“El Covid-19 no es una amenaza para Jinwar, un pueblo que se ha empoderado para resistir”

Rojava (Kurdistán Oeste o Kurdistán sirio), oficialmente nombrada como la Administración Autónoma del Norte y Este de Siria (AANES), arrojó luz al mundo, estableciendo un proyecto democrático, ecológico y por la liberación de las mujeres. Nacida en el año 2011, al inicio de la terrible e interminable guerra de Siria, esta confederación, en palabras del antropólogo recientemente fallecido David Graeber, “es uno de los pocos puntos brillantes que emergieron de la tragedia de la revolución siria, y a pesar de la hostilidad de casi todos sus vecinos. Rojava no sólo ha mantenido su independencia, sino que es un notable experimento democrático”.

Tiene como uno de sus pilares esenciales el respeto por la pluralidad nacional, la expresión multicultural y religiosa, ya que en este territorio conviven desde hace cientos de años múltiples grupos religiosos y étnicos, y bajo los diferentes regímenes no todos los pueblos y confesiones han tenido siempre el derecho de expresar su identidad libremente.

Debido a uno de estos principios ideológicos, inspirados en la visión del ecólogo social y anarquista Murray Bookchin, se adoptó un “municipalismo libertario”. Esta organización se basa en comunas y asambleas, donde las personas se autoorganizan, deciden sobre sus propias vidas y tratan de hacer política desde la base: trabajando para su comunidad y adoptando el lema de la cooperación frente al individualismo o la competitividad, como la verdadera forma de organización de la sociedad.

Podríamos decir que en los últimos años Rojava ha recorrido un trazado más democrático y respetuoso que muchos estados europeos. Uno de los ejemplos lo tenemos en la organización de sus instituciones, ya que éstas deben estar formadas obligatoriamente por un hombre y una mujer de diferente etnia. Así, cada organismo tiene una cuota de género equitativa y una cuota para minorías étnicas. Las mujeres ocupan el pilar central de la revolución y, como tal, lideran los espacios políticos y públicos, están presentes en los medios de comunicación, tienen su propia fuerza militar autónoma (las famosas YPJ), se organizan en un sistema paralelo autónomo, toman la palabra y aplican sus propias decisiones estratégicas.

De estas subversivas propuestas surgió la creación de Jinwar, un pueblo inaugurado hace dos años por y para la autosuficiencia de las mujeres. Éste fue posible gracias al trabajo colectivo de decenas de asociaciones, organizaciones de defensa de derechos de las mujeres, la cooperación entre la administración autónoma de Rojava y las agrupaciones feministas. Es un lugar formado por una convivencia en la que reine la paz, el amor y la comprensión.

La infraestructura del pueblo se basa en productos y materiales naturales que no dañan el medio ambiente, como la tierra, el adobe, el forraje y la madera. Además de utilizar maneras alternativas para obtener la electricidad, como la energía renovable, principalmente la solar, también producen una agricultura y ganadería ecológica con la que autoabastecerse y alimentar a la población, además de otras prácticas de recuperación de antiguas costumbres y tradiciones de la sociedad vinculadas a la mujer, como la producción de bisutería y decoración. En la aldea hay otros trazados que se añaden a esta idea: una cocina comunitaria, una escuela para las criaturas que lo habitan, una academia, una granja con 50 terneros y 50 ovejas, un museo y una clínica que pone en práctica la revolucionaria Jîneolojî.

Jineolojî propone un nuevo análisis bajo una perspectiva femenina. Es el resultado de un proceso dialéctico para responder a las contradicciones y los problemas de la sociedad moderna en los diferentes campos: economía, salud, educación, ecología, demografía, ética y estética. Si bien las ciencias sociales se han ocupado de estos temas, Jineolojî considera que continúan estando influenciadas por la ideología hegemónica imperante, distorsionando las relaciones entre mujeres y hombres.

