Hemos rescatado un texto del historiador Etienne Copeaux publicado el pasado octubre en su blog susam-sokak.fr cuyo análisis sigue vigente en la actualidad.
En 2018 Erdoğan habrá cumplido tantos años o más que Ataturk al frente de Turquía, ya sea en calidad de primer ministro o bien como presidente. Llevará en el cargo más años que el “Jefe nacional” İsmet İnönü (1938-1950) y muchos más que Adnan Menderes, anti-kemalista e impulsor de una determinada religiosidad (1950-1960). A excepción de estos periodos longevos los gobiernos han sido principalmente efímeros, los gobernantes se han ido sucediendo, alternándose los unos a los otros, pero sin grandes cambios: Erdal İnönü, Süleyman Demirel, Bülent Ecevit, Necmettin Erbakan, Tansu Çiller, Mesut Yılmaz… Coaliciones, deserciones, destituciones, disoluciones, elecciones anticipadas, nos recuerdan la vida política de la IV República Francesa.
¿Pero este dato altera acaso la esencia política? Hasta la llegada de Erdoğan, el país estuvo dirigido siempre por el ejército. Si tenemos en cuenta las “cuestiones nacionales” (millî dava, que aglutinan lo que yo califico como “consenso obligatorio”), no ha habido prácticamente ningún cambio. El inmovilismo que atañe principalmente a cinco temas concretos es flagrante. Algunas de estas cuestiones están tan asimiladas que ni tan siquiera se mencionan.
Conforman en su conjunto lo que podemos definir con toda legitimidad como “el problema turco”.
1- La negación del genocidio armenio
En realidad, en lo que respecta al genocidio de 1915, el verdadero crimen es la propia negación.
Los principales textos de Vahakn Dadrian y Taner Akçam sobre el juicio a los responsables del genocidio de 1919-1920 publicados en Francia en 2015, nos exponen con toda claridad acompañados de documentos que así lo justifican, que la destrucción de la población armenia fue reconocida, juzgada públicamente y castigada. Desde noviembre de 1918 se debatió en la Cámara de diputados otomana, se publicaron testimonios de supervivientes y también de turcos. Durante esta época, antes y a lo largo del proceso, existió una reflexión pública a propósito de lo que se conocería más tarde como “crimen contra la humanidad”. En fin, se sabía todo. Está claro que la acción jurídica se debió en gran parte a la presión de los aliados que ocupaban Constantinopla, en particular la de los británicos. Nos consta que el mismísimo Mustafá Kemal reconoció el exterminio armenio y lo calificó -con demasiado candor- de “acto vergonzoso”. Ya que aún no estaba seguro de su rebelión y temía la reacción de las fuerzas de ocupación. En cuanto tuvo la certeza de su éxito, varió enseguida hacia la negación pura y dura. Y desde entonces, como bien sabemos, la negación ha sido una constante.
El genocidio, el más grave de los actos jamás cometidos, conforma el principio básico de la república, que será musulmana, una millet (comunidad religiosa) musulmana territorializada, que abarca geográficamente la Anatolia y cuyas fronteras políticas serán las definidas en el Pacto nacional (28 de enero de 1920). Se trata del inicio de una limpieza étnica que prosiguió hasta 1970 e incluso 1974, si tenemos en cuenta el caso de Chipre.
El interés político de la negación del genocidio es que aglutina a la población en torno a una complicidad. Es más o menos lo que Hanna Arendt denominó refiriéndose a la Alemania nazi como culpabilidad organizada. De manera que la negación exonera a la población de toda responsabilidad sobre lo acontecido y de todo análisis lucido acerca del pasado (lo que Freud llamaba perlaboración)… puesto que no sucedió nada.
La negación provoca una paradoja irresoluble, teniendo en cuenta que deja fuera del marco republicano a su elemento fundador. Lo que deriva en una doble tensión entre la realidad anatolia y el discurso nacional, elaborado en 1930, que comprende exclusivamente “la historia de los turcos”. De hecho, la época de la negación supuso también la adopción del principio de laicidad a iniciativa de Mustafá Kemal, lo que significó en realidad una toma de control del islam por parte del Estado. ¿Pero qué valor tiene una laicidad proclamada después de haber eliminado prácticamente a todos los no musulmanes? Según el filósofo Olivier Abel, “la laicidad solo es posible en una sociedad multiconfesional a condición de que cada religión admita que existen varios ‘idiomas de Dios’”. En realidad la laicidad servirá durante mucho tiempo para ocultar el carácter no musulmán de la nación.
