Masacres y genocidios en Medio Oriente y Cáucaso: el caso de Dersim

Muchos grupos étnicos, religiosos y nacionales del Medio Oriente y el Cáucaso han sufrido persecuciones, matanzas y genocidios en algún momento de su historia, que han resultado traumáticos para la memoria colectiva de las víctimas así como motivo de oprobio para los perpetradores.

Los descendientes, tanto de las víctimas como de los victimarios, deben lidiar con la carga del pasado y las consecuencias que aún hoy se experimentan en las relaciones políticas, diplomáticas y cotidianas entre los herederos de aquellos que sufrieron y perpetraron esas matanzas y genocidios. Lo anterior es el marco histórico y político, desde el cual quiero enfocar la creación de todos y cada uno de los movimientos nacionales del Medio Oriente y Cáucaso, que dieron pie a los estados-nación modernos en esta complicada y explosiva región.

En esta serie de reflexiones que hoy iniciamos, nos concentraremos en algunos de esos procesos traumáticos y violentos que juegan un rol importante en la conciencia colectiva e identidad de grupos minoritarios del Medio Oriente y Cáucaso.

En esta reflexión me enfocaré en las masacres cometidas por el ejército turco en la ciudad de Dersim durante el año 1937, y que son el clímax mortal de un trágico proceso que se retrotrae a la rebelión kurda del año 1925 y que marcaría negativamente la relación turco-kurda hasta nuestros días. Paralelamente a esta influencia en la relación turco-kurda, los hechos padecidos por los kurdos en el espacio de tiempo que va de 1925 a 1938 han pasado a la historia común kurda como un elemento central de su nacionalismo que, como todos los movimientos nacionales del Medio Oriente hace una selección, repetición y ocultación de hechos históricos para conformar una narrativa homogénea, sólida y que genera una cohesión e identidad pan-kurda.

Desgraciadamente este y otros eventos violentos que se registraron en las primeras décadas de vida de la República de Turquía, han tenido muy poca repercusión mediática y aún menos atención y estudio académicos en América Latina, lo que se explica por una parte por el desinterés intelectual sobre este periodo histórico, y por otro por las acciones de censura e intimidación que las embajadas de la República de Turquía ejercen sobre los académicos que intentamos dar a conocer estos temas. (1)

Entre los principios fundacionales e ideológicos de la Turquía moderna destacan: la abolición del Sultanato y el Califato; la institucionalización forzada del nacionalismo turco en una población étnicamente diversa; la negación y ocultamiento para la memoria colectiva turca del genocidio sufrido por los armenios en el periodo final del Imperio Otomano, así como la promoción de políticas y medidas represivas implementadas por la élite kemalista en detrimento de todo movimiento étnico, religioso o ideológico que cuestionaran la unidad de la nación y territorio turcos. Todos y cada uno de estos principios fundacionales tuvieron un impacto profundo entre los kurdos, quienes forman el grupo racial no turco más grande en la Turquía contemporánea y por lo mismo han representado, desde la fundación del periodo republicano, un serio cuestionamiento a la unidad nacional del país.

En este punto, vale la pena hacer una reflexión sobre qué se entiende cuando hablamos de los kurdos, pues se les suele representar como un grupo homogéneo y cohesionado cuando en realidad, si se les aborda de manera seria y neutral, se muestran como un pueblo heterogéneo y muchas veces fragmentado. Es cierto que el discurso pan-kurdo hace caso omiso de las diferencias internas, en aras de proyectar a una nación unificada, pero la diversidad intra-kurda me parece un tema de estudio apasionante que no debe ser abandonado.

Martin van Bruinessen quizá sea el occidental que más ha investigado y publicado sobre la sociedad kurda y su heterogeneidad étnica, lingüística y religiosa. El propio van Bruinessen reconoce que desde hace un par de siglos los kurdos se han auto-reconocido como un pueblo distinto a persas, turcos, árabes y otros grupos, con los que han interactuado a lo largo del tiempo. Ese sentido de “kurdidad” y de pertenencia colectiva resulta sorprendente (y hace del nacionalismo kurdo contemporáneo un tema de estudio interesante) debido a tantos factores  que dividen a los kurdos.

La religión y la lengua materna son dos elementos centrales en la identidad kurda, pero, paradójicamente, no todos los kurdos comparten la misma lengua ni se adhieren a la misma religión. A lo anterior hay que sumar que la sociedad kurda es altamente estratificada y con gran influencia de figuras tribales entre la población kurda rural, aunque también es cierto que en las últimas cuatro décadas ha habido una gran migración del campo hacia las ciudades (Estambul es la ciudad con más número de kurdos en el mundo), lo que ha generado nuevas definiciones identitarias kurdas.