Otro de las ideas más innovadores gira en torno al campo de la salud y la medicina. En marzo de este mismo año, se ponía en funcionamiento la clínica Sifajîn dentro de la aldea de Jinwar. “Sifa” es curación y “Jîn” es mujer, en kurdo. Esta clínica es para mujeres y criaturas, niños y niñas, y los hombres sólo son atendidos en caso de situación de salud urgente, o bien si son ancianos. La clínica es tanto para Jinwar como para los pueblos de los alrededores, que son unos 22.

En AraInfo hemos conversado con una de las integrantes de la clínica de la que forma parte en la actualidad (cuyo nombre en kurdo es Merî) para saber cómo han vivido estos últimos meses la pandemia, el último lastre social para un pueblo que no se rinde bajo la admonición de guerra constante.

Una de las primeras preguntas con las que abordar la entrevista es acerca de los casos interceptados de Covid-19 en el poblado: “En Jinwar no tenemos constancia de que haya habido, pero lo cierto es que nos están enviando testar a los casos graves, personas con sintomatología compatible. También se testan a su círculo cercano. No podemos asegurar que haya habido positivos, porque ha habido alguna mujer que ha tenido resfriados y se han tomado las medidas preventivas al no saber si era Covid o no”, comenta Merî.

Hasta la fecha, casi 1.000 mujeres han sido atendidas. “Hemos valorado muy positivamente el hecho de que la clínica se haya creado antes de que se diera el estado de alerta porque, de repente, cuando la población no se podía mover para ir al hospital, porque las carreteras estaban cerradas, de forma preventiva podían venir a nuestra clínica si era necesario. Evidentemente, tomando todas las medidas sanitarias, lavar las manos antes de entrar, mascarillas y limpieza constante de toda la clínica”.

Merî es médica y ha estado presente en todo el proceso de organización, apertura y primeros meses de trabajo de la clínica, y durante todo el tiempo ha estado viviendo en el pueblo como una habitante más. Ante mi curiosidad sobre qué le llevó hasta allí, me responde que “llevaba muchos años luchando por una sociedad libre y estaba en un momento en el que la esperanza era escasa para poder construir algo diferente. Mi experiencia allí me ha demostrado que sí que lo es; poniendo a las mujeres al frente, con voluntad, creyendo en ello todos y todas juntas. El Movimiento de Liberación del Kurdistán ha construido toda una ideología que da sentido y significado a la vida de nuevo”.

La clínica Sifajîn de Jinwar

Y es que esta clínica no es un centro sanitario común, sino que se basa en unos pilares excepcionales que comulgan con la filosofía de Jineolojî: “El objetivo de Sifajîn es un objetivo político y como parte de Jineolojî, tiene la estrategia de crear una sociedad democrática, ecológica y de mujeres libres, que es el objetivo de la Revolución que se está llevando. La perspectiva de salud es lo que se llama Salud Natural, que sería el estado de salud que habría si no hubiera un sistema de dominación. Por lo tanto, todas aquellas estrategias, procesos terapéuticos y organización sanitaria van dirigidos a construir esa sociedad que queremos a nivel práctico y teórico, y tanto a nivel de procesos terapéuticos como de análisis”.

Por otro lado, nuestros sistemas hegemónicos de salud de los que hoy gozamos fueron creados por hombres, empresas y monopolios de industrias farmacéuticas. El panorama actual obedece a los intereses del mercado y van en detrimento del medio ambiente. En consecuencia, dan lugar a sujetos alienados de sus cuerpos y mentes con el objetivo de que sean fuerza para la producción, dependientes del Estado para el cuidado de su salud y terminan por experimentarla como un objeto más de consumo.

“La propuesta de Sifajîn se sostiene en cinco patas”, explica Merî: “Una es la atención médica donde se mezclan medicina natural y convencional. Hasta ahora, la medicina natural que se está practicando está basada sobre todo en hierbas medicinales, masajes, y terapias con ejercicio físico como stretching, ejercicios de rehabilitación, ya que son los conocimientos que tienen las mujeres que están trabajando ahora mismo ahí. Si vienen nuevas mujeres con nuevos conocimientos esta parte se ampliará obviamente”.

