La cuestión kurda: Orígenes del conflicto y evolución hasta el nacimiento del PKK (Parte I)

El presente texto forma parte de una serie de tres artículos sobre la cuestión kurda en Turquía con la que intentaremos comprender las razones por las que el conflicto se ha alargado hasta nuestros días, volviéndose cada vez más complejo al tiempo que los agravios se acumulan, y sin la esperanza de una solución pacífica y efectiva a medio plazo.

En esta primera parte iremos a los orígenes del conflicto turco-kurdo, y repasaremos su evolución hasta el surgimiento del Partido de los Trabajadores del Kurdistán, más conocido por su acrónimo en kurdo PKK. Una mirada histórica que pone el foco sobre la evolución de la identidad y el nacionalismo en un período tan convulso como fueron las últimas décadas del Imperio Otomano y las primeras de la República de Turquía.

Los kurdos de Siria, la última ramificación del conflicto

Durante los últimos años, en Siria hemos sido testigos de la lucha de un grupo armado, predominantemente kurdo, para expulsar del norte del país al autodenominado Estado Islámico (EI). Las Fuerzas de Protección Popular (YPG), apoyadas por los EEUU en especial desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, consiguieron expulsar a los “yihadistas” de Al Raqa, su feudo, el pasado verano.

La mayor parte del territorio bajo las YPG ha demostrado gozar de una cierta paz y estabilidad, un oasis dentro del caos sirio. No obstante, asistimos en el mes de marzo a la derrota de estas milicias en Afrin, el cantón kurdo noroccidental de Siria, ante el avance del poderoso ejército turco y de las milicias sirias predominantemente árabes del Ejército Libre de Siria apoyadas por Turquía. Pero bastante antes de esta ofensiva militar turca, irónicamente apodada como Operación Rama de Olivo, Turquía ya había lanzado otra operación militar para frenar la expansión de las milicias kurdas a lo largo del norte de Siria. Esto sucedía el verano de 2016, cuando este país inició su Operación Escudo del Éufrates en Yarablús –entre Afrin y el resto de territorio kurdo−, justificándola por la presencia del EI que, sin embargo, hasta entonces había tolerado en cierta forma.

Pero, ¿de dónde viene esta obsesión, por parte del gobierno y también buena parte de la sociedad turca, por acabar con este “autogobierno” kurdo? La justificación oficial de Turquía pasa por equiparar a las YPG con el PKK, la guerrilla más numerosa de Oriente Medio, enfrentada al Estado turco prácticamente desde su fundación en los años ochenta. Los vínculos de las YPG con el PKK son claros, no sólo por la defensa de un mismo ideario político –el llamado confederalismo democrático del líder encarcelado del PKK, Abdullah Öcalan−, sino también por los lazos existentes entre los cuadros militares de ambos. También es cierto que las YPG han hecho un gran esfuerzo para tratar de desvincularse del PKK, así como mantener su lucha y programa político en Siria separado de aquel del PKK en Turquía. A partir de aquí, el gobierno y la mayoría de medios turcos han generado un discurso en el que se ha tratado a las YPG y a su extenso control territorial y militar en el norte de Siria como una amenaza a la seguridad de Turquía. Para corroborar esta idea se ha recurrido, en buena parte, a hechos distorsionados o no confirmados. Si bien existen correas de transmisión de un conflicto a otro (del kurdo-sirio hacia el kurdo-turco), como quedó demostrado en 2015 tras el fracaso del proceso de paz entre el Estado turco y el PKK, es probable que la invasión de Afrín y las posibles operaciones militares que están por venir al resto de territorio sirio bajo control kurdo no hagan más que generar un recrudecimiento mayor del conflicto en tierras turcas, aunque de momento no haya sido así por, entre otras cosas, la estrategia del PKK de separar su lucha de la de las YPG. Y es que, sin ir más lejos, la retórica nacionalista turca y la represión contra los kurdos siempre han sido recetas efectivas para movilizar a una gran parte del electorado turco. Como muestra de ello, la diferencia de votos para el partido islamonacionalista turco AKP –cuyo líder es el actual presidente de Turquía Recep Tayyip Erdoğan− de casi 9 puntos porcentuales entre las elecciones legislativas de junio de 2015 (40,9%) y la repetición de éstas en noviembre de 2015 (49,5%), dos momentos separados por el fracaso definitivo del proceso de paz entre el estado turco y el PKK y la reanudación de las hostilidades.

De todos modos, para entender la compleja actualidad del conflicto, es imprescindible remontarse al pasado, y entender así que la semilla del mismo se encuentra en el modelo ideológico que Turquía adoptó en su fundación como república moderna, secular y nacionalista.

