolución sólo se podría dar a partir de la liberación de las mujeres. La lucha es contra el Estado con las armas, pero hay una lucha interior, hacia dentro del movimiento.

-¿Por qué son tan estrictos con que el militante kurdo dedique el cien por ciento de su vida a la causa?

-Supongo que muchas mujeres ven en eso una opción mejor. Al principio las opciones eran: ir a la montaña o quedarse en casa, sin poder estudiar ni saber nada del mundo. Era escapar de la sociedad feudal antes de que te mataran en nombre del honor o te casaran con un hombre de setenta años. Por otro lado, la dedicación exclusiva explica parte de nuestro éxito. El militante deja su vida privada para trabajar dentro del pueblo. No tiene casa, no tiene hijos. Va rotando por las casas de las familias. El movimiento lo financia y él o ella viven las veinticuatro horas para el movimiento.

-¿Cuáles son los referentes?

-Según los métodos de formación de Öcalan no habría que empezar con el marxismo y feminismo ortodoxos, sino con la historia de la Humanidad. La historia de cinco mil años de civilización es esencialmente la historia de la esclavización de las mujeres. La formación va de la crítica de la sociedad a la autocrítica de la personalidad. Se dan seminarios mixtos en los que se estudia el marxismo, el socialismo, Historia Universal, Virginia Woolf, Simone de Beauvoir, las feministas kurdas, las revoluciones de América Latina. Y aplico esas lecturas a mi vida, a nuestro pueblo, para combatir los restos de patriarcado que resisten en nuestras mentes. Obviamente después se vuelve a la montaña en otro estado.

-¿Cómo ves el movimiento de mujeres en Argentina?

-Hay una gran convocatoria, una enorme fuerza pero que parece manifestarse sólo en días específicos. Después veo discusiones muy pequeñas como: “nosotras no vamos a marchar con aquel bloque por tal cosa”. Sin unión es imposible cambiar nada. Incluso la crítica a las instituciones y las mujeres del movimiento que han sido “cooptadas” por las instituciones me parece que resta. Las instituciones son una arena donde luchar. Nosotras como integrantes del Movimiento de Mujeres de Kurdistán estamos en todos los partidos políticos, en todas las áreas. Es una opinión de afuera, pero es la sensación que tengo.

-¿No les generaba dudas que la gran referencia ideológica para el movimiento de mujeres kurdas fuera hombre?

-Si no hubiera sido por él, las mujeres kurdas hoy no podrían ni salir de sus casas. Cambió a los hombres y nos dio herramientas a las mujeres para ponernos al frente de esta revolución. Lo que más nos preguntábamos en 1999, cuando lo encarcelaron, era: ¿qué va a pasar ahora con nosotras? ¿Qué harán los hombres ahora que no está? Es a partir de esa falta que se construye el primer partido de mujeres, el Partido de las Mujeres Trabajadoras del Kurdistán.

-¿Por qué afirman que hoy la violencia contra las mujeres en la Rojava es prácticamente nula y cómo se llega a eso?

-El movimiento de mujeres se acerca a las casas de las familias, habla con ellas, ellas se sienten parte. La mujer del pueblo ya no está sola frente a la violencia de su marido. Las militantes del movimiento están en constante contacto con el pueblo. Las mujeres de la casa van a las asambleas. Hay un ojo puesto sobre los hombres que puedan mostrar actitudes violentas, porque esa violencia ya no queda más entre cuatro paredes.