Y continúa: “La segunda pata de la disciplina clínica es el de la educación y concienciación. El objetivo es devolver a las mujeres los conocimientos sobre la salud. Y digo devolver porque las mujeres éramos en la Antigüedad las que teníamos el rol de sanar en las comunidades en las que vivíamos hasta la caza de brujas, momento en que se expropió este conocimiento y se puso en manos de los hombres, con la creación de la profesión de médico masculina. Entonces se trata de formar y cambiar la perspectiva sobre la salud, porque actualmente está al servicio del sistema capitalista y con una base patriarcal. Pretendemos hacer este proceso educativo mediante la atención que damos, la forma de relacionarnos, el enfoque del proceso terapéutico, las discusiones que surgen entre nosotras pero también mediante seminarios, que se pueden hacer en el pueblo o bien vamos a otras comunidades, en función de lo que nos demanden”.

La tercera pata, explica Merî, es que Sifajîn pretende ser una academia para formar profesionales de la salud: “Obviamente aún no está oficializada, esto va poco a poco, pero lo cierto es que necesitamos a mujeres que tengan conocimientos de enfermería y medicina, porque el sistema sanitario está allí básicamente en manos de los hombres. Hay muchas profesionales formándose, médicos que en un par de años acabarán la Universidad que ha sido creada durante la Revolución. Hay una compañera que tiene conocimientos sobre medicina natural y hierbas naturales desde más de 20 años, estoy yo que soy médica, y una comadrona. Pero el resto de integrantes son mujeres jóvenes que no tenían conocimientos de salud. Tienen entre 16 y 21 años, son cinco chicas que están aprendiendo, trabajando y sobre la marcha van haciendo las formaciones oficiales específicas en las diferentes academias”.

Y para finalizar, apunta Merî, “las últimas patas de Sifajîn que consistirían en la fabricación de nuestras plantas medicinales, con su recolección y preparación; y la investigación o parte que se encarga de abarcar todos los conocimientos sobre medicina natural local que tienen las mujeres de los alrededores, ampliar sus usos, etc.”.

Covid-19 y patriarcado

El vínculo entre la ecología y el feminismo ya es algo muy presente en los países del norte. Una de sus acérrimas propulsoras, la antropóloga Yayo Herrero, defiende en sus intervenciones que el ecofeminismo tiene que ver con la pregunta de qué es lo que sostiene la vida, a lo que ella responde: “Somos seres radicalmente dependientes de un planeta tierra que tiene límites físicos y (…) no hay economía ni tecnología ni política ni sociedad sin naturaleza”. La Jineolojî recuerda mucho a las bases de este ecofeminismo, el cual concibe que debemos desfeminizar los cuidados y corresponsabilizar al conjunto social de la reproducción generacional de la vida de los seres humanos junto a las reivindicaciones del ecologismo.

Hablo con Merî de plantear esta crisis sanitaria como un efecto del sistema capitalista en el que vivimos. Ella se muestra a favor de esta idea: “Jineolojî opina que el coronavirus es el producto de la opresión que este sistema de dominación está llevando a cabo en todas las esferas de la vida, y con el coronavirus ha quedado clara la dominación sobre la naturaleza, la salud y sus consecuencias”.

Pero no sólo esto. También añade que “el Covid está siendo un medio que el sistema capitalista está utilizando para resucitarse a sí mismo. Antes de que el Covid explotara, estaba habiendo levantamientos populares alrededor de todo el mundo, la lucha de las mujeres estaba haciendo más ruido que nunca, y la mentalidad capitalista y fascista se estaba degradando. Con el Covid se convierte en una herramienta para paralizar a la población con todo el miedo que infunde a través del Estado, fragmentar la sociedad, tirar por los suelos los logros de las luchas de los y las migrantes, aumentar el poder de los lobbies empresariales, el control sobre la población de forma descarada, es decir, todo aquello que le va perfectamente al sistema capitalista de base patriarcal para poder seguir viviendo”.