2- Definición de la nación a través de la religión
La definición de la nación procede de la limpieza étnica llevada a cabo durante el propio proceso de su creación.
¿Por qué decimos que el genocidio marca un hito y en qué consiste?
Construye una nación con una población “limpia”, concentrada en Anatolia y musulmana (todos los “intercambios de población”, es decir expulsiones en masa entre 1923 y 1974, se llevaron a cabo siguiendo exclusivamente un criterio religioso). El carácter musulmán de la nación no responde a una improvisación; fue concebido, principalmente por Ziya Gökalp (su libro “Turquificar, islamizar, modernizar” se publicó en 1918). El proceso se confirmó gracias a una serie de sucesos que “eximieron a Turquía de sus elementos alógenos” (la expresión pertenece al antropólogo suizo Eugène Pittard): el genocidio (1915), la expulsión de los judíos de Tracia, el gran pogromo anti-ortodoxo de Estambul (1955) seguido de la deportación de la población y el posterior destierro violento de los ortodoxos del norte de Chipre (1974).
Mustafá Kemal, condicionado por su política laica (aunque se tratase en realidad de una manera de controlar la religión), nunca reconoció abiertamente esta definición objetiva de la nación. Sí lo hizo el primer ministro Adnan Menderes en Konya en 1965. “La nación turca es musulmana”, máxima que se convertiría en uno de los eslóganes de la extrema derecha, cuyo ultranacionalismo estaba fuertemente impregnado de religiosidad. A partir de ese momento los dirigentes dejarán de proclamarlo pero repetirán hasta la saciedad que “la población turca es 99% musulmana”.
En realidad esta afirmación demuestra una satisfacción cuya causa no se menciona pero se insinúa, la dicha de haber logrado emparejar dos conceptos: la de nación como ideal y la de la población musulmana como principio tangible. Cuando se proclama esta idea jamás se precisa que no siempre fue así, ni tampoco que se trate de un proyecto que ha avanzado a lo largo de un siglo de manera violenta.
Durante el periodo que culminó con la creación de una nación “99% musulmana”, una ideología exprimida por un grupo de intelectuales en la década de 1990, el Hogar de los intelectuales fue adquiriendo fuerza; esta proponía una visión histórica de la nación turca, visión que se convertiría al mismo tiempo en punta de lanza y escudo del islam. Según este principio, denominado “síntesis islámica turca”, el carácter nacional turco solo se puede consumar desde el islam.
Los militares de 1980, en su lucha contra el comunismo, promovieron el concepto. Tomaron medidas importantes para fomentar el islam. En los manuales de historia la identidad turca aparece obviamente ligada al islam, a su pasado, sus héroes, su profeta. Se destapó una parte del velo de la laicidad. No se anuló ninguna de las medidas de Mustafá Kemal, para la religión se reintegró sin tapujos a la esfera pública. Personalidades conocidas, políticos, dirigentes de partidos e incluso los militares y policías de alto rango comenzaron a rezar en público, de manera ostentadora, en presencia de la prensa. Lo que significaba la representación visual del carácter musulmán de la nación.
Este periodo de síntesis islámica turca coincide con el ascenso del partido islamista Refah que en 1994 resultó vencedor en las grandes urbes, incluida Estambul con Recep Tayyip Erdoğan como alcalde, y acto seguido culminó con una mayoría en la asamblea en 1995. En ocasiones, el establishment kemalista y el ejército impusieron regresiones, como el archiconocido ultimátum de 1997 que obligó al gobierno de Refah a dimitir y destituyó a Erdoğan en 1998 para encarcelarlo después. Pero la opinión pública de tinte religioso- reaccionario interpretó estas medidas como una humillación que no hizo sino incrementar la frustración que sentían, la sensación de ser víctimas de una deriva antidemocrática y acentuó la determinación de los partidarios de la síntesis islámica turca.
Este proceso conduce al AKP al poder en 2002. Lo que significa que el AKP y Erdoğan no representan una ruptura; se trata de la culminación de una corriente política que podemos afirmar está ligada ideológicamente a Ziya Gökalp y de facto, al genocidio.
Puede que me equivoque pero no recuerdo ningún otro caso de un personaje político que haya puesto en tela de juicio públicamente el carácter musulmán de la nación.
Si lo examinamos a largo plazo esta circunstancia simboliza una segunda negación ya que viene disfrazada de laicidad. No es que Erdoğan pretenda construir una Turquía más religiosa que sus predecesores “laicos”, simplemente levanta el velo de la laicidad.
