El testimonio de los kurdos expulsados de Afrin tras el asalto de Turquía

Areen y su clan temían no regresar nunca a Afrin, en el norte de Siria, cuando huyeron del asalto turco en enero. Seis meses después, esta familia kurda sigue en los pueblos cercanos junto a otros residentes de Afrin que abandonaron la ciudad cuando los conquistadores turcos y sus aliados árabes del FSA (Ejército Libre Sirio) entraron en ella, mandando al exilio a prácticamente toda la población.

Personas que proceden del otro extremo de Siria se mudaron recientemente a la casa de Areen y a las de sus familiares. Los pocos parientes que han podido regresar a Afrin en visitas fugaces cuentan que el número de recién llegados, todos árabes, crece cada semana. También, el resentimiento hacia los recién llegados y el temor de que los cambios constantes y el abandono de la ciudad presagien otro punto crítico en un conflicto que ya dura siete años.

Durante gran parte de la guerra siria, Afrin permaneció indemne y fue considerada un santuario para los refugiados. Ahora se ha convertido en el centro de una nueva fase del conflicto en la que las ambiciones de las potencias regionales han quedado al desnudo. La coexistencia entre árabes y kurdos, un delicado equilibrio durante décadas, se ve cada vez más amenazada.

En el pequeño enclave del noroeste de Siria se enfrentan los intereses de Turquía, Siria, Rusia y Estados Unidos. Los cuatro países compiten entre sí, aunque Ankara es la capital que más tiene en juego: su creciente influencia en la guerra tiene su base en Afrin y marcará el destino de sus habitantes.

La pica que Turquía ha puesto allí le ha permitido aumentar el control sobre su frontera cercana y su ventaja sobre el archienemigo Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), que desde Afrin proyectaba su influencia hacia Turquía. Pero en su campaña para derrocar a las milicias kurdas, Ankara ha sido acusada de orquestar secretamente un cambio demográfico que modificará el equilibrio de la población predominantemente kurda de Afrin hacia una población árabe en su mayor parte. Y, lo que es más importante para los líderes turcos, también los acusan de perseguir un cambio en la delimitación de los más de 800 kilómetros de frontera que tiene con Siria.

“Devolveremos Afrin a sus legítimos dueños”, dijo Recep Tayyip Erdoğan, el presidente turco, antes del asalto de enero.

Erdoğan hizo esa declaración después de que unos altos cargos estadounidenses dijeran que transformarían en una fuerza fronteriza permanente a la milicia kurda YPG, apoyada por Estados Unidos en su lucha contra el ISIS en el nordeste de Siria.

El anuncio enfureció a los líderes turcos. En Turquía llevaban tiempo temiendo que los kurdos de Siria aprovecharan el caos de la guerra para concretar sus ambiciones y trasladarse a la única parte de la frontera en la que aún no había kurdos, una zona de unos 100 kilómetros entre Afrin y el río Éufrates.

“No es la Afrin que conocemos”

Ankara niega que haya un intento de cambiar la demografía en Afrin y repite que su único objetivo es expulsar de la zona al PKK pero no a los kurdos que no estén afiliados a ese grupo armado.

Según un alto cargo turco, “el pueblo de Afrin no eligió vivir bajo el PKK”. “Al igual que ISIS, el PKK impuso por la fuerza una administración terrorista en la zona. Bajo esa administración, las facciones kurdas rivales fueron violentamente silenciadas. (La campaña militar) logró la expulsión de los terroristas de Afrin y permitió que la población local se gobernara a sí misma. La gran mayoría del nuevo consejo local está formada por kurdos y el presidente del consejo también es kurdo”.

Muchos de los que siguen sin poder regresar a Afrin se muestran escépticos, sobre todo porque no ha cesado la llegada de personas de otras partes de Siria. Tanto los exiliados como los nuevos pobladores confirmaron a The Guardian que muchos de los recién llegados a Afrin venían del barrio de Ghuta, en Damasco, donde la oposición al régimen de Bashar al-Asad se rindió en abril ante las fuerzas rusas y sirias y aceptó ser trasladada al norte de Siria.

Los locales kurdos que sí han regresado dicen que casi no pueden reconocer Afrin, entre los bandidos, milicianos y visitantes. “No es la Afrin que conocemos”, dice Areen, de 34 años. “Demasiadas caras extrañas, las empresas han sido compradas por los sirios, los nombres de las tiendas han cambiado y ahora son de Damasco, las propiedades han desaparecido. Nos sentimos como los palestinos. Al gobierno sirio no le podría importar menos la posibilidad de ayudarnos a recuperar nuestras propiedades. Ni siquiera nos ayudarán a regresar a Afrin. Queremos volver. No nos importa si nos gobiernan los kurdos, los turcos o Asad. Sólo queremos recuperar nuestra tierra”.

Según Salah Mohammed, de 40 años, también exiliado de Afrin, “están confiscando tierras, granjas, trigo, muebles. Ya nada es nuestro, somos nosotros contra sus armas. Es difícil regresar, tienes que demostrar que la propiedad es tuya y obtener pruebas y otros documentos casi imposibles de conseguir. Está claro que hay un cambio demográfico en marcha, muchos kurdos fueron desplazados forzosamente con el argumento de que estaban con el PKK cuando no era verdad. Apenas quedan kurdos en Afrin. Nadie nos ayuda a regresar”.

De acuerdo con otro residente de Afrin, Shiyar Khalil, de 32 años, “los kurdos que quieren regresar a su casa se las ven negras”. “Es innegable que hay un cambio demográfico, a los kurdos no se les permite regresar. Las mujeres deben ir con velo, los bares están cerrados… Es un intento deliberado de eliminar la cultura kurda”.

Umm Abdallah, de 25 años, una recién llegada de Ghuta, dice que algunos kurdos han regresado a Afrin pero que a los afiliados a las milicias se le ha negado la entrada. “En el último mes he visto a unos 300 kurdos regresar a Afrin con sus familias. La verdad, no sé en la casa de quién estoy viviendo pero todo está registrado en la comisaría”.

Según Abdallah, Afrin es una ciudad peligrosa y sin reglas, con las milicias árabes que Turquía empleó para el asalto tutelando la ciudad. “Los turcos intentan detener el saqueo, pero algunas milicias son terribles”, dijo. “Se meten con nosotros y con los kurdos, esto no es estable”.

Tanto la casa de Umm Abdallah como la de otro residente de Ghuta, Abu Khaled Abbas, de 23 años, fueron confiscadas por el régimen de Asad antes de su huida hacia el norte. “El ejército de Asad robó todo, incluso los fregaderos”, cuenta Abbas.

“Estas milicias no dejan a nadie en paz (en Afrin), ¿cómo crees que tratarán a los kurdos? Están pasando cosas terribles, asesinatos, acosos, violaciones y robos. Ellos creen que han liberado la tierra y que ahora les pertenece”.

FUENTE: Martin Chulov y Kareem Shaheen / The Guardian / eldiario.es / Traducción: Francisco de Zárate