En 2019 la nueva presa turca de Ilisu inundará pueblos y emplazamientos antiguos de Kurdistán

Están a punto de terminar dos de los principales proyectos de construcción de presas del mundo, uno en Turquía y otro en Etiopía. Es probable que ambos afecten profundamente a las vidas de millones de personas en Oriente Próximo y provoquen más tensiones en regiones que ya sufren un grave estrés hídrico*. En el primero de dos reportajes, el periodista medioambiental Kieran Cooke investiga la gigantesca presa de Ilisu en el río Tigris, al sudeste de Turquía.

Miles de personas serán desplazadas y verán amenazados sus medios de vida. Algunos de los tesoros arqueológicos más preciosos del mundo se perderán para siempre. En Iraq es probable que empeoren aún más los ya graves problemas de escasez de agua.

Después de años de retrasos y de rumores de un gran sobrecoste, en los próximos meses los ingenieros acabarán las obras de la presa de Ilisu en el sudeste de Turquía, cerca de la frontera con Iraq y Siria, y empezarán a llenar el embalse de 400 kilómetros a lo largo del río Tigris. Tanto los residentes locales (sobre todo ciudadanos kurdos de Turquía) como quienes viven al otro lado de la frontera, particularmente en Iraq, observan y esperan ansiosos.

La presa de Ilisu de 1.200 megavatios de potencia, casi dos kilómetros de ancho y 130 metros de alto, es el elemento fundamental de lo que en Turquía se conoce como Geneydogu Anadolu Projesi (GAP) o Proyecto del Sudeste de Anatolia.

Ankara afirma que la presa es fundamental para desarrollar una de las regiones más pobres de Turquía, proporcionará electricidad a los hogares, a la agricultura y a la industria, y creará miles de muy necesarios puestos de trabajo. El ministro de Asuntos Exteriores turco afirma además en un comunicado que también supondrá beneficios medioambientales al aumentar el suministro de energía limpia y detener una cantidad importante de emisiones de gas de efecto invernadero.

Y afirma que quienes están en contra de la presa han exagerado la cantidad de pueblos y de personas que se verán afectados por el proyecto.

Las autoridades turcas también han tratado de responder a la preocupación por el impacto que la presa tendrá en el suministro de agua a Iraq. En junio y octubre de este año (2018) afirmaron que, en respuesta a la preocupación iraquí, se habían aplazado los planes para llenar el embalse.

Pero muchas personas todavía tienen motivos más importantes de preocupación. “Todo el proyecto es un tremendo desastre, es terrible”, declaró a Middle East Eye Ulrich Eichelmann, director de Riverwatch, una ONG cuya sede está en Viena y que durante muchos años ha participado en la campaña internacional contra el proyecto de Ilisu. “En el sudeste de Turquía sumergirá miles de años de historia y en Iraq amenaza a zonas como las marismas del sur del país, uno de los principales emplazamientos culturales y ecológicos del mundo. Resulta increíble pensar que esto esté ocurriendo en el siglo XXI”.

Antiguos emplazamientos bajo el agua

La ciudad de Hasankeyf, a unos 80 kilómetros río arriba de la presa de Ilisu y con 12.000 años de antigüedad, es uno de los lugares habitados de forma continua más antiguos del mundo y en su día fue una escala de la famosa Ruta de la Seda. Cuando se llene el embalse, gran parte de Hasankeyf, junto con algunos de sus monumentos antiguos y las cuevas neolíticas excavadas a las orillas del Tigris, quedarán sumergidas bajo más de 30 metros de agua. Es probable que también desaparezcan otros pueblos y asentamientos a orillas del río.

Se ha pedido a los 3.000 habitantes de Hasankeyf que se trasladen a las viviendas que se están construyendo sobre la actual ciudad, pero muchos se oponen y afirman que es probable que no solo desaparezcan sus casas sino también sus ingresos que dependen del turismo. “Quien no tiene un pasado no puede decidir su futuro”, declaró el año pasado a la emisora alemana DW un miembro de Save Hasankeyf Initiative (Iniciativa para Salvar Hasankeyf). “No solo destruyen nuestro pasado sino también nuestro futuro al quitarnos nuestra fuente de ingresos y nuestro patrimonio”, dijo.

