De España a Rojava: Consideraciones para la revolución en el siglo XXI

El 19 de julio de cada año coinciden dos de los procesos revolucionarios más interesantes de la historia moderna: las revoluciones de España de 1926 y Rojava de 2012. Ambas experiencias, salvando las diferencias temporales y políticas, se desarrollaron en medio de cruentas guerras civiles, planteando problemas claves a considerar en todo proceso revolucionario, tales como la cuestión del poder y la relación con el Estado, la organización de la defensa y el ataque, la política económica, etc. Este texto, sin enfrascarse en la crítica purista a ambas experiencias, desde la deriva burocrática de la cúpula anarcosindicalista española o la alianza táctico temporal entre la Federación Democrática del Norte de Siria con la coalición liderada por Estados Unidos, esbozará a medida de interrogantes estos aportes; considerando que cualquier posible respuesta solo puede ser sostenida en medio de la experiencia y el desarrollo de una corriente revolucionaria dirigida y protagonizada por el pueblo.

Estado y poder

En este punto, ningún militante sensato de izquierda puede considerar que el Estado y el poder son dos problemáticas aisladas; simplemente no se puede prescindir de ambas. El reduccionismo izquierdista ha tendido a simplificar las cosas, apelando bien a que la toma del aparato estatal basta y sobra, o que la organización social por sí misma, sin la creación de ningún mecanismo delegativo-representativo e institucional, es suficiente para sostener una revolución.

El Estado como una herramienta de dominación de clase es debilitado por la emergencia de otras formas de poder que comparten su área de influencia. Controlándolas política, territorial y administrativamente, no pierden su carácter de clase por sí mismo, sino es hasta cuando el proceso revolucionario ha copado la totalidad del territorio y derrotado a la clase dominante, como a sus aparatos e instituciones reaccionarias, reemplazándolas por instituciones bajo control popular, así como asumiendo las funciones del Estado que estaban secuestradas por la clase dominante.

Un proceso revolucionario, habiendo derrotado al Estado (o en vías de hacerlo), no puede dejar que el carácter de clase dominante de éste continúe, por lo que debe prescindir del “viejo Estado”. Inaugurando otro sistema hasta donde sus fuerzas lo permitan, de lo contrario deberá “dialogar” con el adversario sin abandonar los fusiles.

La derrota de la República española tiene sus orígenes no solo en el idealismo anarcosindicalista respecto al Estado, sino también en su política de alianzas dentro del bando republicano, la geopolítica del momento, los intereses en curso de la URSS y la Alemania nazi, etc. La ambigüedad dentro de la cúpula de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), pese a la fuerza y capacidad militar que disponía, no le permitió convertirse en la fuerza principal y rectora de la revolución. León Trotsky bromearía sobre el estoicismo anarquista más adelante, capitulando ante el bando fascista, y en consecuencia, inclinando la balanza a favor de Alemania en aquel entonces. En cuanto a la experiencia revolucionaria española, las colectividades libertarias fueron órganos de poder importantes gestionados por la clase trabajadora, sin embargo, la absorción de la cúpula anarcosindicalista al Estado republicano significó la desviación del proceso: primero ganar la guerra y luego hacer la revolución. Sería esta misma cúpula quien tache de incontrolados y reprima a los sectores revolucionarios de base y medios de la CNT, siendo en buena medida cómplices de la derrota.

En el caso de los kurdos, partiendo de que el interés de la Federación Democrática del Norte de Siria no es construir un Estado, han tenido que dialogar con Damasco con las armas en el frente, sin la interlocución de Occidente o de ninguna de las otras fuerzas que intervienen en la guerra civil siria desde 2011. Por lo que su política en torno al Estado, profundizando el protagonismo de las comunas y los consejos, se ha limitado a plantear la convivencia soberana de su proyecto. Este hecho representa varios problemas, partiendo del interés declarado del Estado sirio por reclamar los territorios del norte del país, mientras que la FDNS mantiene en todo momento la premisa de la autodefensa como garantía de los territorios recuperados tras la derrota del Estado Islámico este año. El proceso revolucionario de Rojava se mantendrá siempre y cuando, tal como lo expresa el Movimiento de Liberación Kurdo, el carácter autoritario del Estado sirio sea transformado por la constitución de una nación democrática organizada en torno al Confederalismo Democrático.

