Años después de la masacre, los yezidíes finalmente entierran a sus seres queridos + Fotos

Habían esperado años para enterrar los restos de sus maridos, hijos y hermanos. Acunando tierra fresca envuelta en banderas iraquíes, las mujeres yezidíes gritaban como si sus seres queridos aún pudieran oírlas.

El sábado, los restos de 103 víctimas, miembros de la minoría étnica yezidí, fueron devueltos a la aldea donde, siete años antes, ISIS los reunió y disparó contra ellos, arrojando sus cuerpos en fosas comunes. La masacre se convirtió en sinónimo de la campaña de genocidio del grupo contra la pequeña minoría religiosa.

Investigadores iraquíes e internacionales exhumaron los restos, incluido un cuerpo más devuelto en otro lugar del distrito de Sinjar (Shengal), en el norte de Irak, hace dos años, y los identificaron mediante pruebas de ADN.

La agotadora ceremonia de un día para enterrar a las 103 víctimas en Kojo fue un duro recordatorio del daño infligido a los yezidíes por ISIS, una tragedia que data de 2014 y que se ha visto agravada por años de negligencia del gobierno.

ISIS mató hasta 10.000 yezidíes y capturó a más de 6.000, la mayoría de ellas mujeres y niños, en lo que las Naciones Unidas y el Congreso han llamado una campaña genocida contra el grupo y otras minorías religiosas en Irak.

Después de que los sencillos ataúdes de madera fueran enterrados en Kojo el sábado, los familiares se arrojaron sobre las tumbas, con las mujeres tirándose del pelo, gritando de angustia y llamando a sus seres queridos, en un crescendo de dolor mezclado que se podía escuchar mucho más allá del borde del pueblo, ahora abandonado. Los voluntarios se hicieron presentes con camillas para llevar a los que se habían desmayado a una clínica móvil.

El duelo fue amplificado por el dolor colectivo por la pérdida de toda una comunidad, donde casi todos los hombres y niños mayores fueron asesinados. Se espera que la ceremonia del sábado se repita, mientras las Naciones Unidas y otras organizaciones revisan decenas de fosas comunes que aún no han sido exhumadas.

“¡Oh, mi hermanito, mi corazoncito!”, gritó una mujer. Otra, doblada por el dolor, recordó la ropa nueva que su esposo había comprado pocos días antes de que se lo llevaran y lo asesinaran.

“Mi hermano es un chico alto y guapo, esta tumba es demasiado corta para él”, sollozó otra mujer.

Otras tumbas quedaron desatendidas, con familias enteras de las víctimas asesinadas o aún desaparecidas.

La masacre ocurrió tres meses después de que ISIS tomara la ciudad de Mosul, en el norte de Irak, en 2014 y la declarara capital de su autoproclamado califato. Los combatientes de ISIS rodearon Kojo, una aldea agrícola a pocas millas de la montaña Sinjar. Algunos de los combatientes eran de las aldeas árabes musulmanas vecinas, con las que los yezidíes habían sido amigos durante años.

En ese sofocante día de agosto, los combatientes ordenaron a todos en el pueblo que se reunieran en la escuela local: las mujeres y los niños en el segundo piso y a los hombres en el primero. Muchas de las mujeres y niños escucharon los disparos que mataron a sus familiares.

Los combatientes separaron a mujeres que consideraban demasiado mayores para ser deseables y les dispararon en un pueblo vecino, y obligaron al resto de las mujeres y a muchas de las niñas a la esclavitud sexual.

Las fuerzas iraquíes respaldadas por Estados Unidos tardaron casi tres años en expulsar a ISIS de Irak y dos años más para que las fuerzas lideradas por Estados Unidos y los kurdos sirios recuperaran el último territorio de ISIS en Siria. Más de 2.000 yezidíes siguen desaparecidos.

La mayoría de los yezidíes de Sinjar, la patria tradicional del grupo, ahora viven en campamentos para personas desplazadas en la región del Kurdistán en Irak, esperando en la más absoluta pobreza la reconstrucción de sus hogares y aldeas. Una reciente ola de suicidios entre jóvenes yezidíes habla de la desesperación que enfrenta una comunidad destrozada por la masacre de ISIS y la posterior negligencia del gobierno.

Las agencias de ayuda dicen que el área donde viven los yezidíes todavía está llena de explosivos de la época del ISIS, controlada por grupos armados y desgarrada por divisiones entre los mismos yezidíes.

Los restos que fueron devueltos el sábado incluían a dos hermanos de la premio Nobel de la Paz, Nadia Murad, que sobrevivió a la esclavitud del ISIS.

Mientras los familiares hacían fila para llevar la larga fila de ataúdes a Kojo, Murad ocupó su lugar en el camino embarrado junto al ataúd de uno de sus hermanos. Otro hermano, Huzny, ayudó a llevar el ataúd con un brazo, rodeando a Murad con el otro.

“Tratamos de engañarnos a nosotros mismos para pensar que esto realmente no sucedió, para poder seguir con la vida”, dijo Murad más tarde en una entrevista.

Pero este fue un día para recordar. Los familiares de las víctimas, con los zapatos clavados en el barro frío y los rostros contorsionados por el dolor, llevaron los ataúdes en la larga caminata hasta la ciudad y los entregaron a una guardia de honor iraquí.