La respuesta ante esto se puede ejemplificar en el camino que Jinwar ha trazado, porque “es la puesta en práctica de esa sociedad que reivindica el sistema político comunitario como alternativa, intentando construir su vida con sus principios y de forma autosuficiente y en armonía con la naturaleza. Sifajîn es la clínica que sigue esos preceptos, poniendo sus granitos desde el trabajo dentro de la salud”.

La provisión de materiales sanitarios es una cuestión inquietante, dado que la AANES no es un territorio reconocido como Estado por organizaciones gubernamentales oficiales, como la OMS y se niegan a dar ayuda sanitaria: “El material necesario para afrontar el Covid, la prevención y difusión nos llega por parte de ‘Heyvasor a Kurdistanê’ y el comité civil de salud, ambas estructuras locales. Sabemos que hay varias ONG’s internacionales trabajando en la zona, pero en nuestro caso el material nos llega de las estructuras locales. Sin embargo, sabemos que la OMS sí ha dado apoyo al gobierno central de Siria, al régimen de Bashar Al Assad”.

Otro de los puntos a resaltar por la médica es la actitud con la que la sociedad afrontó la pandemia: “En la AANES, antes de que empezara a haber casos y aún ahora que ya hay muchos casos de coronovirus, hay mucho la mentalidad de que el Covid no es una amenaza, porque han pasado tantas dificultades que el Covid no podrá con ellos y ellas. Son un pueblo afrontando todo el rato la muerte y se ha tenido que empoderar mucho para resistir, y ahora hay nuevos sujetos que ponen en peligro la vida, pero la sociedad reacciona igual: no va venir, aquí no hay…Y entonces todo el proceso de discutir con la población de que sí que hay, sí que puede venir, sí que hay poner medidas, porque defiéndete a ti para defender a tu sociedad a nivel de medidas preventivas…Todo ese proceso nosotras también pudimos poner energías en él al estar con nuestro trabajo”.

Amenazas de invasión añadidas

No podemos olvidarnos que la presión de la guerra por parte del ejército turco sigue presente. Rojava ha sufrido varios ataques en los últimos dos años. Los más cruentos abrieron fuego en marzo de 2018, cuando se llevó a cabo una invasión de la ciudad de Afrin, y en octubre de 2019, cuando Erdogan, el presidente turco, ordenó la invasión de Serêkanîye. Me intereso por conocer cómo está el ambiente de caldeado en estos momentos debido a tensiones bélicas.

“El ataque del Estado turco tiene varias formas. Por un lado, tenemos el ataque más militarizado con drones, minas antipersona, artillería pesada de diferentes tipos y calibres, utilizada por los mercenarios yihadistas que siguen órdenes del Estado turco, de hecho a 20 minutos de Jinwar empieza a haber pueblos que están en manos de estos mercenarios y hay una línea de frente. Nosotras, desde el pueblo, podemos escuchar los bombardeos y los sonidos de las diferentes armas utilizadas”.

Y prosigue: “Otro tipo de ataque es el corte de agua mediante el bloqueo de las presas que lo suministran a la región y, por tanto, también la electricidad, porque se producen centrales hidroeléctricas. También el embargo, sumado a esta Ley César que puso Estados Unidos hace unos meses y condena a las empresas o estados que hagan negocios con Siria, que está sumiendo a la región en una crisis muy importante. El cambio demográfico que se está llevando a cabo en las zonas ocupadas sustituyendo la población autóctona por población afín a sus ideas: familias de mentalidad pro Daesh digamos. Y, por supuesto, la guerra sobre las mujeres; todos los formatos de ataque mencionados hasta ahora las afecta especialmente, porque si hay un bombardeo las familias tienen que huir, dejar su casa si no hay agua o electricidad, y necesitan encontrar los alimentos para sobrevivir. Todo esto las afecta especialmente como cuidadoras, como sustentadoras de las unidades familiares, y además evidentemente el Estado turco y sus mercenarios están llevando a cabo violaciones y secuestros de mujeres constantemente, especialmente en las zonas ocupadas de Afrin, Serêkanîye y Girê Spî”.

