El último genocidio yazidí

Corría el año 2014 y el Estado Islámico (EI) parecía imparable, conquistando cada vez más territorios de Medio Oriente. Caída la ciudad de Mosul, la más importante del norte de Irak, a comienzos de agosto se dirigieron hacia occidente, rumbo a Sinyar, que se encuentra al pie de las montañas del mismo nombre. 

En ese territorio habitaban 500 mil de los cerca de un millón de yazidíes que existen en el mundo. Étnicamente kurdos pero que se diferencian por practicar una religión propia que se remonta al 2000 a.C., fueron perseguidos por sus creencias durante siglos.

El último genocidio yazidí

Corría el año 2014 y el Estado Islámico (EI) parecía imparable, conquistando cada vez más territorios de Medio Oriente. Caída la ciudad de Mosul, la más importante del norte de Irak, a comienzos de agosto se dirigieron hacia occidente, rumbo a Sinyar que se encuentra al pie de las montañas del mismo nombre. 

En ese territorio habitaban 500 mil de los cerca de un millón de yazidíes que existen en el mundo. Étnicamente kurdos pero que se diferencian por practicar una religión propia que se remonta al 2000 a.C., fueron perseguidos por sus creencias durante siglos.

Las tropas del EI, que profesaban una versión radical y extrema del Islam sunita, ingresaron a la ciudad de Sinyar durante la madrugada del 3 de agosto y durante los días que siguieron masacraron a todos los varones mayores de 14 años y convirtieron en esclavas sexuales a las mujeres. Se estima que entre cinco mil y once mil personas fueron asesinadas o desaparecidas, cerca de siete mil mujeres esclavizadas y alrededor de 300 mil se vieron obligadas a abandonar sus hogares.

Existen versiones encontradas, pero la gran mayoría de los yazidíes aseguran que los Peshmerga -la fuerza militar kurda- que protegía la ciudad, se retiró sin informar a los habitantes, dejándolos a merced de la organización terrorista.

Casi sin armas y ante el avance del EI, alrededor de 50 mil yazidíes se refugiaron en las montañas de Sinyar, al norte de la ciudad, ya que las rutas estaban controladas por las fuerzas agresoras. Con 50 grados centígrados de temperatura y casi sin suministros resistieron en lo que antiguamente fue también refugio de sus ancestros.

Si bien la Coalición Internacional liderada por Estados Unidos les hizo llegar algunos suministros mediante helicópteros, estos fueron insuficientes. Por eso, tras diez días de resistencia, entraron en acción las Unidades de Protección Popular y las Unidades de Protección Femeninas (YPG e YPJ, respectivamente) de la región kurda de Rojava, en Siria.

Estas organizaciones, vinculadas al Partido de Trabajadores del Kurdistán (PKK) de Turquía, de tendencia marxista, lograron abrir un corredor hacia territorio sirio.

Con camionetas, camiones y hasta tractores comenzaron una complicada evacuación que fue apoyada por la Coalición Internacional que bombardeó posiciones del EI permitiendo la retirada.

Sin embargo, al sur de las montañas las masacres continuaron. Una de las más trágicas fue la que se llevó a cabo en el pueblo de Khocho, donde solo 19 varones sobrevivieron escondiéndose entre los cadáveres.

Un año más tarde, en noviembre de 2015, Sinyar fue recuperada por la acción conjunta de la Coalición Internacional, las milicias kurdas y también fuerzas yazidíes. Fue entonces que se tomó real dimensión de la masacre.

Reclamo de justicia

A medida que el EI era expulsado de los territorios -algo que en el norte iraquí se extendió hasta la liberación de Mosul en 2017- se fueron encontrando fosas comunes, personas mutiladas o víctimas de múltiples violaciones a los derechos humanos. Asimismo se hallaron pruebas de la utilización de armas químicas como el gas mostaza.

Fue así que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas votó de forma unánime la creación de un equipo de investigación (UNITAD, por sus siglas en inglés) para ayudar a Irak a conservar pruebas y facilitar que se exijan responsabilidades por “lo que podría suponer crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad y genocidio”.

En mayo de 2021 el jefe del UNITAD, Karim Kahn (recientemente nombrado fiscal de la Corte Penal Internacional), confirmó la sospechas y aseguró que contra el pueblo yazidí se cometió un genocidio. El abogado detalló que el grupo terrorista instó a los yazidíes a “convertirse o morir”. “Miles más fueron esclavizados, con mujeres y niños separados de sus familias y sometidos a los abusos más brutales, incluidas violaciones masivas y otras formas de insoportable violencia sexual (…) que a menudo llevaron a la muerte”, añadió.