Las autoridades turcas discrepan y afirman que el embalse atraerá a nuevos turistas a la zona, entre otros a buceadores deseosos de explorar las ruinas sumergidas. También han trasladado varios edificios y monumentos históricos. A principios de este mes (diciembre de 2018) empezaron a trasladar la sección final de la mezquita de Eyyubi, de 600 años de antigüedad, al nuevo parque cultural de Hasankeyf, situado sobre el embalse.

John MacGinnis, un arqueólogo del Museo Británico de Londres, formó parte durante años del equipo internacional que trabajó en las excavaciones arqueológicas en Ziyaret Tepe, a unos 160 kilómetros aguas arriba de la presa de Ilisu. Cuando se llene el embalse, quedará sumergida la mayor parte del emplazamiento de Ziyaret Tepe, antiguamente conocido como Tushan. En la antigüedad (hace 2.800 años) este emplazamiento era una capital de provincia del Imperio asirio, un reino centrado en el llamado “Creciente Fértil”, situado entre los ríos Tigris y Éufrates y que en su día fue el mayor imperio que había conocido el mundo. “Toda esta zona forma parte de una región en la que se estableció la civilización por primera vez y hay muchos emplazamientos por investigar y mucho material por analizar y desenterrar”, afirma MacGinnis. “El problema es que como la mayoría de las construcciones asirias eran de arcilla y barro no sobrevivirán bajo el agua y se perderán para siempre. Lo que está ocurriendo es un desastre desde el punto de vista arqueológico”, aseveró.

Crisis monetaria

Toda la zona en torno a la presa de Ilisu y su embalse está cada vez más militarizada y se acusa al gobierno turco de tratar de utilizarla para controlar aún más a la población local, en su mayoría kurda. El presidente turco Recep Tayyip Erdogan acusó en el pasado a quienes se oponían al proyecto de la presa de apoyar al ilegal Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK, por sus siglas en inglés), considerado organización terrorista en Turquía.

Desde que las obras empezaron en 2006 han estado acompañadas de controversia y de retrasos considerables.

Los gobiernos extranjeros denegaron créditos a la exportación; en 2009 las empresas extranjeras se retiraron del proyecto debido a que Turquía no cumplía con varios criterios medioambientales y contractuales, y a la presión de las ONG locales e internacionales. Como los bancos extranjeros no apoyaron el plan, el gobierno presionó a los bancos turcos para que lo financiaran. Una crisis en el mercado financiero turco a principios de 2018 en la que se desplomó el valor de la lira provocó retrasos y sobrecostes a varios de los proyectos gigantes y prestigiosos emprendidos por el gobierno de Erdogan.

Oficialmente, el coste de la presa de Ilisu es de 1.500 millones de dólares, aunque según los observadores el coste final será sustancialmente mayor. Quienes critican el proyecto, por su parte, consideran que tanto su financiación como la forma de adjudicar los deferentes contratos no han sido transparentes.

“Hidrohegemonía”

A principios de 2018, en medio de la peor sequía sufrida por Iraq en 80 años, el nivel del agua del Tigris a su paso por Iraq, aguas abajo de la presa de Ilisu, descendió a un nivel mínimo sin precedentes. Por primera vez desde que se recuerda, los habitantes de Bagdad se encontraron con que podían vadear el río. El caudal del río Éufrates también descendió drásticamente. Una grave escasez de agua afectó a la agricultura, especialmente en el sur de Iraq.

Los ríos Tigris y Éufrates suministran más del 90 % del agua de Iraq. Ambos ríos están cada vez más contaminados debido a que los pesticidas y fertilizantes utilizados en proyectos de irrigación tanto en Turquía como en Iraq que acaban en ambos ríos. Iraq acusó rápidamente a Turquía del problema de sequía que padeció este verano.

Entre tanto, quienes estudian los conflictos transfronterizos provocados por el agua han puesto a Turquía como ejemplo de “hidrohegemonía” y citan el proyecto GAP como “ejemplo excelente” de una “infraestructura enorme que permite apropiarse de recursos y alterar significativamente la naturaleza de la competencia por el agua a beneficio del constructor”.

