A principios de este mes, se conoció la noticia de que Abdullah Öcalan, líder encarcelado del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), había recibido a sus abogados, en su primera reunión de este tipo en ocho años.
En su primera comunicación importante desde la ruptura a mediados de 2015 del proceso de paz entre el PKK y el Estado turco, Öcalan emitió una declaración en la que pedía una solución negociada al conflicto sirio, instando a las Fuerzas Democráticas de Siria (FDS), lideradas por los kurdos, a acometer la diplomacia y al trabajo por la unidad siria.
La relevancia de esta declaración para la política de Estados Unidos se vio agravada por los eventos que ocurrieron justo antes y después de la publicación del mensaje. El 3 de mayo, el comandante de las FDS Mazlum Kobane dijo que Turquía y las fuerzas de autodefensa estaban participando en conversaciones indirectas. El 6 de mayo, horas después de que la declaración de Öcalan se hiciera pública, el consejo electoral de Turquía anuló los resultados de la votación de la alcaldía de Estambul del 31 de marzo pasado, que había sido ganada por la oposición principal (CHP), y dijo que la nueva elección sería el 23 de junio.
La secuencia de eventos dejó en claro los vínculos entre el conflicto en el noreste de Siria, y la lucha por la paz y la democracia en Turquía. El movimiento kurdo en ambos países lo ha comprendido durante años. Ahora, Estados Unidos parece estar ganando terreno, y puede tener la oportunidad de idear una solución que sirva a sus propios intereses, así como a los de Turquía, Siria y los kurdos.
Cuando el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció a principios de diciembre la retirada planificada de las tropas estadounidenses de Siria, el mayor riesgo inmediato era la posibilidad de un ataque turco contra las FDS. Cuando las FDS, respaldadas por Estados Unidos, arrinconaron al Estado Islámico (ISIS) en sus últimos bastiones en marzo, el ministro de Defensa turco, Hulusi Akar, amenazó con “enterrar” a los combatientes locales en Manbij, una ciudad al oeste del río Éufrates que ha demostrado ser una de las más importantes y prometedoras del modelo kurdo. El presidente Recep Tayyip Erdogan, por su parte, habló de devolver el noreste de Siria a sus “propietarios originales”. Esta es la misma amenaza codificada de limpieza étnica que emitió antes de que Turquía invadiera la región noroccidental siria de Afrin, desplazando a casi toda su comunidad kurda que llevaban siglos de antigüedad en el lugar.
Tal animosidad hacia las fuerzas que liberaron más territorio sirio de ISIS que cualquier otro actor en el conflicto, es una extensión del intento de Turquía de encontrar una solución militar a la cuestión kurda. Los kurdos representan alrededor del 18 por ciento de la población de Turquía. Durante casi un siglo, han enfrentado masacres, desplazamientos forzados, la prohibición de su idioma y la negación de su identidad. Los mayores abusos autoritarios cometidos por los sucesivos gobiernos turcos siempre apuntaron a los kurdos, en un patrón que se ha repetido con la represión de Erdogan, con decenas de políticos kurdos encarcelados y millones de sus votantes privados de sus derechos, mucho antes de la cancelación de la elección de Estambul.
La hostilidad no se ha limitado a las fronteras de Turquía. Ankara, que considera a las FDS (y a sus unidades de protección popular principalmente kurdas, YPG/YPJ) como una extensión del PKK, ha visto desde hace mucho tiempo la perspectiva de la autonomía kurda en el noreste de Siria como una amenaza directa. Durante la batalla por Kobane, cuando las YPG tenían solo unos pocos edificios en la ciudad fronteriza sitiada, el personal militar turco retrocedió y observó cómo avanzaba ISIS. Brett McGurk, ex enviado de Estados Unidos a la coalición anti-ISIS, ha descrito detalladamente cómo Turquía apoyó a los grupos islamistas que atacan a Estados Unidos simplemente porque lucharon con las FDS.
Es esta contradicción la que llevó a la relación entre Estados Unidos y Turquía a su punto más bajo en décadas, y la que debe resolverse para restablecerla.
La mayoría de los expertos respaldan uno de los dos enfoques de este problema. El primero es la restauración de la alianza entre Estados Unidos y Turquía a expensas de las fuerzas democráticas y progresistas del país. Esto es, en el mejor de los casos, un retorno a una política fallida y, en el peor, un respaldo a una crisis humanitaria ampliada en Turquía y Siria. Un informe de 2018 del Departamento de Defensa de Estados Unidos, reveló que las anteriores operaciones militares turcas en el país reforzaron a ISIS y otros grupos terrorista, para contrarrestar directamente la estrategia estadounidense en el país.
