“Mi casa está ocupada, no puedo volver”

Tras huir de Ras Al Ain por la ofensiva turca de octubre en el norte de Siria, cuatro vecinos decidieron volver para comprobar el estado de sus casas. Horas después, la madre de uno de ellos recibió una foto de un miliciano posando con sus cadáveres. Tres de ellos fueron ejecutados por Al Sultan Murad, facción apoyada por Turquía, que exigió dinero a las familias para recuperar los cuerpos. Este episodio se suma a una lista de 150 violaciones perpetradas por milicianos aliados de Ankara en la franja norte de Siria, entre Ras Al Ain y Tal Abyad, según un informe del Centro de Información de Rojava (RIC).

En la “zona segura” creada por el presidente turco, convivían kurdos, yazidíes, turcomanos, asirios y árabes. Desde la invasión turca los kurdos no son bienvenidos.

De los 220.000 desplazados por la ofensiva, 123.000 han vuelto a sus casas, 68.000 continúan desplazados en el nordeste de Siria y 20.000 han huido a Irak, según datos de Consejo Noruego de Refugiados (NRC). No es aleatorio quién puede regresar a la zona segura. “¿Kurdo o árabe?”, se pregunta en los controles al que intenta entrar, según prensa local. Erdogan explicó en octubre que la zona segura era “adecuada” para árabes, no para kurdos. Los vídeos de civiles secuestrados o ejecutados al tratar de volver, circulan por la región.

Fadiye, de 47 años, era copresidenta de Consejo municipal de Serekaniye (Ras Al Ayn, en árabe). Hoy vive con sus hijos en uno de los catorce campamentos de desplazados en Al Hasaka creados por las autoridades. En el campo se siente “olvidada”. “Mi ciudad, mi casa está ocupada, no puedo volver”, añade. Familias de los rebeldes a sueldo de Turquía, la mayoría árabes de otras zonas de Siria, se están trasladando a la zona, según una fuente de RIC. Pero la promesa de Erdogan de enviar un millón de refugiados sirios desde Turquía no se ha materializado.

Desde Al Hasaka, Siwan Mao trabaja con una oenegé local para atender a los desplazados. Se queja de que no han recibido comida de donantes en los últimos dos meses. “Las oenegés internacionales se sienten inseguras en la región”, dice en referencia a la presencia de tropas rusas y estadounidenses. Donald Trump decidió mantener tropas en los pozos de petróleo en Deir Ezzor, a pesar de que en un primer momento anunció la retirada.

El envío de ayuda a Siria se complicó aún más en enero. Tras la presión rusa y china, el Consejo de Seguridad de la ONU limitó la resolución 2449 sobre el transporte de ayuda humanitaria, lo que implica que Damasco puede restringir su entrada. “Dificultar o bloquear el acceso de ayuda representa una violación del derecho internacional”, denuncia David del Campo, director de cooperación internacional de Save the Children.

200 a 700 dólares por cruzar la frontera

Los 20.000 sirios que han huido a Irak, la mayoría familias kurdas, se refugian en los campos de Bardaras (18.250 personas) y en Gawilan (1.450). La NRC ha distribuido calefactores, pero los vientos helados penetran en las tiendas, según explica Hakim Alansi, coordinador regional de la oenegé. Los refugiados pagan entre 200 y 700 dólares a contrabandistas para cruzar la frontera. “Hay muchas familias separadas por no poder cubrir el gasto de cruzar la frontera” dice Alansi. Para salir del campo de refugiados, según la normativa del Gobierno regional, se necesita un “patrocinador”, es decir, un familiar que viva en Irak. Los refugiados “quieren tener libertad de movimientos, trabajar, pero no pueden”, cuenta Al Ansi.

Aun así, el 95% de los refugiados de Bardarash prefiere quedarse en Irak, según una encuesta de NRC. El 69% aduce miedo a los combates, el 17% no tiene casa a la que volver y el 10% teme represalias de milicias o del régimen sirio.

Solo 525 de los que huyeron a Irak han vuelto a Siria. Desde la ciudad siria de Al Malika, la joven Soulnar cree que “las atrocidades que hemos visto han cambiado la situación para siempre”. Tras la limpieza étnica, “la brecha entre kurdos y árabes permanecerá años”, sentencia.

FUENTE: Alicia Medina / La Voz de Galicia