La batalla de Afrin y el dilema kurdo

El 20 de enero, la Fuerza Aérea Turca iniciaba una ofensiva contra el enclave kurdo de Afrin, al norte de Siria, que ha provocado la muerte de al menos 18 civiles. Turquía ve la Federación Democrática del Norte de Siria (antigua “Rojava”) como un riesgo a su seguridad e integridad territorial.

Más de setenta cazas de la Fuerza Aérea turca bombardearon el 20 de enero el enclave kurdo de Afrin, en la gobernación de Alepo. Según la agencia de noticias Anadolu, la aviación turca bombardeó un total de 100 objetivos de las milicias kurdas, incluyendo una base aérea. En paralelo, el Ejército de Turquía y el Ejército Libre Sirio —apoyado por Ankara y que en la práctica funciona como fuerza proxy— penetraban cinco kilómetros en territorio kurdo.

El domingo, el Ejército de Turquía, siempre de acuerdo con las informaciones de Anadolu, tomaba el control de 11 posiciones kurdas —los municipios de Shankal, Qorne, Bali, Adah Manli y las zonas rurales de Kita, Kordo y Bibno— y bombardeaba dos posiciones desde las cuales las milicias kurdas habían realizado ataques con cohetes. El lunes la operación se extendía al distrito de Azaz, en el este de Afrin. Según el primer ministro turco, Binali Yildirim, la meta es crear una “zona segura” de 30 kilómetros de profundidad. La cifra de civiles muertos en esta ofensiva, según las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), es de 18.

El objetivo detrás de la bautizada como Operación Rama de Olivo no necesita de muchas explicaciones, en parte porque sus responsables políticos y militares son claros al respecto. “Comenzando por el oeste, paso a paso, aniquilaremos el corredor hasta la frontera con Iraq”, declaró el presidente turco Recep Tayyip Erdoğan. La existencia de la Federación Democrática del Norte de Siria (DFNS) —el nombre de “Rojava” fue abandonado a finales de 2016—, bajo control de las FDS, formadas mayoritariamente por kurdos sirios, es vista por el Gobierno turco como un riesgo a su seguridad e integridad territorial.

La existencia de esta entidad, que cuenta con estructuras políticas, militares y administrativas sólidas, así como con una Constitución propia, incomoda a todos los países que cuentan con un importante número de población kurda —Turquía, Siria, Irán e Iraq—, pero también a las autoridades que gobiernan la región autónoma del Kurdistán iraquí, que rivalizan con frecuencia con el Partido de la Unión Democrática (PYD) y el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), ambos de orientación socialista.

Según comunicó el Ejército de Turquía, la operación militar incluye acciones contra el Estado Islámico —aunque la agencia Associated Press apuntó rápidamente que el Estado Islámico no tiene presencia en esta zona de Siria— y se lleva de acuerdo con el derecho internacional y las decisiones del Consejo de Seguridad de la ONU, y respetando la integridad territorial de Siria. Cuestiones que en todo caso no parecen preocupar demasiado al jefe de Estado. “Ocurra lo que ocurra, no nos importa —afirmó Erdoğan—; nos importa solamente lo que ocurra sobre el terreno”. Ankara considera al PYD y el PKK como “organizaciones terroristas” y los acusa de organizar ataques contra la provincia oriental de Hatay desde el territorio sirio bajo su control.

La Operación Rama de Olivo puede también obedecer a cuestiones de política doméstica y tener como fin reforzar internamente al Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) de Erdoğan, quien ha cosechado varios fracasos y humillaciones a lo largo de su intervención en la guerra siria: desde las revelaciones de la prensa del tráfico de petróleo procedente de zonas controladas por los yihadistas hasta las sanciones económicas impuestas por Moscú luego que un F-16 de la Fuerza Aérea Turca derribase un Sukhoi Su-24 en noviembre de 2015 que había violado su espacio aéreo, pasando por las sospechas de que el Ejército relajó su vigilancia en la frontera para permitir la entrada de yihadistas en Siria con el fin de desestabilizar el país.

Por su parte, las FDS pidieron a través de un comunicado a Turquía el cese inmediato de la operación. “Si se nos ataca no tendremos otra opción que defendernos y defender a nuestro pueblo”, declararon. Las fuerzas kurdas sirias aseguraban no abrigar ninguna “intención hostil” hacia Turquía y recordaban que esta agresión debilita la lucha general contra el Estado Islámico. Según The New York Times, las FDS debatían estos días izar banderas sirias en los edificios gubernamentales para evitar su bombardeo e incluso si debían permitir a las tropas gobernamentales retomar Afrin para poner fin así a la ofensiva turca.