Orígenes de la cuestión kurda en Turquía: el período otomano

Los kurdos conforman un grupo étnico de 36 a 45 millones de personas repartidos principalmente entre los estados turco, iraquí, sirio e iraní, de los cuales Turquía alberga hasta 20 millones. Siguiendo la definición de Michael E. Brown, por grupo étnico entendemos una comunidad de personas vinculadas por una cultura –una combinación flexible de lengua, religión, costumbres, instituciones, leyes, entre otras−, pasado histórico –real o mitificado− y ascendencia comunes, un sentimiento de pertenencia a un territorio concreto –poblado o no− y la concienciación de su propia existencia como comunidad diferenciada. Así, los kurdos comparten unos hechos culturales diferenciales –el uso de la lengua kurda, la religión islámica (la mayoría), costumbres determinadas, la creación (o la pretensión de hacerlo) de instituciones propias en diversos momentos de la historia −, un sentimiento de pertenencia a un territorio predominantemente kurdo al que llaman Kurdistán, la propia afirmación de conformar un pueblo distinto (al turco, árabe, iraní) y una historia y ascendencia común de orígenes inciertos pero cuyo comienzo se suele situar a partir de la conquista árabe de la histórica Mesopotamia en el año 637.

La historia de los kurdos, desde entonces caracterizada por episodios de desigual rebelión, sumisión o cooperación de sus distintos núcleos tribales respecto a los gobiernos centrales (árabes, persas o turcos) no adquiere importancia para nuestro objeto de estudio hasta las postrimerías del Imperio Otomano. Es entonces cuando la identidad nacional kurda se conforma como tal al mismo tiempo que las identidades nacionales árabe y turca –en el contexto otomano- pasan por el mismo proceso; es el momento histórico marcado por el auge de los nacionalismos.

Antes de intentar comprender por qué los árabes, turcos y kurdos adoptaron una identidad basada en la etnicidad, es necesario entender que el factor principal de identidad en la sociedad otomana era la religión. De hecho, la división de la sociedad en distintos grupos según el eje religioso era el fundamento básico del sistema de los millet del Imperio Otomano. Dicho sistema garantizaba la autonomía de las comunidades no musulmanas a la vez que aseguraba un control indirecto del Imperio sobre éstas a través de líderes religiosos que actuaban como intermediarios, a cambio de la imposición de impuestos adicionales y obediencia administrativa. En este contexto, la identidad de los kurdos, a pesar de conformar un grupo étnico-lingüístico propio, estaba marcada por la religión, así como también por los vínculos familiares y tribales. Los kurdos, al ser mayoritariamente musulmanes sunníes, formaban parte de la umma o sociedad islámica del Imperio Otomano junto con árabes, turcos y otras minorías. A pesar de esto, la compleja estructura administrativa otomana no se basaba únicamente en el sistema de los millet; en el caso concreto de los territorios predominantemente kurdos –hoy, el este de Turquía y norte de Irak−, éstos tomaron forma de principados o jefaturas con distintos grados de autonomía y privilegios especiales, a partir de su anexión por parte de los otomanos del control del Irán Safávida en el siglo XVI. Ésta fue la manera de premiar a los kurdos por haberse alineado con el Sultán, considerado menos centralista que el Shah persa del momento, pero también de asegurar la protección de la frontera oriental.

Las reformas centralizadoras y modernizadoras en el seno del Imperio Otomano a partir del siglo XIX, planteadas con el objetivo de garantizar la supervivencia de un Estado en retroceso, no sólo en cuanto a dominio militar y territorial −a destacar las derrotas del Imperio Otomano ante Rusia el siglo XVIII, culminando en la pérdida de Crimea, y ya en el siglo XIX la consecución de las independencias de los países cristianos Grecia, Serbia, Rumanía y Bulgaria− sino también en lo económico y comercial, acabaron con el sistema de emiratos feudales instaurado en los territorios kurdos. No obstante, y a pesar del conjunto de revueltas que acaecieron de forma descoordinada e irregular a lo largo del siglo lideradas por jefes tribales kurdos, el vacío de poder tras la abolición de los emiratos favoreció el ascenso de los jeques o líderes de las cofradías religiosas kurdas, mientras que los jefes tribales mantuvieron parte de sus poderes locales. El caso es que, incluso bajo la imposición de las reformas conocidas como Tanzimat en la segunda mitad del siglo XIX, y a pesar de las constantes luchas y encuentros con el poder establecido otomano, el sistema sociopolítico kurdo de características tribales y con privilegios especiales se mantuvo en menor o mayor grado hasta bien entrado el siglo XX. Durante los años de la Primera Guerra Mundial una parte importante de los kurdos participaron activamente en el Genocidio Armenio y en las campañas militares lideradas por el posterior padre de la nación turca, Mustafa Kemal, en la conocida como Guerra de la Independencia turca, para expulsar las tropas de los países occidentales ocupantes después de la firma del tratado de Sèvres. Los kurdos, junto con otras minorías musulmanas, se alinearon con los nacionalistas turcos ya que éstos fueron muy hábiles en el uso de un discurso islámico que movilizaba a una población étnicamente diversa contra los países ocupantes cristianos. También influyeron otros factores, como la presencia de tropas extranjeras y la adjudicación de tierras al futuro estado de Armenia según el tratado de Sèvres.