Los kurdos hablan una gran variedad de dialectos, muchos de los cuales son mutuamente inteligibles, aunque todos ellos han sido influenciados por el idioma dominante con el cual conviven. El kurmanji y el sorani son los dos dialectos kurdos principales; el primero hablado en el Kurdistán turco y las partes norteñas del Kurdistán iraquí e iraní, mientras que el segundo se habla en la zona sur del Kurdistán. Además de estos dos dialectos kurdos encontramos otros como el zaza y el gurani, que se hablan en lugares específicos del Kurdistán. A lo anterior se suma que los kurdos suelen comunicarse también en el idioma dominante del país en el que residen (turco, árabe, farsi, hebreo, georgiano, armenio, etc.), y para la diáspora kurda habría que incluir al alemán, inglés, francés y ruso como idiomas de expresión y comunicación de una parte importante de su intelectualidad y élites diaspóricas.

Esa misma diversidad la encontramos en el aspecto religioso, pues si bien la mayoría de los kurdos son musulmanes sunitas de la tradición shafií otros se adhieren al Islam shiia duodecimano, así como a minorías heterodoxas y sectas como los alevies, término con el cual se designa a un grupo de sectas sincréticas shiias, que tienen en común la adoración de Ali y prácticas pre-islámicas de origen turco e iranio. Entre los alevies destacan aquellos residentes de Dersim (la actual Tunceli) que hablan el dialecto zaza, pues durante el Imperio Otomano fueron cruelmente perseguidos tanto por sus creencias heterodoxas (heréticas para el Islam sunita ortodoxo) como por su cercanía y simpatía hacia lo persa. (2)

Yezidies, diferentes grupos cristianos como armenios, griegos ortodoxos, nestorianos, así como pequeños grupos de judíos, han vivido y algunos de ellos aún residen en el Kurdistán, lo que muestra una zona de alta diversidad y tolerancia religiosa, a lo que se agregan turcomanos, árabes y pueblos de origen caucásico (qarapapakh, kirguizos y circasianos) que, si bien son musulmanes, no son kurdos.

Habiendo dado un brevísimo vistazo a la diversidad existente entre los kurdos, nos enfocaremos en los hechos acontecidos entre 1925 y 1937 durante los cuales, como ya se hizo mención, se delinearon los estereotipos, prejuicios y dinámicas que condicionan la relación turco-kurda hasta nuestros días.

En 1925, explotó una rebelión kurda liderada por el Shaykh Sa´id, de Piran, que demostró, tanto en su desarrollo como en la forma en que reaccionó el gobierno turco, que las relaciones entre el joven Estado y su población kurda habían evolucionado en pocos años a una relación sistemática de persecución, marginalización, humillación y negación de la kurdidad (3), misma que debería ser destruida por la nueva república en aras de lograr una turquidad absoluta en la población del país fundado por Atatürk.

Paradójicamente, esta rebelión kurda se registraba en un momento en el cual Turquía  se delineaba como una potencia en ciernes, después de que había logrado una victoria militar contundente contra los griegos, desafiado a los países aliados en la esfera diplomática al imponer los parámetros del Tratado de Lausanne en detrimento de lo negociado en el Tratado de Sevres. A los éxitos exteriores, se sumaba un ambicioso proyecto de modernización y reformas administrativas internas. Como ya se ha mencionado, la amplia minoría kurda de Turquía representaba un desafío trascendente para el nuevo Estado.

Unos años antes del estallido de la rebelión de 1925, los líderes tribales, intelectuales y algunas figuras nacionalistas kurdas habían sido exiliadas violentamente de la región kurda de Turquía y se prohibió legalmente el uso del idioma kurdo. A lo anterior se sumaba la intentona turca de conquistar la estratégica ciudad de Mosul, una antigua provincia del Imperio Otomano que estaba en manos británicas y que reviste de importancia histórica para el nacionalismo kurdo. Estas dos dinámicas: el intento de recomposición étnica y la amenaza turca a Mosul, alarmaron a varios líderes religiosos kurdos.

Mientras la Liga de las Naciones enviaba una comisión encargada de determinar si los habitantes de Mosul preferirían permanecer en el recién creado Estado iraquí o unirse a Turquía, la rebelión explotó el 7 de marzo de 1925. Si bien se recuerda al ShaykhSa´id de Piran, un líder derviche de la orden Naqshbandi, como la fuerza motora de la insurrección, en realidad la revuelta fue planeada, diseñada y ejecutada por un grupo de kurdos nacionalistas entre los que destacaba el coronel Khalid Beg, de la tribu Jibranli.

