Las heridas todavía abiertas de los yezidíes

El próximo 3 de agosto se cumplirán siete años de la ofensiva del Daesh (ISIS) contra Sinjar (Shengal), una región al noreste de Irak habitada en su mayoría por la comunidad yezidí. En esa fecha, comenzaron también las masacres, los saqueos, los desplazamientos y las violaciones contra esta minoría religiosa históricamente perseguida de Oriente Medio. Sin embargo, el yezidismo es también una de las religiones más longevas de la región, cuyo origen se remonta al año 2000 a.C. y recibe influencias de la antigua Persia, como el zoroastrismo.

Los yezidíes han sido un grupo perseguido desde la época otomana hasta el Irak baazista de Saddam Hussein. La invasión estadounidense de Irak tampoco mejoró su situación; la comunidad religiosa, debido a su ubicación en el país, se vio envuelta en un enfrentamiento entre los kurdos del norte y el Estado iraquí.

No obstante, el verdadero infierno para esta comunidad religiosa llegó con el auge del Daesh. El grupo terrorista situó a los yezidíes en su punto de mira, acusándolos de ser “adoradores del diablo”. El odio sembrado por el Daesh, unido a la tradicional discriminación que sufrían por parte de otros grupos religiosos, convirtieron los años anteriores a 2014 en una repetición de las múltiples persecuciones que han sufrido a lo largo de su extensa historia. Años de miedo y rechazo, que culminaron con uno de los últimos genocidios cometidos y del que aún miles de personas todavía no se han recuperado. “Nuestra identidad psicológica, social y religiosa ha sido destruida”, señala Khidar Domle, un investigador y activista yezidi a Al Jazeera.

Los yezidíes que no han podido trasladarse a otros países todavía se encuentran en una situación vulnerable en Irak. Además de carecer de apoyo real por parte del Estado, deben hacer frente a la inseguridad y a la tensión sectaria del país. No obstante, en marzo el Parlamento iraquí aprobó una ley histórica para los yezidíes, un gran logro fruto del trabajo incansable de organizaciones no gubernamentales como Yazda, Free Yezidi Foundation o Coalition for Just Reparations. Esta ley reconoce los crímenes perpetrados contra la comunidad religiosa como genocidio y ordena la indemnización y asistencia para los sobrevivientes.

Esta medida, en teoría, sería lo que miles de yezidíes necesitan, ya que asegura un salario mensual, un terreno, apoyo a los menores para reingresar en el colegio y acceso a servicios psicosociales y sanitarios. Por desgracia, será muy difícil ponerla en práctica debido a la crítica situación económica de Irak. Por otra parte, la confianza en el gobierno es muy baja. “Es difícil para los yezidíes volver a confiar en el gobierno. Hasta ahora, no han hecho nada por nuestra gente. Vinieron con esta ley ahora, pero no sabemos si la cumplirán”, declara un sobreviviente a Al Jazeera. Azzad Alsalem, un activista yezidí, señala también que el gobierno iraquí ayuda más a las familias del Daesh que a los yezidíes. “Los yezidíes pagan ellos mismos la vuelta a sus hogares mientras los familiares del Daesh son traídos desde Siria en autobuses”, lamenta Alsalem.

No solo la falta de recursos es lo que dificulta que los yezidíes puedan tener una vida normal. El panorama político de la zona repercute profundamente en la situación de la comunidad. La presencia de kurdos del PKK en áreas donde habitan yezidíes ha provocado que estos se vean expuestos a ataques turcos. Esta minoría también mira con recelo la influencia que están ganando las milicias chiíes sustentadas por Irán ante la debilidad del gobierno de Bagdad.

Además de la situación política, los yezidíes, como ha ocurrido a lo largo de su historia, no se sienten seguros completamente en la región. Según una encuesta realizada por el Instituto de la Paz de Estados Unidos, el 53% de los residentes de Sinjar no se sienten seguros en la zona, mientras que un 96% creen que están en riesgo de violencia y asesinato. Lo mismo ocurre con los casi 200.000 yezidíes que todavía viven en campamentos de refugiados en el norte de Irak, casi siete años después del genocidio. “Han pasado varios años y seguimos viviendo en los campamentos, ¿cuánto tiempo durará esto? ¿Cuánto tiempo permaneceremos desplazados en nuestra patria?”, se pregunta Laila Taalo, una sobreviviente del genocidio.

