El riesgo de quiebra hídrica de Irán

In this Tuesday, July 10, 2018 photo, a woman and a boy walk on the dried up riverbed of the Zayandeh Roud river that no longer runs under the 400-year-old Si-o-seh Pol bridge, named for its 33 arches, in Isfahan, Iran. Farmers in central Iran are increasingly turning to protests, pleading to authorities for a solution as years of drought and government mismanagement of water destroy their livelihoods. (AP Photo/Vahid Salemi)

Este verano, a la vez que en distintas partes del mundo se registraban récords de temperatura, incendios y otros eventos extremos, en Irán murieron al menos ocho manifestantes en distintas protestas que reclamaban agua. Las movilizaciones ocurrieron principalmente en Juzestán, en el sudoeste del país, desde mediados de julio hasta las primeras semanas de agosto. Bautizadas por algunos medios opositores al sistema islámico como “el levantamiento de los sedientos”, estas protestas se extendieron a diferentes ciudades y fueron contestadas con violencia por las fuerzas de seguridad, al mismo tiempo que se endurecían las restricciones de movimiento con la excusa de la pandemia. La población que salió a la calle reivindicaba su cuota de agua, que denunció que había sido enviada de forma irregular al desierto central de Irán para abastecer a industrias y agricultura.

En un país semiárido o árido en un 90% de su superficie, con una precipitación media de 250 milímetros al año (bastante menos de la mitad que el promedio en España), el aumento de las temperaturas por el cambio climático en esta zona del mundo resulta trágico. Como destaca Mohammad Reza Peyrovan, catedrático del Instituto de Investigaciones del Suelo y el Agua, “un tercio del país corre el riesgo de convertirse en desierto”. Sin embargo, el caso del agua en Irán muestra también el riesgo de responsabilizar de todos los males al calentamiento del planeta, pues puede ocultar otras claves importantes. Así lo piensa Kaveh Madani, investigador de la Universidad de Yale y antiguo vicepresidente de la Organización de la Conservación del Medio Ambiente de Irán, que considera que la mala gestión de este recurso está llevando al país a una situación de “quiebra hídrica”. Para este experto ambiental, Irán no solo está utilizando más agua de la que se renueva anualmente de forma natural, sino también dilapidando sus reservas subterráneas.

La mayor parte de la población del altiplano iraní se concentra en las zonas del interior, lejos de las costas, usando históricamente los desiertos y las altas cordilleras como defensa natural ante las invasiones. En los últimos 50 años, y en especial tras la guerra contra Irak (1980-1988), también se ha desarrollado en el interior una industria basada fundamentalmente en petroquímicas, siderurgias y, de forma reciente, instalaciones nucleares, con unas necesidades de agua considerables. El traslado de este recurso a estas regiones más secas del centro del país, unido a olas de calor con temperaturas de más de 50 grados, el incremento de la evaporación de los embalses y el aumento de la salinidad de ríos como el Karun -el más caudaloso de Irán-, está detrás de la crisis que hizo estallar las protestas en Juzestán, al poner en peligro la supervivencia de los cultivos en esta región.

En una economía como la iraní tan dependiente de los hidrocarburos y de sus derivados petroquímicos, el sector agrícola representa apenas el 10% del PIB y genera empleos solo para el 17% de la población activa. Sin embargo, la ideología revolucionaria siempre ha buscado la autarquía alimentaria y las constantes sanciones han intensificado su importancia. Tanto es así que, como incide Seyed Ali Seyedzadeh, representante de la Compañía de Agua y Aguas Residuales de Irán, “el sector agrícola del país consume el 90% del agua, cuando debería ser el 30%”.