Y para terminar “es la guerra psicológica llevada a cabo con constantes amenazas de una nueva invasión, la sombra que no cesa. Llegan informaciones a través de los medios de comunicación o del boca a boca, porque hay infiltrados del Estado turco que lo ponen en circulación y todo el rato está ahí la amenaza de que podría ocurrir en nuestro pueblo mismo”.

Vivir afrontando el día a día, sumado la condición de ser mujer, sobre un contexto pandémico, y junto con la intimidación constante de las hostilidades bélicas resulta abrumador. Sobre cómo afrontan su cotidianidad, Merî responde que “desde Jinwar trabajamos en avanzar en nuestra autosuficiencia, por ejemplo, a nivel del corte de agua y electricidad, ya que tenemos paneles solares y así lo solucionamos. Por suerte hay mucha agua subterránea. Respecto a la crisis económica, esta primavera y verano, a pesar del Covid, se ha plantado un huerto gigante, se han recolectado las verduras, se han preparado conservas diversas para para poder seguir consumiéndolo a lo largo del año. Para afrontar la guerra psicológica contra las mujeres en Jinwar, queremos conseguir tener una unión fuerte entre nosotras y entender que cada vez es más profunda y dotar a ese lugar de significado. Esa conciencia nos da la energía para resistir y sentirnos realizadas, y permite tener la cohesión y organización necesaria en el caso de que el pueblo sea atacado. Si hay un ataque militar, ellas quieren resistir el pueblo pero no es que las mujeres estén militarizadas, sino porque están arraigadas y porque se aman entre ellas y el lugar que están construyendo y, por tanto, quieren defenderlo”.

La violencia patriarcal sigue vigente

Por desgracia, a pesar de las admirables demandas que este pueblo unido ha logrado, las mujeres siguen enfrentando la violencia doméstica, los desplantes, desprecios y desaprobaciones. Hay nuevos problemas que se han acentuado en el escenario pandémico y con los que se deben lidiar más fuertemente: “El coronavirus es una enfermedad seria que afecta a la psicología de la gente y también ha influenciado aquí. El mundo se está volviendo más pequeño y estrecho y la gente se están alejados unos de otros, se vuelven extraños y la comunidad y su modo de vida se empequeñece. Afecta tanto a la psicología de las personas que su estado de ánimo disminuye y la mente se vuelve más débil cuando esta persona se siente sola. No es fácil cuando no se estrechan las manos o van separados por miedo a contagiarse”, me cuenta la doctora.

“No obstante, las puertas de Sifajîn siempre estaban abiertas y vimos que había mujeres que venían juntas porque necesitaban salir de sus casas, y más allá del problema de salud lo importante era estar en contacto con otras, compartir malestares que a veces tenían repercusión física, pero era sobre todo por un tema de tensión emocional, no sólo por el Covid sino por una situación constante: el peso de la casa, la familia, la comida, las dificultades económicas… La mujer es la que siente la responsabilidad sobre cómo sacar a la familia adelante, y además toda la violencia extra por tener al marido todo el rato ahí. Éramos y somos una vía de escape donde encontrar alianzas, espacios y nosotras estábamos ahí esperando si necesitaban cualquier cosa. Eso ha sido muy bonito e importante”, comentaba muy emocionada.

