Buscando una democracia significativa en Siria

Cuando era joven, de una familia cristiana siríaca, me crié en la autoritaria Siria de Al Assad padre, y luego Bashar Al Assad. Había escuchado de mi difunto padre sobre la democracia siria de los años treinta, cuarenta y cincuenta, pero estaba experimentando algo opuesto a la democracia en la Siria de los setenta.

Crecí sintiendo los miedos que un régimen opresivo inculca en todos sus súbditos. Además, sentí las divisiones sociales dentro de la sociedad siria, divisiones basadas en identidades religiosas, étnicas y sectarias. Anhelaba que desaparecieran estas divisiones entre los sirios y que la afirmación superficial del régimen de que la sociedad siria está unida, sea reemplazada por una conexión real y profunda de todos los grupos identitarios.

Cuando estalló la revolución siria, en marzo de 2011, era el director de la Organización Siria de Derechos Humanos (OSDH), con sede en Damasco. Como organización, seguimos de cerca las manifestaciones e informamos sobre ellas. Escuché atentamente las demandas de la gente que arriesgaba su vida y se manifestaba en las calles. Pidían libertad, dignidad y la unidad del pueblo sirio. Para mí, fue un sueño hecho realidad y comencé a preguntarme ¿cómo sería el sistema político que traduzca estas aspiraciones en una realidad viva? En la superficie, los grupos de oposición política parecían estar de acuerdo en cómo sería un sistema así, pero en realidad no lo hicieron. Y me propuse la misión de reconciliar las diferencias entre estos grupos.

Con otro colega, comencé a hablar con los líderes de los distintos grupos de oposición. Buscábamos impulsar la formación de un consejo en Damasco entre los grupos de oposición. Estuvimos cerca de tener éxito. El 4 de septiembre de 2011, los líderes de los dos principales grupos de oposición acordaron reunirse a las 12 de la noche para firmar un acuerdo como base de colaboración. Tenía la esperanza de que este acuerdo ayudaría a unificar a la oposición y proporcionaría un paraguas político para el levantamiento en la calle.

Ese día, una llamada telefónica me despertó a las 6 de la mañana. Me enteré de los detalles de un colega que reveló, sin duda alguna, que tenía que huir de inmediato o arriesgarme a ser arrestado.

Deslicé mi computadora portátil en mi bolso. Di un beso de despedida a mis hijos. “Si alguien te dice algo malo sobre tu padre, nunca le creas”, les dije. Y salí por la ruta más rápida que pude.

Afortunadamente, salí de Siria sin incidentes.

El acuerdo que se suponía iba a ser firmado entre los grupos de oposición sirios quedó sin firmar, y perdimos una oportunidad clave para unirnos contra la tiranía. Mi viaje para encontrar una democracia significativa en el levantamiento sirio acababa de comenzar.

Me encontré por primera vez con el Consejo Nacional Sirio cuando estaba exiliado en Estambul, en 2011 y 2012. Al principio, pensé que este consejo podría ser el comienzo de un gobierno en el exilio, que podría convertirse en una democracia, que incluyera los derechos de todos los sirios, incluidos los cristianos siríacos como yo, y podríamos satisfacer las demandas de libertad y dignidad de los manifestantes. Pero resultó que este consejo no iba exactamente en esa dirección.

La mayoría de los políticos que dirigían el consejo eran expatriados que no habían vivido en Siria desde la década de 1980, o antes. Estos políticos parecían querer un sistema similar a la Siria de la década de 1950. Muchos de ellos apoyaban a los grupos de la Hermandad Musulmana, que querían basar su sistema en ciertos principios religiosos. Nadie quería usar la palabra “secular” en nuestros documentos, y los grupos comunistas involucrados concedieron el secularismo a los Hermanos Musulmanes. Quedó claro que el consejo no apoyaba a un gobierno secular.

Empecé a plantear preguntas sobre religión en reuniones y debates. Pregunté cómo debería ser realmente la Siria del futuro y cuál sería el papel de la religión en ese país. Le pregunté a los Hermanos Musulmanes, a los comunistas, a los nacionalistas árabes. Nadie quiso articularlo, pero pude ver hacia dónde íbamos. La mayoría de las manifestaciones pacíficas se habían detenido y la revolución se había convertido en una contienda armada, en la que los grupos armados de oposición se sentaron en los tribunales de la Sharia en las ciudades que llegaron a controlar. 