3- El nacionalismo
Freud, en la obra “El futuro de una ilusión” que versa sobre religión, nos invita implícitamente a proseguir su análisis respecto a otros “legados culturales”: “¿no deberíamos también denominar ilusiones a las presunciones que rigen algunas de nuestras disposiciones estéticas?”.
Estas ilusiones equivalen a las paranoias que nos hacen sentirnos a gusto. El nacionalismo es una de ellas. Ya que busca el bienestar: nos asegura que somos superiores, nos incluye en una comunidad que nos necesita, nos quiere y que nosotros queremos a su vez. Está cargada de libido, nos aporta “un halo caliente y amoroso” (Fichte: Discurso a la nación alemana). Nos tranquiliza. Se perdonan las violencias cometidas en nombre de la nación. El nacionalismo legitima el pasado y guía el futuro. Cuando está impregnado de religiosidad, nación y religión se unen multiplicando así su fuerza.
La historia teñida de nacionalismo brinda un sentimiento de vigencia del pasado, de desprecio del otro, de exceso. El nacionalismo alimenta la enemistad hacia el Otro, inventa un enemigo si es preciso.
Cuanto más se manifiesta la violencia en una sociedad más se empeña el nacionalismo en legitimarla y desentenderse de toda culpabilidad. Todo lo contrario, se intensifica, busca otros enemigos y engendra nuevos atropellos. Es la careta de la crueldad. El nacionalismo y la violencia se alimentan mutuamente.
De ahí la omnipresencia de los signos nacionalistas en Turquía, donde los mítines políticos (del AKP pero también del CHP kemalista) se celebran frente a una marea humana roja de banderas, en la que los eslóganes afloran por doquier, incluso en las faldas de las montañas y el nacionalismo, en vez de representar una opinión, se convierte en una virtud obligatoria y sagrada.
Que yo sepa, desde la fundación de la república ningún personaje político ha puesto jamás en duda el nacionalismo o el carácter musulmán de la nación, ya que hacerlo supondría cuestionar la propia república.
4- La represión anti-kurda
Ha sido constante desde 1921, y en 1921, 1930 y 1938 se registró una extrema violencia que incluyó masacres y deportaciones. Con Ataturk las operaciones militares suman una veintena. Luego se repetiría una deriva violenta idéntica en 1970 y sobre todo en la década de 1990. Esta contienda formaba parte de la “limpieza” general de todo aquello que no fuese turco, ni musulmán sunita (ya que muchos de los objetivos de las operaciones fueron las comunidades kurdas alevíes tales como Koçgiri o Dersim).
Todas las formas de coacción utilizadas anuncian la gran ofensiva que se llevó a cabo en el sudeste durante el invierno de 2015-2016, contra los barrios y municipios partidarios del PKK. Destrucción de distritos de ciudades (Lice 1992); de miles de pueblos, desplazamiento forzoso de la población hacia las urbes, arrestos, censura, órdenes restrictivas, ilegalización de partidos, violencias culturales, administrativas (municipios puestos bajo tutela del Estado), militarización de las regiones kurdas (estado de excepción o zonas de seguridad, medidas de alto el fuego). Se trata de una política inspirada en las tácticas de violencia colonial, principalmente las empleadas por Francia en Argelia.
En 2013 Erdogan inició un proceso de negociación con el PKK. En aquel entonces declaró que era más difícil construir la paz que hacer la guerra.
¡Efectivamente! Porque está claro que la guerra gobierna en Turquía, es más sencillo gobernar en medio de un clima hostil. Permite un control brutal de la sociedad; facilita la represión a través de medidas administrativas y jurídicas excepcionales (la llamada ley antiterrorista, el estado de excepción); permite la censura y la represión preventiva. Si “hacer la paz no es fácil” se debe a que requiere renunciar a esos métodos de control y gobierno. Y más aun teniendo en cuenta que el nacionalismo legitima esa política.
Resumiendo, el componente anti kurdo representa el principal factor unitario desde la creación de la república turca. No varía con los diferentes gobiernos.
5- La violencia, “cuerpo nocturno” de la democracia parlamentaria
Hasta 2015 los consejeros y los grandes medios de comunicación consideraban a Turquía como la única “democracia” de Oriente Medio. Se celebran elecciones con relativa regularidad, los políticos se retiran al ser vencidos, los ciudadanos pueden elegir a sus diputados.
