Si alguien piensa que el Estado Islámico (ISIS) se encuentra enterrado en el quinto círculo de algún infierno, está equivocado. Los mercenarios y fanáticos que integran a la organización todavía gozan de buena salud. Los clamores de victoria festejados por los gobiernos de Irak, Siria, Estados Unidos y Rusia, se esfuman todos los días un poco más. Replegados en pueblos y aldeas, ISIS reconvirtió su fuerza militar y administrativa –que alguna vez controló un territorio donde vivían entre ocho y diez millones de personas en Irak y Siria-. En lo militar, desde hace varios años los seguidores del Califato entendieron que los combates frontales eran imposibles de sostener, por lo que se desperdigaron, se alistaron en otras organizaciones terroristas o, simplemente, se escondieron para, desde las sombras, asestar duros golpes a través de atentados u operaciones rápidas y precisas.
Cuando las Fuerzas Democráticas de Siria (FDS), encabezadas por los kurdos, anunciaron la derrota militar de ISIS en la aldea de Baghouz, a principios de 2019, dejaron en claro que el grupo comandado en ese entonces por Abu Bakr Al Baghdadi continuaría en actividad. Los mandos de las FDS declararon, una y otra vez, que ISIS ahora contaba con el respaldo económico y logístico del gobierno turco, y que si se quería vencer totalmente había que desbaratar los vínculos del Califato con Ankara, y apuntar a la ideología extremista de una organización que, en sus buenos tiempos, contó con un capital de dos mil millones de dólares, y las bendiciones de Arabia Saudí, Israel y –en un principio- de Estados Unidos.
Con el mundo paralizado por el coronavirus, en la última semana ISIS incrementó los ataques en Irak, un país que no es ajeno a la pandemia, y que se encuentra desde hace décadas en un torbellino de desestabilización, guerras interpuestas y profundas crisis humanitarias. Estos factores unidos no sólo son un caldo de cultivo para el coronavirus, sino para la reaparición de ISIS.
Un resumen de las últimas incursiones del Estado Islámico muestra su accionar:
—El 6 de mayo los mercenarios del Califato atacaron a los soldados iraquíes cerca del campo de refugiados de Makhmur, en la provincia de Mosul. En Makhmur viven más de 10 mil refugiados kurdos que huyeron de Turquía en la década de 1990 a causa de la represión del Estado. No es la primera vez que ISIS ataca en las cercanías o dentro de este campo de refugiados.
—El 5 de mayo, la agencia de noticias ANF informó que el Estado Islámico había incrementado los ataques en Kirkuk y Diyala, en el norte de Irak. El martes pasado, los yihadistas realizaron una incursión en el distrito de Taze, en Kirkuk, ultimando a cuatro miembros de la milicia árabe Hashdi Sabi. Otro dos integrantes de Hashdi Sabi resultaron heridos en la población de Segeran, también en Kirkuk.
ANF recordó que existe “una escalada de los ataques de los mercenarios del ISIS en las últimas semanas. Estos ataques han alcanzado los niveles más altos de los últimos años” en abril.
—El domingo 3 de mayo, las fuerzas de seguridad iraquíes reconocieron otro ataque de ISIS. Esta vez fue contra la comisaría de la policía en el pueblo de Abara, en la provincia de Diyala, limítrofe con Bagdad. Tres agentes de policía así como un civil murieron durante la incursión.
—En la noche del viernes 1 de mayo, el Estado Islámico atacó pueblos y ciudades conectadas con Samara y Tikrit, generando importantes bajas en el ejército iraquí y de Hashdi Sabi fueron ultimados.
En el reciente informe ISIS in Iraq: From Abandoned Villages to the Cities, realizado por Husham Al Hashimi para el Central for Global Policy (CFGP), se explicó que en los últimos meses “las acciones de ISIS en Irak han demostrado su resistencia y su dinamismo”. El Estado Islámico, según la investigación, “conserva una gran libertad de operabilidad en las zonas rurales y urbanas. También ha demostrado que comprende su entorno y está aprovechando hábilmente las luchas internas políticas, la debilidad económica y el frágil entorno de seguridad de Irak”.
Las protestas que inundaron las calles iraquíes en reclamo de mejores condiciones de vida, la imposibilidad de encaminar un gobierno mínimamente estable (recién ayer el parlamento designó como primer ministro a Mustafa Al Kazemi, que se desempeñaba como Jefe de Inteligencia), y la proliferación de milicias armadas (algunas respaldadas por el gobierno central, otras por Irán, además de la injerencia estadounidense), confirman los planteado en el informe elaborado por CFGP.
En la investigación se señalaron otros puntos importantes para tener en cuenta: desde octubre pasado, ISIS lanzó ataques en las regiones de Diyala, Saladino, Al Din, Ninewa, Kurkuk y el norte de Bagdad. Este año, los adoradores del Califato activaron células durmientes en áreas rurales de Samarra y el norte de Bagdad.
En el informe se detalló que en la actualidad ISIS se mueve en áreas que limitan al oeste con Siria y al este con Irán, y que conectan por rutas las provincias del país del oeste, norte y este. Debido al control de ciertas zonas, el Estado Islámico recauda al menos tres millones de dólares al mes en “impuestos” a las compañías de transporte. La investigación agregó que los yihadistas habitan aldeas abandonadas, valles, zonas montañosas y rurales, donde encuentran protección en la geografía, pero también en sectores de la población a los cuales las promesas de libertad y democracia, luego de la invasión de Estados Unidos en 2003, nunca llegaron.
ISIS supo construir su poder en el profundo descontento de pobladores, en su mayoría musulmanes sunitas, que fueron relegados y expulsados del nuevo modelo estatal tras el derrocamiento de Sadam Husein. Si alguno de estos habitantes de Irak respiró aliviado y con esperanzas por la caída del dictador, lo que recibió con la llegada de las fuerzas militares estadounidenses no fue mucho mejor. Por eso, los comandantes e ideólogos del Estado Islámicos tienen claro que la desestabilización, la ausencia del Estado iraquí para resolver los problemas básicos, y el profundo descontento de la población ante una clase política que busca réditos propios por sobre la grave crisis que atraviesa el país, son pilares a los cuales aferrarse para reconstruir su poderío.
Aunque es difícil que ISIS vuelva a ser un ejército compacto, con capacidad para arrasar grandes ciudades, su presencia es constante. El peligro que generan los seguidores del nuevo Califa Abu Ibrahim Al Hashemi Al Qurashi siempre recae contra los sectores más desprotegidos. En la pobreza, la desolación y el dolor creados en Irak, es donde el Estado Islámico sabe que está su retaguardia.
FUENTE: Leandro Albani / La tinta