Asimismo, el titular del UNITAD explicó que algunos de estos crímenes se siguen cometiendo ya que muchas mujeres continúan en manos de aquellas personas que las compraron y que no solo pertenecían al EI.

Una de ellas, que logró escapar de sus captores, fue Nadia Murad quien se ha convertido en un símbolo de la lucha del pueblo yazidí. En 2018 recibió el Premio Nobel de la Paz por “sus esfuerzos para erradicar la violencia sexual como arma en guerras y conflictos armados”.

En 2019, al cumplirse cinco años del ataque a Sinyar, Murad aseguró que «el sufrimiento, el miedo y la incertidumbre que persisten en la comunidad yazidí demuestran que el proceso de genocidio continúa». Por eso, al conocer los resultados del informe del UNITAD, exigió al Consejo de Seguridad que «remita este genocidio a la Corte Penal Internacional o que establezca un tribunal por tratado”. “Es hora de que la comunidad internacional haga más. Es hora de actuar», afirmó.

El pueblo que adora al diablo

El origen del yazidismo no está establecido, algunas teorías afirman que tiene seis mil años de antigüedad y que podía provenir de la India, aunque hay un amplio consenso en que su surgimiento data del año 2000 a.C. en la Mesopotamia de los ríos Tigris y Eufrates. Su último gran reformador y profeta que delineó la versión moderna de este credo fue el jeque Adi ibn Musafir, un asceta sufí que vivió durante el siglo XII.

Se trata de una de las religiones monoteístas más antiguas del mundo, cuyo dios se llama Khoda (“él que se creó a sí mismo”). La periodista Ethel Bonet explica en su libro Genocidio del pueblo yazidí que la palabra que identifica a esta religión podría provenir del término persa izid (ángel) o yezdan (Dios), “términos recogidos en el Avesta, libro sagrado del zoroastrismo”. Y es que los yazidíes comparten con el zoroastrismo “la veneración a los cuatro elementos -fuego, agua, tierra y aire- y la práctica del dualismo entre el bien y el mal, que no se confrontan sino que se complementan”.

Pero también practican el bautismo y la circuncisión; el sacrificio del cordero que conmemora al profeta Abraham; la celebración del año nuevo con la llegada de la primavera decorando huevos como los cristianos ortodoxos; durante febrero los faqir, una de sus castas, realizan un ayuno de 40 días que es muy similar al Ramadán musulmán; consideran a Jesús uno de los profetas; y creen en la reencarnación como un proceso para lograr la pureza del alma.

Pero quizás el punto que mayor confusión genera respecto a los yazidíes es su adoración por Melek Taus, el “ángel pavo real” que se negó a arrodillarse ante Adán ya que solo se inclinaría ante Dios.

En otras religiones monoteístas, Melek Taus es el Ángel Caído o Arcángel de la Muerte. En el islam, es llamado Iblis o Shaitan (Satán), que por su negativa a obedecer fue expulsado de los jardines celestiales y castigado a arder eternamente en el infierno. De allí que, a lo largo de la historia los yazidíes hayan sido calificados como adoradores del diablo.

Las constantes persecuciones y masacres llevaron a los practicantes de esta religión a cerrarse sobre sí mismos. Las reformas del jeque Adí establecieron la prohibición de los matrimonios interreligiosos y la imposibilidad de que cualquier persona ajena se convierta al yazidismo. Asimismo se consideran “kurdos puros” ya que a diferencia de sus coterráneos no sucumbieron a la islamización.

Esto se conjugó con el aislamiento geográfico del valle de Lalish donde está enterrado el propio Adí y cuya tumba se convirtió en un santuario al que deben peregrinar los yazidíes al menos una vez en la vida.

Esta combinación de factores los llevó a ser blanco de 73 masacres o genocidios durante los últimos 700 años, tanto por su religión como por su etnia kurda. Así es que fueron víctimas de los intentos de limpieza étnica por parte del gobierno de Saddam Husein a fines de la década de 1980 contra los kurdos y al día de hoy son perseguidos en Siria e Irak por islamistas y mercenarios que responden a Turquía que ha hecho del “problema kurdo” una política de Estado para toda la región.