Rápidamente, la rebelión prendió y se extendió a varios pueblos y si bien las fuerzas kurdas lograron ocupar Kharput, fallaron en sus intentos de conquistar ciudades clave como Diyarbakir (Amed) o Malatya, lo que provocó que el ímpetu inicial fuera menguando. Si bien el ejército turco logró controlar la revuelta, la movilización armada kurda de baja intensidad continuó por varios meses ayudada por el clima frío y las montañas, eternas aliadas y refugio de los kurdos.

Wadie Jwaideh, en su monumental obra “Kurdish National Movement”, relata cómo el gobierno turco tuvo que acudir a las autoridades francesas que controlaban Siria en ese momento para obtener permiso de utilizar la sección del ferrocarril de Bagdad que cruzaba territorio sirio, y así lograr la movilización de tropas, armas pesadas y vituallas suficientes para suprimir el levantamiento kurdo. (4)

La contraofensiva turca no distinguió entre combatientes y población civil, y desató toda su furia desde la última semana de marzo hasta el 12 de abril, cuando los principales líderes kurdos, incluido el Shaykh Sa´id, fueron capturados. Los rebeldes, derrotados, exhaustos y sin líderes, huyeron para intentar escapar a las matanzas, destrucción de poblados, quema de tierras, ejecuciones, violaciones y todo tipo de medidas punitivas ejecutadas por el ejército turco que buscaba quebrar el espíritu de resistencia kurdo.

Las cifras de muertos, heridos y exiliados, así como el número de pueblos y villas destruidos, es aún objeto de debate entre historiadores y polémica entre políticos, pero de acuerdo a las fuentes kurdas 206 villas fueron destruidas, 8.758 casas incendiadas y más de 15.200 hombres, mujeres y niños asesinados; hay estudios que demuestras que más de medio millón de kurdos fueron deportados durante los inviernos de 1925, 1926 y 1927.

Se especula sobre el rol del nacionalismo y de la religión en la rebelión kurda de 1925, pues mientras algunos argumentan que fue un levantamiento religioso y tribal, otros encuentran ya elementos nacionalistas. Jwaideh sostiene que la rebelión fue resultado de la mezcla entre la causa religiosa y tribal con un incipiente sentimiento nacional kurdo. Las políticas seculares del gobierno turco afectaron a los liderazgos religiosos kurdos tradicionales, y las medidas económicas implementadas también tuvieron un impacto negativo para la mayoría de los clanes kurdos.

A partir de este momento, se establecerían las percepciones dominantes entre turcos y kurdos. Para el gobierno turco, los kurdos significaban atraso, ignorancia, salvajismo y un elemento utilizado por las potencias extranjeras para desestabilizar a la República. Atatürk daría varios discursos en la Gran Asamblea Nacional en los cuales culpaba a los ingleses de intrigar e incitar a los kurdos a rebelarse. Para los líderes religiosos e intelectuales kurdos, el proyecto kemalista era una amenaza a su identidad nacional, creencias religiosas y su estilo de vida.

A la revuelta de 1925 le seguirían una serie de conflictos entre los que destaca la rebelión de Agri Dagh, de 1930, que enfrentó no sólo a Turquía con sus habitantes kurdos, sino también con Persia. La rebelión de Agri Dagh se saldaría con la implementación de medidas y leyes anti-kurdas más represivas que afectarían el desarrollo político, económico y cultural del este de Turquía. Se declaró a la zona kurda del país como territorio prohibido y los poderes de líderes tribales y shaykhs kurdos fueron abolidos por ley. Todas las propiedades de los líderes kurdos fueron transferidas al Estado y se amenazó con la deportación a todo habitante que hablara en un idioma que no fuera el turco.

Estas medidas llevarían en pocos años a una nueva rebelión kurda que explotaría en la ciudad de Dersim y que analizaremos en la segunda parte de esta reflexión.

Notas:

(1) De manera personal puedo decir que la Embajada de Turquía en México y en Chile han llevado a cabo acciones de censura contra mi trabajo académico y han logrado la cancelación de conferencias relacionadas a estos temas.

(2) La matanza de Dersim contra los kurdos zaza hablantes será el tema de la segunda parte.

(3) Sobre la kurdidad: (Kurdishness en la literatura especializada) consultar “Essayson the Origins of KurdishNationalism” editado por Abbas Vali.

(4) Este permiso se concedió de acuerdo al artículo 10 del Tratado franco-turco de octubre de 1920.

FUENTE: Manuel Ferez Gil / Informe Oriente Medio / Este artículo es la primera parte de una serie de dos, los esperamos próximamente con la segunda parte.