El sábado 11 de febrero, la socióloga kurda Azize Aslan difundió una carta pública en la que solicitó la solidaridad internacional para su pueblo, afectado por los terremotos devastadores que se produjeron el lunes 6 de este mes en las regiones kurdas de Turquía y Siria. El principal seísmo ocurrió a 34 kilómetros al oeste de la ciudad de Gaziantep, en Bakur (Kurdistán turco, sudeste del país).
En la carta, Aslan no solamente pidió que las donaciones se canalicen a través de la Media Luna Roja Kurda (Heyva Sor a Kurdistanê), sino que alertó sobre la desatención sistemática que sufren las minorías golpeadas por el terremoto en Turquía. En el texto, la socióloga –que actualmente reside en México- advirtió que, en la zona más afectada, donde viven kurdos y alevíes, “las autoridades turcas no proporcionan ni ayuda ni servicio, ni coordinación; al contrario, están alimentando el racismo contra inmigrantes sirios y contra la gente que está tratando de impulsar iniciativas por sus propias fuerzas”.
Aslan, autora del libro Economía anticapitalista en Rojava. Las contradicciones de la revolución en la lucha kurda, habló con La tinta sobre la situación crítica que vive su pueblo. Las cifras de la destrucción, al cierre de esta edición, son escalofriantes: más de 37.000 personas fallecidas, decenas de miles de heridos y más de 7.000 edificios de todo tipo destruidos. Algunas fuentes citadas por medios internacionales arriesgaron que el total de víctimas mortales podría ascender a 100.000.
“Lo que sucedió es debido a un terremoto que viene de la naturaleza, pero hay que decir que la naturaleza no mata simplemente, sino que ahora las decisiones humanas están matando a la gente. Esas edificaciones sin controles sirvieron solamente para que crezcan los capitales que, a su vez, apoyan el sostenimiento del poder estatal”, afirmó Aslan.
La desidia
Desde que se produjeron los terremotos y sus réplicas mortales, crecieron las denuncias por la falta de controles del Estado turco sobre las edificaciones en una de las zonas del mundo con más actividad sísmica. Lara Villalón, corresponsal en Turquía de eldiario.es, explicó que “todos los expertos coinciden en que una mala estructura es más mortífera que el terremoto en sí. Turquía se encuentra en una zona sísmica muy activa y, a pesar de que el Parlamento ha aprobado múltiples legislaciones que exigen a los edificios cumplir con estándares de seguridad, muchos contratistas han podido sortear estas normativas”. La periodista agregó: “El gobierno turco concedió, en 2018, amnistías a miles de empresas constructoras y edificaciones que no cumplían estos estándares. Según la Cámara de Urbanistas de Estambul, 75.000 edificios de la zona afectada por el terremoto han recibido en los últimos años este tipo de amnistías”.
Además, las voces que critican al gobierno del presidente Recep Tayyip Erdogan aumentan por la falta de coordinación en los rescates, el envío de ayuda y hasta hechos represivos por parte de las fuerzas de seguridad en las regiones afectadas.
Sobre este punto, Aslan señaló que “los primeros tres días (después de los sismos) eran muy importantes para encontrar gente viva”, pero el Estado trabó el envío de ayuda y también la posibilidad de que los propios pobladores se organizaran para hacer tareas de rescate. “Lo que pasa ahora es que toda esa zona huele a muerte –remarcó la socióloga, que se mantiene en contacto permanente con su familiares y amigos en Bakur como en Rojava (Kurdistán sirio)-. Los edificios que colapsaron fueron construidos durante el gobierno de Erdogan. Al 60 por ciento de esos edificios destruidos, se les permitió su construcción por este gobierno. No hubo ningún control en estas construcciones, no siguieron las reglas para prevenir los sismos. Es muy evidente que lo que construyeron fueron tumbas para las personas”.