El jefe del Centro Nacional de la Sequía y la Gestión de agua del país, Ahad Vazifeh, es claro: “Según las estadísticas meteorológicas de los últimos 50 años, la temperatura de Irán ha subido 0,4 por década, muy por encima de la media global”. El calentamiento del planeta está cambiando ya el mundo que conocemos, pero aquí en Oriente Próximo la subida de las temperaturas pone en peligro el delicado equilibrio que hace posible la vida en unos territorios ya de partida en condiciones extremas. El complicado panorama que se abre en esta parte del mundo con el cambio climático debería obligar a extremar las precauciones con el uso del agua. Sin embargo, desde hace más de tres décadas los gobiernos de diferentes tendencias políticas han optado de forma unánime por desarrollar megaproyectos para trasladar el agua de las cuencas hidrográficas a las aglomeraciones urbanas e industriales del centro de Irán, ignorando las advertencias de los expertos de medio ambiente y desoyendo las protestas de los habitantes del sudoeste del país.

Grandes incendios

En los últimos años, más de 14.000 hectáreas de bosques iraníes han sido pasto de las llamas al año y los ecologistas advierten de que las cifras de 2021 serán mucho peores. No hay datos que muestren qué porcentaje se debe a la intervención humana, pero las olas de calor y su prolongación han intensificado este problema. La mayoría de estos incendios tienen lugar en los bosques de robles de los montes Zagros, donde se encuentran los nacimientos de los ríos más caudalosos de Irán que riegan las fértiles llanuras de Juzestán. Y de aquí parten las infraestructuras construidas para llevar el agua al interior del país, como los túneles de Langan o los de Kuhrang, del que se está construyendo ahora mismo una nueva ramificación que se espera concluir a finales de 2021.

Mientras tanto, en la región de Juzestán que clama por el agua, hace muchos años que el arroz se ha convertido en uno de los cultivos más rentables. El gobierno nunca lo ha autorizado, pero tampoco ha tomado medidas serias para impedirlo y ha ido ganando peso en la economía agrícola del sudoeste iraní. Con la falta de recursos para regar, este año muchas familias han perdido una de sus mayores fuentes de ingresos.

La caña de azúcar es otro cultivo polémico de la región, ya que requiere de grandes cantidades de agua y provoca también mucha contaminación. Desde hace unos años, ha dejado de ser rentable, los grandes complejos agroindustriales de caña de azúcar que llevan más de medio siglo de actividad ya son incapaces de pagarles el sueldo a los trabajadores, que han llevado a cabo muchas manifestaciones de protesta. Para Reza Hajikarim, miembro de la mesa directiva de la empresa Barfabriz, “al cultivar arroz y caña de azúcar en Juzestán hemos sobreexplotado los recursos de agua y hemos provocado la crisis hídrica de hoy”.

Al contrario que el arroz o la caña de azúcar, los palmerales de Juzestán llevan en la región más de 4.000 años, pero la caída del caudal de los ríos y el aumento de la salinidad debido al avance del agua del mar, en concreto en el golfo Pérsico, también están pasando factura a este símbolo agrícola. No solo se ha reducido la producción de dátiles, sino que cerca del 70% de los palmerales de Abadán, una de las áreas más importantes para este producto, está a punto de secarse. Esta planta es tan importante en la cultura iraní que en persa se denomina “nafar”, que significa “persona”.

La ganadería también se ha visto afectada por los problemas hídricos. Una de las fuentes de ingresos de los campesinos en Juzestán es la cría del búfalo de agua. Este bovino necesita sumergirse en aguas poco profundas para protegerse del calor. Durante los últimos meses, han muerto cerca de 140 búfalos de las 12.000 cabezas existentes por las altas temperaturas y la sequía. De hecho, durante las protestas de julio, los vídeos de los búfalos atrapados en charcos de lodo se convirtieron en virales, como muestra de la agonizante situación ecológica de la región.

Las autoridades no están sabiendo cómo enfrentarse a esta crisis hídrica. Si cambian el patrón de cultivo, temen que se incremente el desempleo. Y, si siguen con los modelos antiguos, la situación terminará por colapsar e intensificará la ola de migración ambiental hacia las grandes ciudades, aumentado los problemas de suministro de agua y electricidad.

FUENTE: Ali Falahi / El País

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