El pequeño Aylan tiene una entrada en Wikipedia. Cinco años después de su muerte, la diminuta biografía de Aylan Kurdi (Siria, 4 de mayo de 2012-Turquía, 2 de septiembre de 2015) sigue siendo una de las más duras metáforas de la sociedad actual. En un mundo sembrado de violencia y morbo, la imagen del cadáver de este niño de 3 años se viralizó aquel septiembre de 2015. Internet y la globalización obraron la hazaña: tenemos permanentemente a la vista el horror, vivamos donde vivamos, si contamos con un ordenador o una tele.
De padres kurdos, el niño Aylan murió en una playa de Turquía. Su vida se detuvo a medio camino de la huida que emprendieron para salvarse, para salir de Siria y alcanzar Europa. Despertando con asombro a la realidad de la crisis de refugiados que estalló en 2015, el llamado Primer Mundo se indignó por haber permitido la muerte de un niño.
Como George Floyd en 2020, Aylan murió de asfixia hace 5 años. Víctimas de una guerra inacabable, a su lado también fallecieron su hermano de 5 años y su madre. Solo el padre de la familia sobrevivió al naufragio del bote en el que cruzaban el mar.
La cultura del espectáculo, que nos ha acostumbrado a contemplar tragedias como la de Aylan casi sin asustarnos, volvió mundialmente identificable el cuerpo sin vida del niño de Siria. La falta de solidaridad real se había encargado, primero, de que no lograse llegar a Grecia de una manera segura. Y nosotros hicimos el resto: dejar de hablar de Aylan.
Un lustro después, el drama de los refugiados continúa en nuestras costas, aunque no se perciba demasiado en la prensa. Los gobiernos, siempre pretendiendo controlar los medios de comunicación, la economía y los flujos migratorios, no han evitado que unas vidas valgan más que las demás. Occidente continúa recibiendo con alambradas a familias como la de Aylan, que siguen dejando sus países de origen en busca de supervivencia y paz. ¿Cuántos niños han muerto, desde entonces, en condiciones similares a las suyas? Del Mediterráneo a California, al menos hoy el planeta debería volver a recordar a Aylan. Un ciudadano con derechos, un niño con futuro, que no tuvo nada de eso. Tal vez en esa playa turca siempre vaya a perdurar esa esperanza imposible con la que sus padres trataron de salvarle.
FUENTE: Lucía López Alonso / Religión Digital