La transición a la República de Turquía: asimilación, rebelión y represión

La realidad se presentó distinta una vez que las fuerzas occidentales fueron expulsadas del país, el sultanato abolido, y los nacionalistas turcos tomasen el poder para fundar una república basada en los principios kemalistas: republicanismo, populismo, laicismo, revolucionismo (reformismo), nacionalismo y estatismo. Y es que como explicaba Andrew Mango, Mustafa Kemal, durante los años anteriores a la creación de la República turca (1923) reconocía la kurdicidad en las regiones orientales, incluso usando el término Kurdistán (posteriormente proscrito), y abogaba por la creación de gobiernos autónomos con los que los kurdos se sintiesen cómodos dentro del nuevo Estado. No obstante, una vez la nueva república fue formada, bajo las ventajosas condiciones del tratado de Lausanne, el presidente Mustafa Kemal entendió que para lograr construir una república moderna y secular necesitaba acaparar el poder absoluto, y en consecuencia la concesión de cualquier tipo de autonomía a los kurdos, considerados como atrasados, sería un obstáculo para dicho objetivo.

El nacionalismo turco que se impuso en la ideología oficial del Estado, aparentemente cívico −en el que todos los ciudadanos de Turquía se reconocían como iguales−, era en realidad fuertemente etnicista. Turquía se constituía como un Estado-nación en el que, para mantenerse unido e inquebrantable, la identidad de la etnia mayoritaria –la turquicidad− se debía imponer a las minorías, forzadas a ser asimiladas. En la práctica esto se tradujo, a partir de 1924, en la prohibición de la lengua kurda, las escuelas, asociaciones y publicaciones kurdas, así como las cofradías religiosas, que suponían verdaderos ejes vertebradores de la sociedad kurda. Es en este contexto de revolución cultural y políticas asimilacionistas del estado turco cuando, paradójicamente, el sentimiento nacional kurdo se unificó gradualmente pasando la etnia a ser el factor principal de movilización. Junto a este proceso, el nacionalismo kurdo se transformó y expandió: el nacionalismo kurdo original, más bien un movimiento cultural de élites intelectuales urbanas, adoptó reivindicaciones políticas radicales y se expandió hacia las clases sociales inferiores del Kurdistán.

El nacionalismo kurdo de los años 20 y 30, cada vez más etnicizado, se caracterizaba también por sus reivindicaciones islamistas ante las draconianas medidas secularizantes de la nueva república. Distintos líderes nacionalistas kurdos se sucedieron en la apuesta por rebeliones violentas que pudieran subvertir el orden establecido y expulsar a las autoridades turcas de territorio kurdo. Entre ellas, las más conocidas fueron la revuelta del jeque Saïd (1925), la revuelta del monte Ararat (1927-31) y la de Dersim (1936-38). La respuesta militarizada del gobierno turco fue en cada una de ellas más brutal e implacable. Además de la militarización de las regiones orientales, desde el gobierno se pretendió también modificar su realidad demográfica –y diluir las “fronteras étnicas” del Kurdistán− a través de deportaciones de kurdos y repoblación con turcos. En Dersim, el último lugar en Turquía donde el poder central no había conseguido establecer su control, el gobierno ejecutó una política de tierra quemada que significó el punto y final de un período de resistencias tribales infructuosas.

Habría que esperar hasta la década de los 70 para que el nacionalismo kurdo en Turquía resurgiera, con una nueva generación de jóvenes influenciados por los sucesos acaecidos en el vecino Kurdistán iraquí –las revueltas kurdas lideradas por el guerrillero Mustafa Barzani− y por las ideas marxistas revolucionarias. Una nueva fase del nacionalismo kurdo que se asentaría con la fundación del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) en 1978.

FUENTE: Xavier Mojal / Menanálisis (http://www.menanalisis.com)