Para la socióloga kurda, es evidente que el gobierno turco discrimina al pueblo kurdo. Esto, según Aslan, no es una novedad, sino que, en estos 100 años de la historia de la República de Turquía, siempre fue igual. “La gente dice que no mandaron ayuda porque son kurdos o alevíes, entonces no votan por el gobierno. Simplemente, los dejaron morir –puntualizó la académica-. El trato del Estado hacia esa zona, desde hace muchos años, nunca tuvo el objetivo de proteger la vida, salvar a la gente o desarrollar a la sociedad. Más bien, es usar toda la tecnología, toda su capacidad y políticas para generar muerte”.
Aslan recordó que, días atrás, habló con su cuñada, que vive en un pueblo cercano a Marash (Kahramanmaraş), una de las zonas más destruidas por el terremoto, y le contó que en el lugar, donde viven 350 familias, apenas cinco casas quedaron en pie. “Todo el pueblo huele a muerte y solo llegaron algunos soldados que no tienen ninguna capacidad para levantar esos edificios que colapsaron”, expresó la socióloga que, a su vez, recordó que el trato del Estado turco hacia el pueblo kurdo y otras minorías étnicas del sur del país siempre implicó “masacres, asesinatos, dificultar la vida cotidiana, asimilar o terminar con esas personas”.
“La gente piensa que los están dejando morir, porque desde hace años los están matando y despoblando los valles y las montañas. La gente está muy enojada y traumatizada. Esto es un colapso de la humanidad, no es simplemente el colapso de edificios”, aseveró.
Estado de emergencia
El gobierno de Erdogan se apresuró en decretar el estado de emergencia. Esta medida genera profundas sospechas, teniendo en cuenta las elecciones presidenciales que se tienen que llevar a cabo el 14 de mayo próximo. En Turquía, sigue presente el anterior estado de emergencia, que el Ejecutivo dictó después del intento de golpe de Estado en 2016. La medida, que en un principio también duraría tres meses, se extendió por más de un año y medio. En ese tiempo, el gobierno desató una cacería que llevó a miles de personas a las cárceles, el despido de funcionarios públicos y profesores y profesoras de las universidades, y la represión abierta en la zona kurda de Turquía.
Aslan explicó que, en 2016, “el Estado generó unas leyes de emergencia, pero que, en realidad, no eran leyes, sino, más bien, fue crear un Estado sin ley y, de ahí, aplicar una dictadura de dominación”. En Bakur, el estado de emergencia de ese año implicó la intervención masiva de los municipios gobernados por el Partido Democrático de los Pueblos (HDP, impulsado por el movimiento kurdo), la encarcelación de diputados y diputadas, y una militarización todavía mayor de la región, en la que viven aproximadamente 20 millones de kurdos y kurdas. La desarticulación de los municipios gobernados por el HDP, según Aslan, ahora se siente entre las personas, ya que la autonomía y la organización social alrededor de ellos fueron coartadas.
Al ser consultada sobre si el gobierno turco podría utilizar esta catástrofe para sacar ventajas en las elecciones (o, en el peor de los casos, suspenderlas y que Erdogan continúe en el poder), Aslan es clara: “Es muy triste pensar así, pero parece que sí”. La socióloga indicó que, si la oposición turca no se mantiene alerta, “Erdogan es capaz de usar todas las vías para cancelar las elecciones o crear hechos de corrupción durante los comicios”.
“Ahora, ya hay torturas, linchamientos de inmigrantes, militarización en la zona de destrucción. Los edificios colapsados, donde abajo todavía hay gente, ordenaron acordonarlos con soldados y nadie puede entrar para rescatar a las personas. Tampoco quieren que se rescaten los cadáveres. Es muy triste y doloroso ver eso”, aseguró Aslan.
Para la académica kurda, por estos días, “a la ayuda que viene de otros países, el gobierno le pone su nombre para utilizarla a su favor. El estado de emergencia permite hacer estas cosas. Para su política de sacar votos, sirve. Si llega una bolsa con el nombre del Palacio de Erdogan, el Estado ya está manipulando. El estado de emergencia sirve para militarizar, controlar y cancelar leyes, pero también para manipular a la gente. En Bakur, no es tan fácil manipular a las personas, pero no hay que dejar que ocurran estas cosas. El estado de emergencia se puede alargar y, entonces, se pueden cancelar las elecciones”, finalizó Aslan.
FUENTE: Leandro Albani / La tinta
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