“Hoy hay un mensaje para todo el mundo: que el gobierno iraquí no puede proteger a sus minorías”, dijo el jeque Naif Jasso, que estaba esperando recibir los ataúdes de su hermano, el ex jefe de la aldea, y el resto de las víctimas, transportado desde una base militar cercana.

Jasso dijo que lo mismo se aplicaba al gobierno regional de Kurdistán, que había sido responsable de la seguridad en Sinjar hasta que las fuerzas del gobierno iraquí recuperaron el control, en 2017.

Aunque el gobierno regional ha dado refugio a los yezidíes que fueron desplazados de sus hogares, la mayoría se sienten traicionados por las fuerzas kurdas peshmerga, diciendo que habían instado a los aldeanos a quedarse, prometiendo protegerlos del ISIS.

En cambio, cuando se enfrentaron al inminente ataque de ISIS, las fuerzas kurdas se retiraron sin previo aviso, en lo que sus comandantes llamaron una “retirada táctica”, dejando a los yezidíes para que fueran masacrados (1).

Murad y otros temen que el descuido de la patria yezidí esté acabando con lo que comenzó ISIS. “Hay algunas señales claras de que esta comunidad podría desaparecer de su tierra natal y de Irak”, dijo.

“Más de 100.000 yezidíes han emigrado desde 2014 –agregó-. Hay comunidades enteras, pueblos en Sinjar, que están destruidos o abandonados”.

La mayoría de los yezidíes se han reasentado en Alemania, Canadá y Australia. Si bien Estados Unidos ha ayudado a financiar a los yezidíes en Irak, a través de ayuda para campamentos, proyectos de construcción e investigaciones de crímenes de ISIS, por ejemplo, la administración Trump aceptó a muy pocos yezidíes.

La ceremonia de entierro del sábado se había retrasado durante un año debido a la pandemia.

Horas antes de que llegaran los ataúdes en vehículos del ejército iraquí, cientos de residentes de la aldea se alineaban en la carretera detrás del alambre de púas colocado como barrera de seguridad. Las fuerzas de seguridad registraron a los visitantes masculinos, y las mujeres yezidíes revisaron las bolsas de las visitantes, e incluso sus cabellos en busca de explosivos u otras armas.

En los escalones de una casa de concreto en las afueras de la aldea, un grupo de mujeres quemaban incienso mientras los músicos del templo estaban parados para tocar antiguas canciones de duelo.

Uno de los principios de esta religión es que cuando los yezidíes mueren, reencarnan. Pero eso no ha aliviado el dolor de los sobrevivientes de la masacre.

De pie en el camino con ex vecinos, Elias Salih Qassim, un asistente médico, habló de lo que había sido de su familia de seis hermanos.

“Soy el único que sobrevivió”, dijo. Junto a sus hermanos, ISIS mató a su esposa y tres hijos, el más joven de 14 años, una de sus hermanas y tres sobrinos. Qassim estaba junto a dos de sus hermanos cuando les dispararon.

Salió arrastrándose de debajo de sus cuerpos, con heridas de bala en las piernas. Traumatizado, como miles de otros yezidíes, pasó los siguientes cuatro meses recuperándose en la región del Kurdistán, con solo el techo de concreto de un sitio de construcción como refugio.

Qassim dijo que una morgue de Bagdad contiene más de 200 cadáveres también sacados de fosas comunes y en espera de pruebas de ADN.

“Queremos que nos los entreguen rápidamente, de una vez, en lugar de reabrir nuestras heridas de vez en cuando”, afirmó.

En la aldea abandonada donde se llevó a cabo el entierro, los combatientes de ISIS habían pintado con aerosol “clínica islámica” en el centro de atención médica que dirigía Qassim. En otra pared de ladrillos, quedaba el contorno más tenue de una bandera de ISIS pintada en blanco y negro. La escuela donde fueron detenidos los aldeanos se ha convertido en un monumento, con los nombres y fotografías de los muertos. Es probable que nadie vuelva a vivir en Kojo.

El gobierno regional de Kurdistán, hasta hace dos años, había proporcionado fondos para ayudar a rescatar a mujeres y niños yezidíes que aún estaban cautivos. Pero ese dinero se agotó a medida que disminuyó la atención mundial a su difícil situación.

Abdullah Shrim, un apicultor yezidí a quien se le atribuye la organización del rescate de casi 400 yezidíes de ISIS a través de una red de contrabandistas en Siria, dijo que el dinero para tales esfuerzos de rescate se había agotado.

Agregó que está en contacto con 11 mujeres y niños que todavía están en manos de familias afiliadas a ISIS.

“Si hubiera apoyo, se podría hacer mucho más -expresó-. Pero debido a la falta de apoyo no podemos trabajar”.

Nota:

(1) Nota de KAL: Ante el retiro de los peshmerga de Sinjar, fue la guerrilla del PKK que llegó a la zona para abrir un camino humanitario para que los yezidíes pudieran escapar de ISIS. Este hecho conocido y registrado, pocas veces se nombra en artículos, ensayos y crónicas sobre lo sucedido en Sinjar.

FUENTE: Jane Arraf / Fotografías de Ivor Prickett / The New York Times / Traducción y edición: Kurdistán América Latina

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