A fines de 2020 se estimaba que alrededor de 250 mil yazidíes habitaban todavía en campos de refugiados en condiciones deplorables. El intento del PKK de incluirlos en su proyecto de confederalismo democrático -que tuvo buena recepción en parte de la población- se vio frustrado por la intervención turca y la negativa de los kurdos iraquíes, de tendencia más moderada, a que esta organización se metiera en su territorio.

Al día de hoy, dispersos y padeciendo las consecuencias de las masacres de los últimos años, el futuro de este pueblo es incierto. A pesar de haber cobrado visibilidad internacional, ni en su país ni en su región han sido reconocidos con derechos políticos plenos. Por su parte la Comunidad Internacional, tras haber logrado la derrota militar de EI, parece no tener ningún apuro en hacer justicia con los responsables del último genocidio yazidí.

FUENTE: Santiago Mayor / Notas

Se estima que entre cinco mil y once mil personas fueron asesinadas o desaparecidas, cerca de siete mil mujeres esclavizadas y alrededor de 300 mil se vieron obligadas a abandonar sus hogares.

Existen versiones encontradas, pero la gran mayoría de los yazidíes aseguran que los Peshmerga -la fuerza militar kurda- que protegía la ciudad, se retiró sin informar a los habitantes, dejándolos a merced de la organización terrorista.

Casi sin armas y ante el avance del EI, alrededor de 50 mil yazidíes se refugiaron en las montañas de Sinyar, al norte de la ciudad, ya que las rutas estaban controladas por las fuerzas agresoras. Con 50 grados centígrados de temperatura y casi sin suministros resistieron en lo que antiguamente fue también refugio de sus ancestros.

Si bien la Coalición Internacional liderada por Estados Unidos les hizo llegar algunos suministros mediante helicópteros, estos fueron insuficientes. Por eso, tras diez días de resistencia, entraron en acción las Unidades de Protección Popular y las Unidades de Protección Femeninas (YPG e YPJ, respectivamente) de la región kurda de Rojava, en Siria.

Estas organizaciones, vinculadas al Partido de Trabajadores del Kurdistán (PKK) de Turquía, de tendencia marxista, lograron abrir un corredor hacia territorio sirio.

Con camionetas, camiones y hasta tractores comenzaron una complicada evacuación que fue apoyada por la Coalición Internacional que bombardeó posiciones del EI permitiendo la retirada.

Sin embargo, al sur de las montañas las masacres continuaron. Una de las más trágicas fue la que se llevó a cabo en el pueblo de Khocho, donde solo 19 varones sobrevivieron escondiéndose entre los cadáveres.

Un año más tarde, en noviembre de 2015, Sinyar fue recuperada por la acción conjunta de la Coalición Internacional, las milicias kurdas y también fuerzas yazidíes. Fue entonces que se tomó real dimensión de la masacre.

Reclamo de justicia

A medida que el EI era expulsado de los territorios -algo que en el norte iraquí se extendió hasta la liberación de Mosul en 2017- se fueron encontrando fosas comunes, personas mutiladas o víctimas de múltiples violaciones a los derechos humanos. Asimismo se hallaron pruebas de la utilización de armas químicas como el gas mostaza.

Fue así que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas votó de forma unánime la creación de un equipo de investigación (UNITAD, por sus siglas en inglés) para ayudar a Irak a conservar pruebas y facilitar que se exijan responsabilidades por “lo que podría suponer crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad y genocidio”.

En mayo de 2021 el jefe del UNITAD, Karim Kahn (recientemente nombrado fiscal de la Corte Penal Internacional), confirmó la sospechas y aseguró que contra el pueblo yazidí se cometió un genocidio. El abogado detalló que el grupo terrorista instó a los yazidíes a “convertirse o morir”. “Miles más fueron esclavizados, con mujeres y niños separados de sus familias y sometidos a los abusos más brutales, incluidas violaciones masivas y otras formas de insoportable violencia sexual (…) que a menudo llevaron a la muerte”, añadió.

Asimismo, el titular del UNITAD explicó que algunos de estos crímenes se siguen cometiendo ya que muchas mujeres continúan en manos de aquellas personas que las compraron y que no solo pertenecían al EI.

Una de ellas, que logró escapar de sus captores, fue Nadia Murad quien se ha convertido en un símbolo de la lucha del pueblo yazidí. En 2018 recibió el Premio Nobel de la Paz por “sus esfuerzos para erradicar la violencia sexual como arma en guerras y conflictos armados”.

