“Garra de Águila” fue el nombre con el que se bautizó la ofensiva aérea turca sobre posiciones kurdas en el Kurdistán del Sur (norte de Irak) el pasado 14 de junio. Los objetivos volvían a ser las zonas del bastión del maquis kurdo en el macizo de Qandil, Makhmur -una localidad al suroeste de Erbil que acoge un campo de refugiados- y Sinjar (Shengal), el enclave yezidí brutalmente castigado por el Estado Islámico (ISIS) en 2015. Fuentes del Ministerio de Defensa turco hablaban de “81 objetivos del PKK (Partido de los Trabajadores de Kurdistán) golpeados, incluyendo refugios y cuevas”; fuentes consultadas por GARA sobre el terreno denunciaban que la mayoría de los ataques en Sinjar y Makhmur habían sido dirigidos contra la población civil.
Tres civiles murieron en las afueras del campo mientras que, en Sinjar, las bombas causaron cuatro heridos entre miembros de la YBS -organización que Ankara vincula con el PKK-, y destruyeron el hospital de la localidad de Sinoni. Una filtración sobre el ataque habría permitido evacuar a la población a una zona segura y evitar víctimas mortales. Por su parte, el PKK decía no haber sufrido bajas en Qandil.
La pesadilla no acababa ahí. Una semana después de aquella ofensiva aérea, cuatro civiles eran asesinados por las bombas en Dohuk (Kurdistán del Sur) y otro más perdía la vida en otro ataque a las afueras de Erbil. El cerco se cerraba con bombardeos de la artillería iraní sobre la localidad fronteriza de Haji Omran. Según la agencia de noticias kurda Rudaw, más de un centenar de aldeas de la zona habían sido evacuadas para evitar un número mayor de víctimas.
Nada nuevo
Bagdad lleva 30 años asistiendo impotente a las agresiones de este tipo desde Ankara y Teherán sobre territorio soberano iraquí. Sin embargo, informaciones obtenidas por el digital británico Middle East Eye apuntaban a que oficiales iraquíes y turcos habrían discutido los detalles de “Garra de Águila” días antes, durante una visita secreta a Bagdad de Hakan Fidan (cabeza de la inteligencia turca).
La última agresión se produjo el martes 23 de junio cerca de Suleimaniya, cuando una camioneta fue alcanzada desde el aire. EL PJAK (guerrilla kurdo-iraní afín al PKK) confirmó que una de las dos víctimas mortales era uno de sus miembros. Asimismo, al menos seis individuos resultaron heridos, algunos de ellos civiles. Se trata de una zona de gran belleza natural muy popular entre familias que buscan huir del calor estival.
El acceso por carretera a zonas de Qandil era posible hasta el año pasado, a través de zonas bajo el control de la Unión Patriótica de Kurdistán (UPK), pero este último decidió calcar la política del Partido Democrático de Kurdistán (PDK) y cerrar el paso. Todo indica que el ataque contra esa pick up el martes se habría producido tras el aviso de algún local informando de su paso, una práctica cada vez más habitual en los últimos meses.
Provocar una brecha entre la población local y los guerrilleros a los que ésta podría ofrecer cobertura es de manual básico de contrainsurgencia. Se puede hacer “ganándose los corazones y las mentes” de los civiles, o provocando el terror entre ellos. Es más esto último: “Si les abrís las puertas de vuestra casa, también las bombardearemos”, parece el mensaje.
También en Kobane
El castigo sobre Kurdistán del Sur se recrudece en un momento en el que Turquía mantiene el control de facto sobre el enclave kurdo-sirio de Afrin desde 2018, así como sobre una franja fronteriza de 130 kilómetros entre Serekaniye y Gire Spi, tras la ofensiva de octubre de 2019. Los rumores sobre un eventual ataque sobre Kobane se materializaban ese mismo día 23. Un dron golpeó entonces una casa a las afueras de la localidad, provocando la muerte de tres activistas kurdas del movimiento feminista, así como un número sin determinar de heridos, todos civiles.
Tras la retirada de las tropas americanas de la zona, la región de Kobane permanece bajo el control de Moscú, que conduce patrullas en la zona de forma conjunta con Damasco desde finales de 2019. Sin embrago, la iniciativa no ha evitado una nueva violación del alto el fuego, oficialmente en vigor desde octubre de 2019.
“No es la primera vez que Turquía ataca con drones armados a miembros de las YPG o simples activistas como estas tres mujeres”, trasladaba a GARA Salih Muslim, alto oficial de la Administración Autónoma del Noreste de Siria (AANES). Sobre la inacción de Moscú, añade que “queda claro que Rusia no quiere molestar a Turquía, aunque eso conlleve incumplir sus compromisos con los kurdos”. El líder kurdo-sirio también se muestra crítico con el silencio de Bruselas: “A Europa solo le interesa que los principios democráticos rijan dentro de sus fronteras, no le importa que los kurdos sean masacrados aquí, un día sí y otro también”.
Una vez más, la cadena de agresiones sobre los kurdos por parte de Turquía se produce ante la aparente indiferencia de la comunidad internacional. En una entrevista concedida la semana pasada a la cadena de televisión Sterk, Cemil Bayik, co-líder de la Unión de las Comunidades de Kurdistán (KCK) denunciaba “la complicidad de Erbil, Washington, Bruselas y la ONU ante el hostigamiento de Turquía”. El comandante guerrillero era tajante: “Estos ataques no se producirían sin el consentimiento de todos ellos”.
FUENTE: Karlos Zurutuza / Gara