Por todos estos motivos, las heridas de los yezidíes están todavía muy lejos de cerrarse. Hay que tener en cuenta además que aún quedan miles de desaparecidos, de los que no se sabe si están muertos o secuestrados. “Todavía hay casi 2.880 mujeres y niños cautivos, y no existe ningún plan para salvarlos”, señala Alsalem. Otro proceso especialmente difícil para los yezidíes son las exhumaciones de las muchas fosas comunes en el área de Sinjar.

El pasado mes de febrero se celebró un funeral por las primeras 100 víctimas en la pequeña localidad de Kocho, lugar de nacimiento de Nadia Murad, Premio Nobel de la Paz y superviviente del cautiverio del Daesh. “Me alegra poder ofrecerles un entierro digno, pero mi corazón sigue roto por los miles de familias que tienen aún a sus parientes en fosas comunes. Cuanto más tarden las exhumaciones y los sepelios, mayor será el trauma colectivo”, declaró entonces Nadia.

La ganadora del Nobel es uno de los principales apoyos con los que cuenta la comunidad. Nadia se ha reunido con líderes mundiales con el objetivo de obtener ayuda para los supervivientes del genocidio. Asimismo, ha creado Nadia’s Iniciative, una organización que se encarga de reconstruir localidades destruidas por la guerra. Actualmente, se encarga de la reconstrucción de templos y centros públicos, como colegios, en zonas yezidíes.

Otro de los objetivos de Nadia y su organización es la lucha contra la violencia sexual como arma de guerra, motivo por el que recibió el Premio Nobel en 2018 junto con el ginecólogo congoleño Denis Mukwege. Nadia, al igual que miles de mujeres y niñas yezidíes, sufrió la violencia sexual del Daesh. Esa dura experiencia la narró en un libro titulado Yo seré la última, donde también cuenta parte de la historia de su comunidad hasta que el Daesh irrumpió en su vida. Asimismo, explica el largo proceso judicial que llevó a cabo junto con la famosa abogada Amal Clooney para reclamar justicia. Un proceso que todavía no ha dado resultados.

“Aunque representa a las víctimas yezidíes ante tribunales naciones, no existe aún una estrategia para perseguir los crímenes del Daesh. Las investigaciones lideradas por la ONU son un importante paso, pero no han conducido a un juicio internacional”, reprocha Clooney. Murad coincide con su abogada. “La mayoría de los que perpetraron el ataque a Kocho aún no han sido identificados, arrestados y juzgados. Continúan libres a impidiendo los sueños de mi comunidad de seguridad en nuestra patria”, lamenta.

Pese a que la mayoría de los países occidentales hayan reconocido el genocidio yezidí, la comunidad lamenta el comportamiento de algunos países con los terroristas del Daesh, como por ejemplo el regreso de estos a sus lugares de origen en Europa. “Nos oponemos enérgicamente a que Occidente deje entrar de nuevo a cualquiera de estos combatientes o a sus novias. Deberían ser encarcelados y enjuiciados en Irak por un tribunal internacional por lo que han hecho”, declara Nawaf Ashur Yusif Haskan.

Otro de los reproches de los yezidíes a la comunidad internacional es la poca cobertura mediática que existe sobre su caso. Voces yezidíes señalan que en ocasiones reciben más atención las novias del Daesh, que en muchos casos participaron en los crímenes del genocidio, que las propias víctimas. No obstante, consideran que este problema también existe en Irak. “Ni siquiera los medios locales cubren las consecuencias del genocidio si no es para hacer propaganda”, subraya Azzad Alsalem.

Casi siete años después, los sobrevivientes del genocidio tratan de recuperar su vida mientras aumenta la inestabilidad en Irak. Los yezidíes todavía tienen un camino largo por recorrer en su proceso de curación. La ayuda y el apoyo de la comunidad internacional y de organizaciones internacionales son fundamentales durante este duro camino. Las autoridades locales también tienen un papel clave para que los sobrevivientes puedan sentirse seguros en su propio país.

FUENTE: Margarita Arredondas / Atalayar

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