¿Los yezidíes de Siria al borde del abismo?

Perseguidos, secuestrados, esclavizados, bombardeados y víctimas de más de 70 genocidios en su larga (y poco conocida) historia, los yezidíes conforman un pueblo que se remonta a los orígenes de Medio Oriente. Aunque el yezidismo es una religión que ubica sus inicios en el año 2.000 antes de Cristo (a.C.), en la última década, este pueblo –étnicamente kurdo- irrumpió en los medios de comunicación cuando, en 2014, el Estado Islámico (ISIS) invadió la región de Shengal, en el Kurdistán iraquí (Bashur, norte de Irak), donde se asientan una buena parte de los 500.000 yezidíes que sobreviven en ese país.

En el Kurdistán sirio (Rojava, norte de Siria), los yezidíes también tienen una presencia importante. Históricamente, habitaron en el cantón de Jazira y en los Montes Kurdos (Kurd Dagh), ubicados en el cantón de Afrin. Aunque no hay cifras concretas, en 1963, se estimaba que los yezidíes en Siria eran unos 10.000, según el censo nacional. Al comienzo de la guerra en 2011, se calculaba que en Afrin vivían entre 30.000 y 35.000 yezidíes, y otros 5.000 en la provincia de Alepo. En 2018, antes de la invasión turca contra Rojava, el número de yezidíes en Afrin todavía era de unos 25.000, pero, en la actualidad, solo hay 2.000 miembros de la comunidad.

Los adoradores de Tuasi Melek

En el libro Genocidio del pueblo yazidí (2020), la periodista Ethel Bonet hace un recorrido completo por la fe y la cultura yezidí. Según la investigación de la autora, el yezidismo es la religión más antigua monoteísta, que tiene a Khoda (el que se creó a sí mismo) como su dios y su centro geográfico en la Mesopotamia. La meca yezidí se encuentra en el Valle de Lalish, en la provincia iraquí de Ninive, a 60 kilómetros de la ciudad de Mosul. En ese lugar, se alza el santuario de Adi ibn Musafir al-Hakkari, que se remonta al siglo XII. A su vez, los yezidíes adoran al Ángel Pavo Real (Tuasi Melek), que en su mitología es el primer arcángel creado por la iluminación de dios para guiar a los otros seis arcángeles.

Muchos yezidíes se consideran “kurdos puros” y su denominación, según Bonet, proviene del persa “izid” (ángel) o “yezdan” (dios), términos que aparecen en el Avesta, libro sagrado para el zoroastrismo. Otra teoría indica que la denominación “yezidí” deriva del Califa proscripto omeya, Yazid bin Mawirye, que asesinó al imán chií Husein ibn Alí, nieto del Profeta Mohammed. Esta teoría señala que el yezidismo es una rama del Islam.

Hasta el día de hoy, los yezidíes veneran el fuego, el agua, el aire y la tierra, al igual que el zoroastrismo, donde existe el dualismo entre el bien y el mal, que no se confrontan, sino que se complementan. Este pueblo tiene tres celebraciones principales: la “Fiesta de la Asamblea”, cuando se conmemora el reencuentro de los siete arcángeles, a principios de octubre; el año nuevo yezidí (Çarşema Sor), el primer miércoles de abril, una fiesta de la primavera que se relaciona temporalmente con el Newroz, el año nuevo kurdo que se celebra todos los 21 de marzo; y a mediados de febrero, los faqir (santos) ayunan durante 40 días y luego se celebra la “Fiesta del Sacrificio”.

Desde tiempos inmemorables, a los yezidíes se los calificó erróneamente como “adoradores del diablo” debido al sincretismo de su religión. Este sincretismo convierte al yezidismo en una fe rica culturalmente y con profundas características humanistas. La sociedad yezidí está dividida en castas y tiene reglas estrictas que regulan las relaciones con otros grupos religiosos. Para preservar su identidad, con el correr de los siglos, se volvieron un grupo endogámico.

Destruir la historia originaria

La semana pasada, se conoció el informe Etnocidio contra la población yezidí en Afrin, realizado por la periodista Beritan Sarya, en el que se detallaron los ataques que sufren los yezidíes que habitan en Rojava desde que Turquía invadió y ocupó algunas regiones en 2018.

En el artículo, se detalló que, el 26 de enero de ese año, un ataque aéreo turco “convirtió el templo de Ain Dara, de 3.300 años de antigüedad, en un campo de escombros”. Antes de la invasión impulsada por Ankara, “había 19 lugares sagrados yezidíes en la región de Afrin. Cinco de estos lugares y dos cementerios fueron saqueados y completamente destruidos. Muchos otros lugares fueron devastados y los ‘árboles de los deseos’, típicos de la fe yezidí, fueron cortados”.

A esto, se suma que el centro de la Asociación Yezidí, fundada en 2013, “fue minado y volado por los ocupantes en junio de 2018. En la explosión, la histórica estatua de Zaratustra que se guardaba allí también quedó completamente destruida. En el centro, se habían reunido innumerables libros de la fe yezidí. Tras la destrucción, se construyó en el mismo lugar una escuela coránica” para las milicias yihadistas, reveló el informe.