En 2019, al cumplirse cinco años del ataque a Sinyar, Murad aseguró que «el sufrimiento, el miedo y la incertidumbre que persisten en la comunidad yazidí demuestran que el proceso de genocidio continúa». Por eso, al conocer los resultados del informe del UNITAD, exigió al Consejo de Seguridad que «remita este genocidio a la Corte Penal Internacional o que establezca un tribunal por tratado”. “Es hora de que la comunidad internacional haga más. Es hora de actuar», afirmó.

El pueblo que adora al diablo

El origen del yazidismo no está establecido, algunas teorías afirman que tiene seis mil años de antigüedad y que podía provenir de la India, aunque hay un amplio consenso en que su surgimiento data del año 2000 a.C. en la Mesopotamia de los ríos Tigris y Eufrates. Su último gran reformador y profeta que delineó la versión moderna de este credo fue el jeque Adi ibn Musafir, un asceta sufí que vivió durante el siglo XII.

Se trata de una de las religiones monoteístas más antiguas del mundo, cuyo dios se llama Khoda (“él que se creó a sí mismo”). La periodista Ethel Bonet explica en su libro Genocidio del pueblo yazidí que la palabra que identifica a esta religión podría provenir del término persa izid (ángel) o yezdan (Dios), “términos recogidos en el Avesta, libro sagrado del zoroastrismo”. Y es que los yazidíes comparten con el zoroastrismo “la veneración a los cuatro elementos -fuego, agua, tierra y aire- y la práctica del dualismo entre el bien y el mal, que no se confrontan sino que se complementan”.

Pero también practican el bautismo y la circuncisión; el sacrificio del cordero que conmemora al profeta Abraham; la celebración del año nuevo con la llegada de la primavera decorando huevos como los cristianos ortodoxos; durante febrero los faqir, una de sus castas, realizan un ayuno de 40 días que es muy similar al Ramadán musulmán; consideran a Jesús uno de los profetas; y creen en la reencarnación como un proceso para lograr la pureza del alma.

Pero quizás el punto que mayor confusión genera respecto a los yazidíes es su adoración por Melek Taus, el “ángel pavo real” que se negó a arrodillarse ante Adán ya que solo se inclinaría ante Dios.

En otras religiones monoteístas, Melek Taus es el Ángel Caído o Arcángel de la Muerte. En el islam, es llamado Iblis o Shaitan (Satán), que por su negativa a obedecer fue expulsado de los jardines celestiales y castigado a arder eternamente en el infierno. De allí que, a lo largo de la historia los yazidíes hayan sido calificados como adoradores del diablo.

Las constantes persecuciones y masacres llevaron a los practicantes de esta religión a cerrarse sobre sí mismos. Las reformas del jeque Adí establecieron la prohibición de los matrimonios interreligiosos y la imposibilidad de que cualquier persona ajena se convierta al yazidismo. Asimismo se consideran “kurdos puros” ya que a diferencia de sus coterráneos no sucumbieron a la islamización.

Esto se conjugó con el aislamiento geográfico del valle de Lalish donde está enterrado el propio Adí y cuya tumba se convirtió en un santuario al que deben peregrinar los yazidíes al menos una vez en la vida.

Esta combinación de factores los llevó a ser blanco de 73 masacres o genocidios durante los últimos 700 años, tanto por su religión como por su etnia kurda. Así es que fueron víctimas de los intentos de limpieza étnica por parte del gobierno de Saddam Husein a fines de la década de 1980 contra los kurdos y al día de hoy son perseguidos en Siria e Irak por islamistas y mercenarios que responden a Turquía que ha hecho del “problema kurdo” una política de Estado para toda la región.

A fines de 2020 se estimaba que alrededor de 250 mil yazidíes habitaban todavía en campos de refugiados en condiciones deplorables. El intento del PKK de incluirlos en su proyecto de confederalismo democrático -que tuvo buena recepción en parte de la población- se vio frustrado por la intervención turca y la negativa de los kurdos iraquíes, de tendencia más moderada, a que esta organización se metiera en su territorio.

Al día de hoy, dispersos y padeciendo las consecuencias de las masacres de los últimos años, el futuro de este pueblo es incierto. A pesar de haber cobrado visibilidad internacional, ni en su país ni en su región han sido reconocidos con derechos políticos plenos. Por su parte la Comunidad Internacional, tras haber logrado la derrota militar de EI, parece no tener ningún apuro en hacer justicia con los responsables del último genocidio yazidí.

FUENTE: Santiago Mayor / Notas

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