Pero en Jinwar la lucha no cesa porque son conscientes de que el acoso, la falta de comprensión y empatía siguen. “La mujer no era nadie, no tenía ni voz ni voto en este lugar, y hoy en día están en todas partes. Evidentemente en cada casa se dan contradicciones y hay patriarcado pero claro, necesita tiempo. La revolución de Rojava comenzó en 2012 y el sistema patriarcal tiene 5.000 años de edad. Ocho años no son nada para cambiar algo que está tan integrado en cada célula de todos y todas nosotras. A pesar de la revolución, la sociedad de Rojava sigue siendo en muchos niveles profundamente patriarcal aún, es normal. Para destruir esta mentalidad es necesaria toda una era, es algo muy profundo que forma parte de cada acto que hacemos, cada paso que damos, cada pensamiento que tenemos. Desde el primer día que se dio el giro en el paradigma kurdo y se dijo que las mujeres iban a ser la vanguardia y se crearon estructuras autónomas a todos los niveles, los hombres se resistieron. Pero también es cierto que cada vez hay más hombres que lo entienden y lo aceptan. Hay otros que lo aceptan y no lo entienden y otros que aún no lo aceptan”, comento con Merî.

Ante todo prima la ilusión, porque “Jinwar aún tiene un trabajo muy grande que hacer. Es algo realmente transgresor y radical. Hay muchas familias de las mujeres que han ido o que les gustaría ir allí que no lo aceptan. Hay otras familias que lo han hecho con el tiempo. Pero es algo en lucha aún, un trabajo muy grande que tienen que hacer de establecer esa conexión con el entorno, y hacer entender a la población por qué es necesario que un sitio así exista e ir abriendo ese camino. Si hay unión es posible, lo cual me da esperanzas”.

Sobre las nuevas propuestas en las que están trabajando, la doctora apunta que “este año plantamos verduras, lentejas y garbanzos que también beneficiaron a los vecinos y algunos productos los vendemos. Otro proyecto es la escuela Dakiya Ûveys y queremos coger algunas cosas para las clases como un laboratorio para los niños, posters con animales, un cuerpo humano, fotos de diferentes lugares del mundo y construir un recreo. Pretendemos instalar más paneles solares porque eso supone luz para nosotras. El arte y la cultura también son muy importantes en Jinwar y tenemos intención de desarrollar estas áreas ya sea cantando, haciendo poesía o contando historias. También queremos ver películas juntas e invitar a otras mujeres de los alrededores”.

Merî sentencia que “desde luego nuestro proyecto principal es la creación de seres humanos mejorando la vida de las mujeres y niños a través de la educación. Cada día es un aprendizaje y cada vez que una cuestión es desarrollada a lo largo del día, encontramos dificultades. Hablamos y discutimos sobre ello, lo llevamos al consejo en el que se realizan asambleas y así podemos resolverlo juntas, por ejemplo, si una mujer está enfadada por algo, o acaba de llegar al pueblo, o una madre cuyos hijos están enfermos, o ha llegado desde el exterior otro trabajo o una madre que tiene que dejar su familia. Por ello, los problemas de las mujeres no se convierten en problemas sino en un lugar en el que se encuentran soluciones en este respecto”.

El amor y el entendimiento son centrales

Para terminar una idea unificadora con la que enfatizar la esencia de este mágico lugar, y es que el amor de estas mujeres, parece ser el arma más poderosa que les vuelve firmes ante cualquier adversidad.

“Las mujeres están en cada una de las instituciones de la sociedad: en el frente, defendiendo la sociedad con armas, con instituciones sociales y políticas. Y son fuertes, se han convertido en un sujeto político muy fuerte porque están unidas mediante una organización explícita. Y realmente cuando una está allí, ve que es verdad que la revolución continua porque están allí las mujeres con su mentalidad, a pesar de ser de influencia patriarcal, la cual es completamente diferente a la de los hombres. Pero ponen al amor en el centro. Nunca me había sentido tan fuerte y tan unida a las mujeres y no sólo a las compañeras que militamos juntas sino a las mujeres en un sentido más vital, global y espiritual”, concluye Merî.

FUENTE: Mapi Anoro Vargas / AraInfo