El régimen iraní y la pérdida de legitimidad

Mientras Sayyid Ebrahim Raisol-Sadati, conocido simplemente como Ebrahim Raisi, próximo presidente iraní, recibía las felicitaciones de Bashar Al Assad (Siria), Vladimir Putin (Rusia), Recep Tayyip Erdogan (Turquía), Imran Khan (Pakistán), así como de los líderes de Hamas, la Jihad Islámica y Hezbollah por su victoria en las elecciones realizadas el 18 de junio, la Secretaria General de Amnistía Internacional, Agnès Callamard, se sumaba a las voces condenatorias, tanto de la diáspora iraní como de grupos opositores organizados al interior del país, sobre Raisi debido a su vinculación con crímenes cometidos contra los derechos humanos como tortura, desaparición forzada así como el asesinato de disidentes y críticos políticos iraníes.

Si bien los resultados oficiales señalan una participación electoral de 49% (la más baja desde la revolución de 1979), asociaciones civiles y observadores electorales sostienen que el porcentaje de votación es aún menor (algunas fuentes colocándola en 10%), lo que refleja una profunda crisis del sistema político iraní y el éxito de la campaña de boicot.

David Romano y Paul Iddon, en su artículo “What does Ebrahim Raisi’s election victory mean for Iran and the world?”, ponen el dedo en la llaga al preguntarse sobre el futuro tanto del sistema electoral iraní como de Raisi, pues es indudable que la falta de legitimidad del sistema político iraní se ha agudizado en los últimos años, y pone en cuestionamiento las bases del sistema creado por el Ayatollah Khomeini en los primeros años de la República Islámica de Irán.

En dicho sistema político, se excluye estructuralmente a las minorías religiosas (un judío o cristiano no podrían competir por el cargo de presidente de su propio país), a mujeres y a activistas políticos críticos al régimen lo que, a ojos de amplios sectores sociales, deslegitima popularmente a instituciones clave del sistema entre ellas la del Líder Supremo, Presidente y el Consejo de Guardianes.

Usando un turbante negro, signo que lo identifica dentro del estamento religioso iraní como un Sayyid (descendiente del profeta Muhammad), Raisi nació hace 60 años en Mashhad, ciudad del noreste del país. Esta ciudad es famosa porque en ella está ubicado el santuario del imán Reza, octavo imán para los musulmanes chiitas, e ingresó en el seminario de Qom pocos años antes de la revolución iraní de 1979, que derrocó al dictador pro occidental Mohammad Reza Pahlavi y sentó las bases de la actual República Islámica, en la cual el estamento clerical, al cual pertenece Raisi, ha monopolizado los principales puestos del gobierno y la economía.

Ebrahim Raisi resulta una figura polémica y rechazada por mucho iraníes, quienes no olvidan su participación en la “comisión de la muerte”, establecida a los pocos meses del fin de la guerra entre Irán e Irak (1980-1988), la cual autorizó y validó las ejecuciones extrajudiciales de disidentes políticos en las temibles prisiones de Evin y Gohardasht.

Durante su larga carrera política, que incluye cargos como ministro de Justicia, ha ido cimentando una relación cercana con el Ayatollah Khamenei, el actual Líder Supremo que accedió al cargo después de la muerte del Ayatollah Khomeini, en 1989. Después de participar en la Asamblea de Expertos en 2006, Raisi sería designado Fiscal General de la nación en 2014, cargo que desempeñó hasta el 2016 cuando fue designado por el Líder Supremo como custodio del Astan-e Quds Razavi, un enorme y multimillonario fideicomiso de caridad, que administra el ya mencionado santuario del imán Reza y otras instituciones.

En esa posición, Raisi comandó activos por valor de miles de millones de dólares e hizo vínculos con la élite religiosa, comercial y política del país hasta que fue autorizado a presentarse como candidato presidencial, en 2017.

En esa ocasión, el vencedor fue Hassan Rouhani, el mismo que hoy cede el puesto a Raisi y que para muchos analistas significa la transición de una presidencia moderada a una de línea dura. Es ampliamente conocido en Irán que Raisi mantuvo una relación cercana con Qassem Soleimani, uno de los terroristas más notorios y quien dirigió las milicias paramilitares iraníes (La Guardia Revolucionaria) que intervienen en varios países del Medio Oriente, hasta su asesinato el 3 de enero de 2020 en un operativo de Estados Unidos. Ebrahim Raisi mantiene hasta el día de hoy vínculos con Hezbollah, la organización terrorista libanesa que recibe financiamiento y apoyo desde Irán.

Maryam Rajavi, la líder del Consejo Nacional de Resistencia en Irán (NCRI, por sus siglas en inglés) afirma que el boicot a escala nacional a las elecciones presidenciales demuestra que los iraníes desean terminar con la teocracia gobernante. Hay que recordar que la mayoría de los asesinados por la “comisión de la muerte” de 1988 y en la cual participó activamente Raisi, pertenecían a la Organización Mujahedin del Pueblo de Irán (MEK/PMOI), cuya ala política es el ya mencionado NCRI. El NCRI y otras organizaciones coordinadas con grupos de iraníes radicados en Europa y Estados Unidos filmaron, fotografiaron y difundieron internacionalmente por redes sociales imágenes de sitios de votación vacíos, marchas y protestas anti régimen.

El régimen se ocupó de preparar las elecciones de Irán 2021 y a través de estadísticas falsas e imágenes antiguas, intentó dar la sensación de una alta participación, sin embargo, a pesar de todos sus esfuerzos, los mismos medios estatales de comunicación reconocen la baja participación electoral, la menor en una elección presidencial.

La pobreza llegó a su récord en Irán

Hay claros signos de descontento y pesimismo en la sociedad iraní, que duda que haya opciones democráticas verdaderas para influir en el régimen. Si bien en el pasado la participación electoral fue considerable, las elecciones que llevan a Raisi a la presidencia (probablemente una etapa en su carrera hacia la sucesión del Ayatollah Khamenei), se dan en un contexto de frustración social ante la situación económica (40% de inflación, aumento del desempleo, casi cuatro millones de iraníes que se han sumado a la pobreza en los últimos dos años), y ante un sistema político cada vez menos representativo y que continúa con métodos represivos (Irán es junto a China los dos países que más ejecuciones realizan).

En ese contexto, la decisión de marginar a los reformistas y otros posibles candidatos no radicales -que de alguna manera daban estabilidad interna- y apostar por un presidente de línea dura como Raisi, puede significar que el régimen teme que presidentes reformistas podrían afectar la futura sucesión del Líder Supremo, el rol de Irán en Medio Oriente y el proceso de negociación en el tema nuclear.

El precio por pagar por colocar a Raisi en la presidencia es la pérdida de legitimidad, baja participación en los procesos electorales e incremento de la presión social a un régimen superado en muchos sentidos por su propia sociedad.

FUENTE: Manuel Ferez Gil / Informe Medio Oriente / Edición: Kurdistán América Latina

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