La operación de Turquía fue inicialmente criticada por Washington, que apoya a las FDS mediante un polémico acuerdo militar que los kurdos sirios califican como “táctico”. Damasco presentó objeciones basadas en el derecho internacional: además de su apoyo al Ejército Libre Sirio —al que se suman las simpatías y el apoyo informal a las milicias turcomanas por parte de grupos de ultranacionalistas turcos—, y a diferencia de las tropas de su aliado ruso, el Ejército de Turquía se encuentra en territorio sirio sin la autorización de su gobierno (las tropas turcas entraron en Siria en agosto de 2016 con la Operación Escudo del Éufrates). Por su parte, Moscú expresó su preocupación y retiró a sus tropas de la zona para evitar cualquier conflicto. Francia ha reclamado una reunión del Consejo de Seguridad de la ONU y la vicesecretaria general de la OTAN, Rose Gottemoeller, llegó el lunes (pasado) a Ankara para una visita de dos días en la que se reunirá con altos funcionarios turcos. En varias capitales europeas se han registrado protestas frente a las embajadas y consulados de Turquía.

El dilema kurdo

En el puzle sirio, la Federación Democrática del Norte de Siria es la pieza clave. Aunque no ha sido reconocida por ningún otro Estado del mundo —el paso conduciría a alienar el apoyo de las potencias regionales arriba mencionadas, y todas ellas forman parte de un delicado equilibrio de alianzas y acuerdos internacionales—, funciona en la práctica como una entidad autónoma, una realidad que es imposible de obviar.

Durante las negociaciones de paz en Astaná —ignoradas en general por la prensa occidental—, un grupo de juristas rusos entregó a la delegación siria una propuesta de nueva Constitución. El texto, que fue difundido días después por las principales agencias de información rusas, parecía redactado para adecuar las demandas de los kurdos sirios, al garantizarles una autonomía cultural —aunque no política— así como la cooficialidad del idioma kurdo en el norte de Siria. Simbólicamente, cambiaba el nombre del país de “República Árabe Siria” y lo dejaba en “República Siria”. Con todo, la propuesta constitucional también declaraba el territorio sirio como “indivisible, inviolable e integral”. La medida fue congelada primero y rechazada por Damasco después.

El Gobierno sirio probablemente considere ahora mismo tener la mano ganadora en esta partida: sus tropas han recuperado el control de la mayor parte del país, aunque no de todo. Siguen en manos de la oposición zonas en el sur, este y noroeste del país, y en esta última región hay una importante presencia de Tahrir al-Sham, una organización yihadista surgida de la fusión de diferentes grupos salafistas, entre ellos la rama regional de Al-Qaeda, que podría ahora ver engrosar sus filas con reclutas a medida que el Estado Islámico pierde prestigio, territorio y fondos. A pesar de sus protestas diplomáticas, el Gobierno sirio seguramente permitirá a Turquía actuar. Tras la derrota del Estado Islámico en Deir ez-Zor el pasado mes de noviembre, su existencia ha quedado asegurada, y para Damasco es más conveniente dialogar con Ankara, de Estado a Estado, antes que con los kurdos sirios.

Rusia se ha desmarcado de esta cuestión. El martes pasado un grupo de oficiales militares turcos encabezado por el jefe del Estado Mayor turco, Hulusi AKar, voló hasta Moscú para informar de sus planes a sus homólogos rusos. Rusia no quiere importunar a su aliado sirio ni tampoco a Turquía, con la que recientemente ha reparado sus relaciones, y ha dado un paso atrás. El mensaje es claro: tras su acuerdo con EE UU, los kurdos sirios son cosa de los americanos, no de ellos. Pero Washington podría retirarles su apoyo en cualquier momento si se tiene en cuenta que Turquía —miembro de la OTAN, aunque haya dado recientes muestras de distanciamiento— actúa con hechos consumados. Yildirim ya se ha atrevido a calificar los comunicados del Departamento de Estado estadounidense expresando su preocupación como una muestra de “confusión”. Además, el secretario de Defensa estadounidense, Jim “Mad Dog” Mattis, fue el lunes claro al respecto. “Turquía es un aliado de la OTAN, es el único aliado de la OTAN con una insurgencia activa dentro de sus fronteras y Turquía tiene preocupaciones de seguridad legítimas”, señaló.

En suma, la situación puede obligar a los kurdos sirios, que se juegan su existencia misma en la batalla de Afrin, a replantearse una reorganización de sus alianzas internacionales. La guerra en Siria, en cualquier caso, está lejos de haber terminado.

FUENTE: Àngel Ferrero / El Salto