En la vorágine de terror desatada luego de la ocupación de Afrin, el mayor cementerio yezidí de Siria, situado en el monte Şex Berkêt (Sheikh Barakat), en Dar Taizzah, “fue saqueado y sustituido por una base militar turca –se denunció en la investigación-. Como parte de esta reconstrucción, se eliminaron todas las pruebas de la fe yezidí y se sustituyeron por símbolos islámicos”.

Según el informe y otras investigaciones realizadas por medios de comunicación kurdos, desde que se inició la ocupación turca, al menos 13 civiles yezidíes fueron asesinados y 42 secuestrados en Afrin, de las cuales 11 son mujeres.

Muchos de los yihadistas y mercenarios respaldados por Turquía son ex miembros de ISIS. En Afrin, no sólo están presentes aplicando un sistema militarizado de terror, sino que impulsan la misma ideología que todavía sostiene a los restos desperdigados del Estado Islámico. Entre las medidas que se aplican, se encuentran que las mujeres tienen prohibido salir de sus casas sin un velo negro, además de que los niños y las niñas están obligadas a asistir a las madrasas (escuelas coránicas).

Hasta ahora, Turquía implantó en Afrin a más de 450.000 personas procedentes de otras partes de Siria, así como de otros países, muchos de ellos yihadistas con sus familias. En el informe, se aseveró que, debido a esta política, “la demografía de la región, antes multiétnica, ha cambiado mucho. Los yihadistas también se instalaron en los pueblos yezidíes. Los vestigios de la cultura yezidí y kurda han tenido que dejar paso a las mezquitas y las escuelas coránicas”.

Una de las conclusiones de la investigación es que, frente a la realidad crítica en Afrin, “una parte no despreciable de la población yezidí insistió en no abandonar su tierra natal y seguir construyendo sus propias instituciones como parte del autogobierno democrático, al mismo tiempo que preservar la identidad yezidí”.

Invasión interminable

Aunque la problemática yezidí repercutió dentro de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), sobre todo luego de que la ex prisionera de ISIS, Nadia Murad, obtuvo en 2018 el Premio Nobel de la Paz, por estos días, la situación que atraviesa este pueblo volvió a caer en el silencio y la indiferencia.

En Afrin, Turquía no sólo saquea, ocupa y desplaza de manera forzosa a la población yezidí. También impulsa un profundo cambio cultural dentro de esa población. El martes pasado, la Sociedad Internacional para los Pueblos Amenazados (STPI), con sede en Alemania, denunció que el principal organismo religioso turco, la Dirección de Asuntos Religiosos (Diyanet), continúa con la construcción de mezquitas en las aldeas yezidíes para promover la islamización.

Desde el STPI, indicaron que el Estado turco está promoviendo una interpretación particularmente radical del Islam sunita a través de la Diyanet, como también lo hace en Alemania mediante la Unión Turco-Islámica para Asuntos Religiosos (DİTİB).

Kamal Sido, experto en Oriente Medio en la STPI, explicó que, después de que la mayoría de los yezidíes fueron desplazados por la fuerza, “Turquía estableció a musulmanes radicales”. “Incluso, las niñas pequeñas a menudo tienen que llevar pañuelo en la cabeza. Durante la última escalada de Gaza, las mezquitas circularon discursos de odio contra Israel y los judíos”, dijo el especialista de la STPI.

Por su parte, Mistefa Nebo, copresidente de la Unión Yezidí de Afrin, declaró a la agencia de noticias ANHA que la conversión forzosa al Islam de los yezidíes es una política fundamental de la ocupación turca. “Los yezidíes son obligados a convertirse en musulmanes. Los que no lo aceptan son ejecutados por el ISIS”, advirtió.

En declaraciones recientes, el ex presidente de la Asociación Yezidí de Afrin, Süleyman Cafer, manifestó que “mientras que los primeros 72 genocidios contra la comunidad yezidí fueron perpetrados por el Imperio Otomano, hoy son los nietos de los otomanos los que están masacrando y expulsando a los yezidíes”.

“En Afrin, no ha quedado ni una sola obra histórica que pertenezca a la cultura kurda –alertó-. Todas fueron llevadas a Turquía. Además, los lugares sagrados fueron destruidos. Creo que Erdogan pronto sacará libros y mapas diciendo ‘Afrin pertenece a los turcos, aquí no hay nada kurdo’. La situación de los kurdos y los yezidíes en Afrin es muy mala. Turquía no quiere que un solo yezidí permanezca en Afrin”.

Desde que comenzó la denominada Revolución de Rojava en 2021, los yezidíes fueron actores principales para los cambios sociales que, pese a los ataques e intentos de invasión, se profundizan hasta la actualidad. En la actualidad, forman parte de la Administración Autónoma del Norte y el Este de Siria (AANES) y muchos de ellos integran las filas de las fuerzas de autodefensa de la región. Pero también son víctimas, otra vez, de las políticas represivas y de asimilación, en este caso, por parte del Estado turco. Abandonados por el gobierno de Damasco, olvidados por la ONU, silenciados por los grandes medios de comunicación, los yezidíes de Siria son un pueblo con una historia única, que debe ser protegida y resguardada.

FUENTE: Leandro Albani / La tinta

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