La organización de la defensa y el ataque

Una revolución implica también organizar las fuerzas para la defensa y el ataque: tanto durante el alzamiento militar español así como en el desarrollo de la guerra civil siria en Rojava, se conformaron unidades de autodefensa integradas por milicianos y milicianas populares. En un inicio, débilmente armados con fusiles ligeros y lanzacohetes, ambas experiencias llegaron a constituir importantes unidades militares organizadas en detalle, constituyendo un referente en torno a la organización y el método de la autodefensa en nuestros días.

Radicalmente diferentes a los ejércitos profesionales, es decir, aquellos que se caracterizan por ser autoritarios y verticales, las unidades de autodefensa se organizaron en torno a ejes como la igualdad entre hombres y mujeres, el carácter político y social de las unidades, los valores revolucionarios, etc.

Las columnas anarquistas españolas que marchaban al frente estaban casi íntegramente constituidas por voluntarios, principalmente trabajadores, de igual forma que las unidades de protección kurdas. Además, existía un gran componente de voluntarios y voluntarias internacionales. De ambas experiencias resalta, sobre todo, la creación de dos organizaciones exclusivas de mujeres: Mujeres Libres y las Unidades de Protección de las Mujeres (YPJ), respectivamente.

Organizar la economía para la revolución

El contexto de una guerra implica que la economía adquiere similares características a las del conflicto armado, de allí que estas experiencias en esta materia hayan sido caracterizadas como economías de guerra. Líneas arriba hacíamos referencia a la creación de colectividades, consejos y comunas en ambas experiencias como motores económicos. Sin embargo, no habíamos advertido las dificultades y las grandes tareas que esto representa, pues no solo se trata de que la gestión, la producción, y la distribución esté conducida por quienes intervienen en el proceso productivo, sino también por la creación de canales de consumo que satisfagan las necesidades más inmediatas de la población, a la par de la creación de un paradigma ecológico social, en donde la producción no sea más una extensión de la modernidad capitalista y su racionalidad depredadora.

A la constitución de espacios colectivos pequeños, medianos y grandes de producción, deviene también la crítica al sistema de propiedad, elemento clave en el capitalismo. Por lo tanto, organizar un sistema de producción comunitario, en ambas experiencias representa la creación de una nueva forma de abordar el trabajo, el tiempo libre y el disfrute de la vida, así como las organizaciones de las que clásicamente, en teoría, la clase trabajadora se ha servido para luchar por sus intereses, los sindicatos. A diferencia del caso español, los sindicatos en Rojava son minúsculos, no existe una industria como en su momento representaba el proletariado catalán. Más bien se tratan de comunidades, villas, ciudades -medianas y grandes- que conservan un acervo comerciante y comunal, por lo que la apuesta de una economía colectiva ha adquirido matices propios a partir de la gestión de los recursos y la administración pública mediante el control popular, sea por asambleas o consejos abiertos. En este punto, lo que en América Latina reconocemos como poder popular, se constituye en el eje transversal que sostiene el proceso organizativo, partiendo de la premisa de la liberación de las mujeres, columna vertebral del proceso revolucionario.

Finalmente, cabe señalar que, si bien ambos procesos coinciden en varios aspectos, es menester de lxs revolucionarixs pensar, organizar y actuar conforme cada contexto; mal haríamos en hacer “calco y copia” de estos. Los aportes que nos brindan deben ser analizados a partir de la experiencia práctica y la acumulación de fuerza que podamos desarrollar en medio del pueblo, sin olvidar que esta pelea es contra el Estado burgués, el capitalismo, y el patriarcado.

FUENTE: Revista Crisis