Emergen en Kurdistán vestigios del pasado, y preocupación

La escasez de lluvias en las montañas del sur de Kurdistán provoca un descenso notable de las reservas hídricas en las presas, dejando al descubierto parte de su historia. En este reportaje se aborda la grave crisis de acceso al agua que sufre Irak.

La última vez que este edificio emergió como consecuencia del bajo nivel de agua fue en 1999, explica a Gara Farhad  Mohamed, director de la presa de Dohuk (Kurdistán iraquí), mientras cruza por la cavidad que en su día ocupó la puerta de una escuela y que ahora está colonizada por miles de moluscos. Sumergida en 1985 en plena fase de construcción del embalse, la aldea de Gary Qaskura sólo ha salido a la superficie en dos episodios de prolongada sequía. “La capacidad total de este embalse es de 52 millones de metros cúbicos de agua y ahora hay 25. En 2020 había 35”, señala este ingeniero agrónomo de formación y que ahora está al mando de un embalse que provee de agua a los 340.000 habitantes de Dohuk, capital de la provincia homónima.

Los vestigios de la escuela que han quedado al descubierto son polo de atracción turística para centenares de personas de esta parte de Kurdistán Sur que acuden los fines de semana para realizar picnics y barbacoas, ajenos al motivo que propicia dicho acontecimiento único: la extrema sequía causada por el cambio climático. Pegada a la ciudad por su parte norte y encajonada en las primeras estribaciones montañosas, que kilómetros después conectan con Kurdistán Norte (Bakur, sudeste de Turquía), la presa de Dohuk no está construida en el curso de ningún río ni diseñada para producir electricidad; su agua es exclusivamente para uso humano y agrícola.

“Sin ningún río que desemboque, su capacidad depende por completo de las lluvias. La situación es preocupante pero no crítica porque con la presa al 10% aún tendríamos agua suficiente para abastecer a la ciudad durante un año”, apunta Farhad Mohamed mientras pasea entre los restos de plástico y cenizas de la improvisada zona de recreo. Según explica, las autoridades kurdas aún ven muy lejos la aplicación de medidas como cortes y restricciones de agua, pero sí observan con preocupación cómo en los últimos años se está haciendo patente el cambio climático con la alteración de las estaciones lluviosas y episodios cada vez más frecuentes de lluvias torrenciales.

Lluvia y sequía extremas

“El curso hídrico comienza en octubre porque históricamente es cuando empieza a llover de forma notable. Por eso, los registros se miden del 1 de octubre al 30 de septiembre del año siguiente. Sin embargo, en el mes de octubre de los últimos dos años apenas llovió”, señala el director de la presa de Dohuk en relación a los 0,6 y 17,8 litros por metro cuadrado recogidos en 2020 y 2021, respectivamente, cuando la media de dicho mes es de 60. Periodos de prolongada sequía que se alternan con episodios de lluvias con efectos devastadores como el vivido este pasado diciembre en Erbil, la capital del Kurdistán iraquí, y cuyas inundaciones causaron 12 muertos.

“Hay una línea divisoria a nivel climático entre las montañas de Kurdistán e Irak, situada al sur de Dohuk. Si no llueve en ese área que separa nuestra región de Nínive y que es el granero de Irak, los cultivos de trigo y de otro tipo de cereales se ven seriamente afectados”, indica Mohamed para después hacer mención a la última cosecha, que se vio reducida en un 70% a causa de la sequía.

En esa zona de transición geográfica y climática, vive y trabaja Adil Abdi, un agricultor kurdo de 70 años que gestiona 1.000 dónems -medida de superficie de origen otomano que en Irak equivale a la cuarta parte de una hectárea- de cultivo de trigo. Situado cinco kilómetros al este de Dohuk y 15 kilómetros al norte de la presa de Mosul, Semel es un enclave mixto de kurdos y cristianos asirios que tiene en la agricultura una de sus principales actividades económicas.

Buena parte de las 250 hectáreas que cultiva Adil Abdi son propiedad de otras personas, con las que se reparte al 50% el beneficio de las cosechas. “El año pasado pudimos cosechar algo de trigo, pero el gobierno iraquí no lo aceptó porque decía que era de mala calidad. Por lo tanto, todo fueron pérdidas”, cuenta este veterano campesino enfundado en un tradicional traje kurdo de color marrón y cuya cabeza cubre una kufiya con ribetes negros.

El trigo: arma política

Comprador principal de la mayoría de trigo que se cultiva en el país, Adil Abdi denuncia que el gobierno central no les ha pagado las cosechas de 2014, 2015 y 2016. “Me deben 100 millones de dinares iraquíes (casi 60.000 euros)”, denuncia el campesino, quién además tiene una finca con olivos, granadas y un par de invernaderos ahora abandonados, en los que hasta hace dos años plantaba hortalizas. “Al ser agricultores kurdos, Bagdad mezcla agricultura y política, y nos utiliza como carta para presionar a Erbil”, comenta Adil Abdi.

Ante esta coyuntura, el autogobierno kurdo está construyendo sus propios graneros en la región para comprar y almacenar las cosechas de cereales de los campesinos autóctonos. Una iniciativa que el veterano agricultor ve con buenos ojos, pero si viene acompañada de ayudas concretas. “El gobierno no nos subsidia nada. El combustible, la maquinaria agrícola o los fertilizantes, todo sale de nuestro bolsillo”, asegura mientras pasea por el interior de uno de sus invernaderos en el que ya sólo quedan las mangueras. “Gasté 10.000 dólares en este sistema de riego y 4.000 en levantar los invernaderos. Ahora están inservibles. Sin agua y sin ayudas esta forma de vida desaparecerá”, se lamenta.

FUENTE: David Meseguer / Gara

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