Este sistema está limitado a su vez por las disposiciones legales y constitucionales que abordé en otro artículo: luego está su “cuerpo nocturno”. Hace poco tuvimos un ejemplo. Durante las elecciones del 6 de Junio de 2015 el HDP, partido de oposición pro-kurdo, superó con creces la barrera del 10% requerida para obtener una representación en la Asamblea. Nunca antes en la historia de la república un partido que respaldaba resolver el problema kurdo con la negociación había logrado un resultado parecido. Pero el poder no podía aceptar semejante resultado. Eligió, por vías constitucionales, postergar la formación de gobierno más allá de la fecha prevista con el objetivo de convocar un nuevo sondeo para el 1 de noviembre. Se trataba de una maniobra “legal”. Pero el “cuerpo nocturno” se puso manos a la obra para desatar la violencia física contra el HDP, contra sus miembros, sus dirigentes e intimidando a sus simpatizantes. El HDP no pudo hacer campaña en condiciones normales y los resultados del escrutinio del 1 de noviembre no fueron para el gobierno tan desfavorables como los precedentes.
La violencia legal se emplea con métodos extremadamente potentes: el ejército, la policía, la gendarmería, las fuerzas de intervención rápida (çevik kuvvet) son respaldadas por la ley y el reglamento, pero actúan al límite de la legalidad. Se trata de las fuerzas especiales conocidas durante mucho tiempo como Özel tim y los miles de “defensores del pueblo”, civiles armados por el ejército, retribuidos o voluntarios, que han multiplicado los actos violentos, de rapiña o de negocios de tipo diverso, a lo largo de la década de los 90. La policía, una fuerza legal en toda regla, emplea constantemente métodos represivos e interrogatorios de lo más brutales (el asesinato del foto reportero Metin Göktepe, 1996).
Esta brutalidad legal es la responsable de las guerras internas de los años 1920 y 1930, en 1990 y los recientes episodios violentos, principalmente los acontecidos durante el invierno del 2015-2016, así como el ensañamiento utilizado en Chipre en 1974, donde cabe destacar la expulsión del norte de la isla de 200.000 ortodoxos y la “desaparición” de 1600 personas.
Es decir, la violencia extra legal ha sido una constante. Se organiza por tribus, que se han visto reforzadas con la guerra y se han enriquecido con el tráfico de armas y drogas, lo que les permite la adquisición de armas y por mafias, ligadas a menudo a las tribus. Mafias y tribus que se interrelacionan y se filtran en la policía y la política tal y como destapó el caso Susurluk en noviembre de 1996.
En realidad, la “democracia” turca está limitada en el espacio y fragmentada en el tiempo, ya que se ha visto interrumpida en tres ocasiones por golpes de Estado violentos (1960, 1971,1980). Es decir, por maniobras legales del ejército que sobrepasan sus límites y actúan contra el propio Estado. La violencia fue tan grande, el miedo al ejército tan poderoso, sobre todo en 1980, que bastaba con una amenaza para provocar la dimisión del gobierno (1997).
En fin, ciertas organizaciones de extrema derecha van más allá que el propio Estado en su lógica nacionalista, acaparan el discurso estatal palabra por palabra e interpretan el rol de su brazo armado oculto. La extrema derecha organizó en varias ocasiones pogromos y masacres de alevíes (Marache 1978, Çorum 1980) mientras organizaciones islamistas violentas intimidaban y asesinaban (Sivas 1993). Quienes representan un estorbo para el Estado o la concepción de la nación son eliminados (Uğur Mumcu 1992, Hrant Dink 2007 y miles de personas a lo largo de los últimos cincuenta años).
Tanta crueldad, constante y expandida a todo el país acaba a la larga por embrutecer a la sociedad. Las tramas provocadas por la violencia estatal hacen que deriven – tanto en el caso de los verdugos como en el de las víctimas- en violencias sociales, domesticas, privadas.
En resumen, en Turquía gobierna de manera constante aquello que el historiador Achille Mbembe llamó el “afán conductor”, “ese movimiento a través del cual el sujeto, obnubilado por un fantasma singular (de omnipotencia, ablación, destrucción, persecución) busca por un lado encerrarse en sí mismo, con la esperanza de asegurar su seguridad frente al peligro exterior y por otro desea descubrirse y afrontar los molinos de viento imaginarios que lo tienen enclaustrado”.
FUENTE: Etienne Copeaux / Kedistan / Rojava Azadi