¡Oh Alabado! ¡Todo sea por la integridad nacional! Así reza el esclavizado, desprovisto de toda razón, al servicio de los lascivos preceptos del Estado.
¡Oh! ¡Unámonos! Mientras en las postrimerías de los calabozos, tras el hierro de los barrotes, encerrad a vuestros hermanos y profanas a vuestras hermanas.
He aquí, a mi modo, el ejercicio práctico de la represión turca. He aquí, a su modo, la mentira sádica sobre la cual encubrís, unos entre otros, la lujuria desesperada de los ostentosos del poder que descuartizan a una nación alabando a Alá mientras auguran unidad contra el terrorismo.
Vosotros no padecéis lo que los kurdos. Una y otra vez os han desangrado, torturado, desaparecido, asesinado y mutilado. Una, y otra vez, tras cada viril estruendo se recogen los restos de hermanas y hermanos, enredando entre los brazos sus desgarradas pieles recubiertas por el polvo y la sangre ajena.
Tales fantasmas ocupaban el desespero, la angustia y el dolor, de Ahmad Salih Manasra quien con apenas 14 años fue descaradamente declarado terrorista por un tribunal israelí. El dolor inconmensurable que le ataba el pensamiento es el de haber visto violada a su madre, ultrajada a su hermana y atado de pies a su padre. Otro niño palestino, en cárcel israelí, que le da la espalda a vuestra humanidad. Un Handala levantando el peso de los muertos.
Las montañas aún florean, no se cansan de realizar su danza primaveral. En las postrimerías del Newroz (año nuevo kurdo) los narcisos florean. Aunque los hay de otoño.
Floreaba tras dos años de tormentos Kemal Kurkut, emergente de entre los gritos atrapados en el tiempo. Había sido víctima del terrorismo yihadista habilitado por el Estado turco y perpetrado por el Estado Islámico en Ankara ¿Quién puede ser el mismo tras recoger la carne fría del cuerpo vivo recientemente caluroso?
Kemal, atormentado por la angustia, ha sucumbido a la desazón. Las fuerzas represivas del Estado ocupante turco, fascista y genocida, le han frenado su andar en el retén interpuesto entre él y la comunidad kurda que festejaba el pasado 21 de marzo el Newroz. La boca de fuego del fusil tomó dirección a su cabeza, le deshonraron obligándole a desnudarse mientras torturaban con insultos la angustia en su mente alterada.
Abandonando el teatro de operaciones militares (porque seamos honestos, esto es un teatro militar con muchos actores, aunque pocos comediantes), exaltado, confundido por el horror pasado y el presente vivido, fue al encuentro de un cuchillo que terminara tal sufrimiento.
Vuelve a escena. Confronta a las decenas de hombres armados, con fusiles y tanquetas. De frente, con altiva dignidad. Empuña su cuchillo, pretendiendo recobrar la honra perdida en el abuso policial. Fue tarde. Las balas de fusilería son más rápidas que el metal trabajado.
Bajo el nombre de Dios se fusiló a un joven muchacho kurdo. Así, extrajudicialmente, se asesina en Turquía.
¿Cuál fue su crimen? No haber soportado su angustia ante los miles de cuerpos tendidos sobre suelo kurdo.
¿Cuál fue su crimen? Preguntaos. Ser un muchacho belicoso en medio de la cruzada privada de Erdogan.
¿Cuál fue su crimen? Ser de creencia aleví.
¿Cuál fue su crimen? Ser de origen kurdo.
¿Cuál fue su crimen? Ser de condición pobre.
En la fe aleví se cree que se vive mucho más allá de la muerte. Pero la zozobra de seguir viviendo cuando se es madre con un hijo muerto, es de inhumanidad.
En la fe aleví todas y todos somos iguales, profesar el respeto mutuo más allá del origen es una premisa indiscutible. Os respetan por ser turcos, os respetan por ser suníes, os respetan por ser personas.
Atestiguan los espectros que tras su muerte el olor a flores era penetrante y embriagante.
Por lo lejos, asomaba la corona de un nuevo narciso.
FUENTE: Alejandro Azadî/Kurdistán América Latina