Los grupos armados de oposición estaban llevando la revolución siria hacia un Estado religioso, y al grupo más grande del Consejo Nacional Sirio, los Hermanos Musulmanes, no parecía importarle la militarización. Pensé para mis adentros que esto no es lo que querían los manifestantes en Siria, y definitivamente no es lo que yo quería o soñaba. No nos dirigíamos a una verdadera democracia significativa, sino, en el mejor de los casos, a alguna forma de flasa democracia.

El consejo finalmente apoyó al “Ejército Libre Sirio”, que ahora es el llamado “Ejército Nacional Sirio”, respaldado por Turquía y otros estados árabes del Golfo. Una vez más, supe que tenía que buscar la democracia en otra parte, y que necesitábamos definir la democracia. La democracia no se trata solo de elecciones, y la libertad no es solo la ausencia de opresión estatal. La democracia y la libertad están entrelazadas con los derechos individuales y colectivos: los derechos humanos.

Cuando comencé a imaginar un sistema que respaldaría la democracia, la libertad y los derechos humanos, empecé a buscar un modelo diferente. Mis ojos se volvieron hacia el norte y el este de Siria. Hay muchos cristianos siríacos, asirios, caldeos y otros que viven en armonía con los kurdos, árabes, yezidíes y otros pueblos en la región. Parecía que había esperanzas en la región de que los grupos se unieran pacíficamente, sobre la base del respeto por la diversidad religiosa y étnica, la libertad y la dignidad.

Ayudé a organizar talleres entre sirios del norte y este sobre cómo vivir juntos. Con la ayuda de un experto de una ONG estadounidense, exploramos cómo redactar un Contrato Social para un sistema que podría proteger la diversidad y los derechos individuales. Después de un taller, los miembros del Partido de la Unión Siria se comprometieron con el PYD, un partido político importante en el norte y este de Siria, en la redacción de un Contrato Social.

El Contrato Social que finalmente se redactó en el norte y el este de Siria articulaba las mejores partes de la democracia. Incluyó protecciones para los derechos individuales, los derechos de las mujeres, la libertad de religión y los derechos colectivos, como el derecho a aprender en el idioma nativo y el reconocimiento de la identidad de los grupos étnicos. Este se convirtió en el documento fundacional de la Administración Autónoma del Norte y Este de Siria (AANES), que ahora es el órgano de gobierno de un tercio del país.

El modelo democrático del norte y este de Siria apoya un principio innovador de inclusión: cada posición de poder está ocupada no solo por un individuo sino por dos, un hombre y una mujer, cada uno de diferentes afiliaciones étnicas o religiosas. Este modelo de inclusión radical ha llevado a la AANES a tener los niveles más altos de diversidad y participación de las mujeres en espacios gubernamentales a nivel mundial. Nuestros niveles de participación de las mujeres están a la par con los de países como Suecia y Noruega, famosos por la defensa de los derechos de las mujeres.

Apoyé con entusiasmo el modelo democrático del norte y este de Siria, y ahora sirvo como copresidente de la misión estadounidense del Consejo Democrático Sirio. Si bien la administración aún está afinando su modelo, estamos comprometidos con el verdadero espíritu de la democracia. Estamos comprometidos con lo que esos manifestantes pacíficos pedían en las calles en 2011: libertad y dignidad, y una unidad reflejada en un modelo político social de gobierno.

Pude regresar a Siria, viajando a Qamishlo, al norte y al este de Siria, en 2016. Crucé la frontera en automóvil y recorrí la carretera que atraviesa el norte y el este. Cuando nos acercábamos a Qamishlo, apareció a la vista el letrero que daba la bienvenida a los viajeros a la ciudad. Decía “Bienvenido a Qamishlo” en árabe, en kurdo y también en arameo. El arameo había sido prácticamente ilegalizado bajo el gobierno de Al Assad. Ahora, aquí estaba en un enorme letrero que daba la bienvenida a los viajeros a la ciudad.

Me invadió una oleada de emoción. Había salido de Damasco cinco años antes. Ahora venía a mi país de origen, pero finalmente me sentía como un país que en realidad era mi hogar. No solo eso, sino que se sentía como un país que respetaba a los cristianos siríacos como yo, respetaba la diversidad y la democracia.

Aquí estaban, por fin, los signos de la democracia significativa que estaba buscando.

FUENTE: Bassam Ishak (copresidente de la misión del Consejo Democrático Sirio en Estados Unidos) / Syrian Democratic Times / Traducción y edición: Kurdistán América Latina

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