Un contingente más pequeño exige una presencia permanente de Estados Unidos en Siria para proteger a las FDS y para cancelar las posibilidades de cooperación con Turquía. Esto va mucho más allá de las garantías que las FDS han solicitado y plantea la posibilidad de otra “guerra eterna” de Estados Unidos en Medio Oriente. Abandonar la posibilidad de una solución diplomática en un esfuerzo por prevenir la guerra es contraproducente.
Ninguno de estos enfoques es suficiente para resolver las crisis entrelazadas. El mejor curso de acción de Washington es intentar una hazaña diplomática cuidadosa y valiente, una que, si tiene éxito, terminará con una de las guerras más largas de la región y garantizará una estabilidad duradera. Un proceso de paz renovado en Turquía permitiría a las fuerzas estadounidenses retirarse de Siria sin temor a una mayor inestabilidad. También contribuiría a la democratización de Turquía, alejando al país del camino errático y autoritario que lo ha puesto en conflicto con sus aliados.
Si bien es ambicioso, esto ya no es una idea tan radical en los círculos políticos de Estados Unidos como podrían creer sus oponentes. En su informe provisional al Congreso publicado a principios de este mes, el Grupo de Estudio de Siria, una comisión de expertos elegida por un grupo bipartidista de legisladores, encontró que “la solución a largo plazo de las tensiones entre Turquía y las YPG es un proceso de paz renovado entre Turquía y el PKK”.
Los funcionarios de Estados Unidos ahora pueden dar varios pasos para hacer esto una realidad. El primero, que trae a Turquía y a las FDS a la mesa, ya está en marcha, según Mazlum Kobane. La historia reciente muestra que los esfuerzos hacia la paz en Turquía llevan directamente a la cooperación con los kurdos de Siria. Durante el proceso de paz 2013-2015 con el PKK, los mismos funcionarios kurdos de Siria, a los que las autoridades turcas ahora acosan en Europa, visitaron Turquía para conversar. En una muestra de buena voluntad mutua que parece impactante hoy en día, las YPG y las Fuerzas Armadas turcas incluso emprendieron una exitosa operación militar conjunta para recuperar la tumba de Suleyman Shah.
Esta vez, la cooperación podría moverse en la otra dirección. Los esfuerzos de Estados Unidos para mediar en Siria podrían, si tienen éxito, ampliarse para incluir una discusión de la situación dentro de Turquía. La confianza creada a través de las conversaciones en Siria podría permitir a ambas partes aceptar esta perspectiva.
A continuación, los funcionarios estadounidenses podrían pedir que se levante el aislamiento impuesto a Öcalan. En su nivel más básico, esto es simplemente pedirle a Turquía que implemente sus propias leyes nacionales y obligaciones internacionales de derechos humanos, las cuales prohíben el aislamiento prolongado y garantizan el derecho a la representación legal. Millones de kurdos en todo Medio Oriente consideran a Öcalan como su representante político, y su participación en un proceso de paz renovado será esencial, como lo fue en las negociaciones de 2013-2015. El ministro de Justicia turco, Abdulhamit Gul, ha declarado que la prohibición de la visita ya no está vigente y que los abogados de Öcalan pudieron celebrar una segunda reunión con él el 22 de mayo. Si bien no hay evidencia de un levantamiento completo del aislamiento, estos son pasos prometedores.
Finalmente, Estados Unidos debe empoderar a las fuerzas políticas y de la sociedad civil dentro de Turquía que durante mucho tiempo han presionado por la paz. Nueve miembros electos del parlamento del Partido Demócrata de los Pueblos (HDP), actualmente se encuentran en la cárcel simplemente porque apoyaron las negociaciones y la democratización. Si Estados Unidos quiere alentar a los kurdos y turcos a buscar una solución política a sus problemas, deben alentar al Estado turco a abrir un espacio legítimo para la política pro-kurda. Pedir la libertad de los presos políticos es un paso importante hacia este objetivo.
En una carta leída en las celebraciones de Newroz en 2013, Öcalan dijo que “era hora de que las armas se callaran y de que las ideas hablaran”. Después de ocho años devastadores de guerra en Siria y muchos más en Turquía, la idea de una paz basada en el pluralismo, la democracia, la justicia y la igualdad de derechos debe hablar con fuerza a millones de personas en ambos países y, esta vez, puede generar un ruido suficiente para que Estados Unidos escuche.
FUENTE: Giran Ozcan / Ahval / Traducción y edición: Kurdistán América Latina