Sin embargo, las autoridades turcas insisten en que su objetivo es garantizar que el agua se reparta de forma “equitativa, razonable y óptima”. También afirman que la presa permitirá gestionar y controlar el caudal de agua de modo que beneficie tanto a Turquía como a sus vecinos.

El pasado verano, las autoridades turcas afirmaron que en respuesta a las preocupaciones iraquíes el gobierno había accedido a aplazar el llenado de la presa de Ilisu. Fatih Yildiz, embajador de Ankara en Bagdad, afirmó que había sido el propio Erdogan quien había tomado la decisión. “A partir de este momento las aguas del Tigris se están trasfiriendo a Iraq sin tocar una gota en Ilisu”, escribió Yildiz en Twitter. Pero los hidrólogos señalan que en muchos sentidos se trataba de un gesto vacío: en los meses de verano, cuando se hizo el anuncio, se dispone de poca agua para llenar el embalse. Es probable que Turquía no empiece sus operaciones en Ilisu hasta que se derrita la nieve en las cabeceras del Tigris en primavera, en los primeros meses de 2019.

No se puede atribuir a la presa de Ilisu toda la culpa de la sequía en Iraq y de los niveles catastróficamente bajos del caudal del río Tigris. Irán también ha construido varias presas en los afluentes de Tigris para desviar el agua a sus propios proyectos agrícolas. A Iraq le preocupa especialmente la enorme presa de Daryan que está construyendo Irán.

Durante los últimos 30 años, Iraq ha estado en guerra o bajo unas sanciones económicas de consecuencias catastróficas. Todavía se está recuperando de la invasión en 2014 de aproximadamente una tercera parte de su territorio, incluida la presa de Mosul, por grupos del Estado Islámico, en retirada desde 2018, aunque siguen suponiendo una amenaza para la seguridad. Gran parte de sus infraestructuras, incluido el sistema de abastecimiento de agua, está destruido. La corrupción y una mala gestión crónica también contribuyen a la escasez de agua.

El cambio climático podría hacer que las presas fueran inútiles

Como telón de fondo está la perspectiva del cambio climático. Toda la región se enfrenta a un futuro en el que es probable que aumenten las temperaturas y disminuyan las lluvias, lo que provocará una disminución aún mayor del caudal de los ríos.

Se considera que Iraq es el país de Oriente Próximo más vulnerable al cambio climático. Ya se está secando gran parte del sur del país, incluidas las famosas marismas en torno a Basora, que albergan una civilización única, declarada por la UNESCO Patrimonio Mundial de la Humanidad. El aumento de la salinidad están envenenado los sistemas fluviales y la tierra.

El cambio climático también podría tener un grave impacto en la presa de Ilisu y todo el proyecto GAP de Turquía. “Las presas se construyen en base a determinadas proyecciones acerca del caudal de agua y de las precipitaciones en sus zonas de captación -afirmó un climatólogo que pidió permanecer en el anonimato dadas las susceptibilidades hacia las investigaciones en la zona-. Qué ocurre si disminuyen las nevadas en las montañas Taurus y Zagros de Turquía que alimentan el caudal del Tigris y Éufrates? ¿Qué ocurre si siguen aumentando las temperaturas y se acelera la evaporación en los embalses? Entonces gran parte de la construcción de la presa, la inundación de tierras, el desplazamiento de las personas y la desaparición bajo las aguas de civilizaciones antiguas habrán sido en vano”.

Notas:

*Según el glosario de agua de la Agencia Europea de Medio Ambiente, “el estrés hídrico se produce cuando la demanda de agua excede la cantidad disponible durante un período de tiempo determinado o cuando su mala calidad restringe su uso. El estrés hídrico provoca el deterioro de los recursos de agua dulce en términos de cantidad (sobreexplotación de acuíferos, ríos secos, etc.) y calidad (eutrofización, contaminación por materia orgánica, intrusión salina, etc.). (N. de la t.)

FUENTE: Kieran Cooke / Middle East Eye / Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos