El enemigo es el mismo

Los grupos del poder político-militar-financiero internacional y sus intereses mezquinos, inhumanos y sanguinarios, adoradores de lo material -territorio, dinero, propiedades- por sobre lo humano, vuelven a hacer de las suyas. Para ellos, la pandemia no es un freno, sino una nueva oportunidad de consolidar su dominio a escala planetaria.

Como siempre, utilizan distintas metodologías, actores, generan alianzas y situaciones a veces hasta contradictorias, pero todo sirve a un mismo y único objetivo: reproducir el capitalismo como sistema dominante, acrecentando su poder a costa del sometimiento de gran parte de la sociedad humana.

La disputa armenio-azerí y el conflicto de Artsaj (Karabaj) revisten a este mismo esquema, más allá de sus particularidades históricas, que vienen desde lo profundo de los siglos.

No es arriesgado afirmar que excepto al pueblo de Artsaj (Karabaj), a nadie le importa el derecho que le compete para autodeterminarse, tal cual lo hacen cientos de otros pueblos a lo largo y ancho del planeta.

Armenia, y una parte de los armenios, lamentablemente, sólo piensan en “recuperar territorios históricos”, en los que además compartieron sus vidas, alegrías y desgracias con hombres y mujeres de decenas de otras nacionalidades.

Azerbaiyán se desvive por “garantizar su soberanía territorial”, cosa que no pensó cuando se separó de la Unión Soviética.

Estados Unidos intenta aprovecharse del conflicto para asentar posiciones más cercanas a Irán y Rusia -sus eternos enemigos- y a una región en la viene guerreando y a la que viene saqueando desde hace décadas.

La Unión Europea trata de proteger su imagen “civilizadora y democrática”, dividiendo simpatías entre armenios (cristianos) y azerbaiyanos (musulmanes), pero lo único que privilegia es la defensa de sus empresas (intereses) en la región.

Rusia sigue allí, en la frontera armenio-turca y en la frontera armenio-iraní, y es un punto alto para la seguridad de Armenia y los armenios. Pero Vladimir Putin sigue vendiendo armas, protegiendo a Siria pero al mismo tiempo negociando con Erdogan, combatiendo a los terroristas de ISIS junto a los kurdos revolucionarios, pero los kurdos también combaten la tiranía de Erdogan y se defienden de Bashar Al Assad, pero como los rusos “están en otra”, acuerdan algunas cosas con los norteamericanos… Así juega su partida Rusia.

Y queda Turquía, la del fascista y autoproclamado nuevo Sultán Erdogan y su renovado proyecto neo-otomano. La que a fuerza de permanentes conflictos internos y externos, de persecución y represión a sus opositores, de agresión a países limítrofes, de apoyo a terroristas, de alianzas con las distintas mafias económicas que dominan el negocio del petróleo y los minerales de la región, logró transformarse en un actor de peso regional al que deben recurrir sí o sí quienes allí actúan, o intentan hacerlo.

La continuidad en el tiempo del conflicto de Karabaj es un gran negocio para todos, menos para el pueblo de Artsaj, que sólo quiere que se le reconozca su derecho a autodeterminarse, ese del cual goza desde hace casi tres décadas, gracias a la sangre vertida por sus hijos y a la decisión política de sus sucesivas autoridades.

Hace dos días atrás, el canciller turco Chavushoglu decía con respecto a los enfrentamientos en la frontera armenio-azerí: “Opte por la solución que opte Azerbaiyán en el tema de los territorios ocupados y en la cuestión de Karabaj, nosotros estaremos a su lado”. Cortita y al pie: si hay guerra, Turquía participa de la misma apoyando a Azerbaiyán.

Más osado fue el fascista Erdogan, que celebrando la reconversión de la antigua basílica de Santa Sofía de Estambul en mezquita, consideró que éste era el primer paso de un “renacimiento” islámico que debe abarcar desde Bujará, en Uzbekistán, a Al Andalus, en España.

“Mi felicitación de corazón a todas las ciudades que simbolizan esta civilización (islámica), desde Bujará a Al Andalus. Este renacimiento es nuestro deber desde Alp Arslan al sultán Mehmed II y a Abdul Hamid II”, dijo el autoproclamado Sultán.

Así están las cosas en esa porción del planeta Tierra, donde parece ser que los intereses de los poderosos grupos políticos-militares-financieros, defendidos a capa y espada por el imperialismo yanqui, el sionismo israelí, la oligarquía árabe y sus lacayos en cada país, siguen marcando la agenda.

Pero ahora, enfrente, tienen algunos actores de peso, que si bien aún de manera separada unos de los otros, resisten y dan batalla. El pueblo kurdo en los territorios que habitaron históricamente, el pueblo sirio en su país, los palestinos en la patria que quieren terminar de arrebatarles y los habitantes de Artsaj (Karabaj) allí donde quieren autodeterminarse, son algunos de quienes impiden que el plan de dominación termine de concretarse.

Es cuestión de entender que la causa de los pueblos es una sola y que por eso la lucha de los pueblos de Rojava (kurdos, asirios, armenios, árabes y otros) por su autodeterminación y la libertad para construir su sociedad socialista, en base al confederalismo democrático, no se diferencia de la lucha de los armenios en Artsaj ni de la de los palestinos, y mucho menos, de la de los pueblos de Turquía por acabar con el régimen fascista de Erdogan.

El enemigo, más allá de disputas internas entre sí, de hablar idiomas diferentes y de usar distinta vestimenta, es el mismo: el capitalismo, que se disfraza de imperialismo, sionismo, panturquismo, nacionalismo o fundamentalismo musulmán, según su conveniencia.

FUENTE: Adrián Lomlomdjian / Nor Sevan / Edición: Kurdistán América Latina