Por qué la resistencia es fundamental para la literatura kurda

Al llegar a la mayoría de edad como niña kurda en Irán, aprendí desde el principio que estar viva era un acto de subversión. Pertenezco a un pueblo que ha sido objeto de repetidos genocidios. Desde que los aliados volvieron a dibujar el mapa de Oriente Medio, después de la Primera Guerra Mundial, hemos sido atacados por cuatro estados atroces, que nos han percibido como amenazas -por lo cual debemos aniquilados-, y nunca humanos. Así sucede desde la masacre de Dersim, de 1937 a 1938 a manos del gobierno turco, el genocidio de Anfal de Saddam Hussein en Irak, en 1986 y 1988, y las ejecuciones en curso en Irán.

Me criaron con historias silenciosas de masacres y cómo las sobrevivimos. Cómo los soldados estatales, incluso la milicia voluntaria, vinieron a nuestras ciudades y pueblos para matarnos, y para más que matarnos. Nos gasearon, incendiaron nuestras aldeas, violaron a nuestras mujeres, fusilaron a los padres ante los grandes ojos de sus hijos… y más, mucho más.

Aquellos de nosotras que sobrevivimos a ser borradas físicamente de nuestras vidas, enfrentamos la destrucción cultural. Los estados que nos gobernaban nos decían que no existíamos, o si existíamos éramos simplemente como nos denominaron: Turquía llamó los turcos de las montañas; Irán llamó “mofsid filarz”: corruptores en la tierra. Aquellos que lucharon contra la agresión estatal, fueron etiquetados como terroristas.

A medida que los padres kurdos intentaron proteger a su descendencia ante las políticas de aniquilar o asimilar, perdimos gradualmente partes de nuestra herencia y desarrollamos una disonancia cognitiva entre generaciones, que tenían dificultades para comunicarse. Nuestro idioma y nuestra historia fueron prohibidos, nuestro dolor fue ridiculizado y usado en nuestra contra; nuestros opresores nos negaron y definieron, nos redujeron a subhumanos, en formas que destrozaron nuestro orgullo y dignidad.

A pesar de todo eso, o quizás a causa de ello, los kurdos se han convertido en maestros de la resurrección desde las cenizas. Nuestra condición de apátridas nos mató pero también nos enseñó a resucitar. No es de extrañar que nuestro mantra más común, especialmente en Rojava, haya sido “Barxodan Jiana”: la resistencia es vida.

Para resistir/existir me he apoyado en las artes. La literatura ha sido mi refugio, mi soporte vital, pero mi búsqueda para encontrarme en ella resultó inútil. Al crecer como analfabeta y, por lo tanto, alejada de la lengua y la literatura kurdas, busqué mi reflejo en la literatura persa, y mundial en inglés. Pero nunca encontré a nadie remotamente similar a mí. Nadie había escrito a las mujeres kurdas en la literatura. Tuvimos que hacerlo nosotras mismas. Gané una beca para obtener mi Maestría en Inglés y Escritura Creativa, en la Universidad de Windsor, en Canadá.

Así comenzaron mis años de escribir en el exilio. Puse sangre y sudor en la elaboración de cuentos de mujeres iraníes modernas, y publiqué Ecos de la otra tierra, que pasó a ser nominada al premio Frank O’Connor de relatos cortos en 2011. Y pasé los siguientes nueve años escribiendo mi primera novela Daughters of Smoke and Fire, que fue publicada por The Overlook Press en los Estados Unidos y Harper Collins en Canadá al comienzo de la pandemia. El libro de bolsillo se publicará en mayo de 2021.

Como muchas otras kurdas de la diáspora, aprendí a leer y escribir en mi lengua materna y aprendí mi historia y mi política. Busqué las historias de mujeres kurdas que simultáneamente habían luchado contra la opresión étnica y de género y tenían voz: mujeres como Leyla Zana y otras parlamentarias, alcaldesas y líderes que fueron elegidas pero encarceladas, que soportaron la tortura sexual más sádica y aun así enviaron mensajes de valentía y determinación desde detrás de las rejas. En la literatura kurda y en la vida real, hay mujeres y hombres kurdos poderosos, como la maestra ejecutada Farzad Kamangar, cuya vida fue la inspiración de mi novela; o como el encarcelado Selahttin Demirtas, que ha sido llamado el Obama kurdo; todos viven vidas complejas y resistentes.

Los kurdos han podido gobernar su propia área desde que se levantó el puño de hierro del régimen sirio de su región, en 2012, cuando puso la atención en aplastar un levantamiento en el sur del país. Unas 11.000 vidas se perdieron en el esfuerzo por derrotar al Estado Islámico, y las imágenes generalizadas de combatientes kurdas se volvieron virales en los medios internacionales. Cuando Rojava llegó a existir, en 2012, se convirtió en mi paraíso recuperado. Lo que dio esperanza y valor a mi escritura fue el tipo de sociedad que crearon los kurdos: un enclave de base, democrático, feminista, étnicamente inclusivo y ecológicamente sostenible. Se prohibió el matrimonio infantil, el matrimonio forzado y la poligamia, y crearon comunas donde las mujeres tenían poder de veto.

Rojava, este oasis en una región volátil, aunque imperfecta, fue otra de las principales razones por las que creí que podía crear personajes que encontraran y emplearan la agencia contra los horrores de los genocidios, las ejecuciones y las traiciones. La existencia en Rojava de la liberación de la mujer, el confederalismo democrático y el ambientalismo, un modelo que no solo los kurdos, sino el mundo necesita, ha sido la realidad kurda más inspiradora. Los personajes que había creado en mi novela saltaron de la página y vivieron en Rojava. Hijas del humo y el fuego, que se entrelaza con 50 años de historia kurda moderna, cuenta la historia de tres niños kurdos que crecieron juntos, Leila, Chia y Shiler, pero que encontraron diferentes medios para desafiar la inexistencia: un bolígrafo, una cámara, una pistola.

Pero luego, la invasión ocurrió en octubre. Mientras 400.000 habitantes fueron desplazados, quemados, asesinados y traumatizados, la desesperanza se apoderó de mí. Vi que todo lo que es bueno, correcto y posible, se destruye o se usa como moneda de cambio entre los políticos.

Entre los videos horribles y otras pruebas de los crímenes de guerra de Turquía que han surgido desde la invasión de Siria por parte de ese país, uno, en particular, me hizo añicos por dentro.

Una política kurda de 35 años, Hevrin Khalaf, que había estado trabajando para fomentar la cooperación kurdo-árabe en la Siria de posguerra, es sacada de su automóvil y golpeada violentamente con objetos metálicos. Las imágenes muestran a milicianos respaldados por Turquía gritando insultos mientras la asesinan. La arrastran por el pelo hasta que su piel se despega de su cuero cabelludo. Los principales medios de comunicación de Turquía transmitieron con orgullo el asesinato como una “operación exitosa de neutralización” de una “terrorista”.

Para una escritora kurdo en el exilio como yo, esto no fue simplemente otro video sangriento e inhumano en las redes sociales. Abrió mi dolor histórico y el trauma intergeneracional y me tragó viva. Me sentí paralizada durante varios días y noches.

Aun así, ser una escritora kurda se trata de renacimiento y resistencia. La precaria vida de los kurdos ha viajado a través de la historia y seguirá haciéndolo. Si hago lo que sé hacer, al menos, puedo demostrar que incluso en la era de los estados-nación, los kurdos apátridas importan y somos tan complicados, importantes, imperfectos, divertidos y fascinantes como cualquier otro grupo humano. Quizás si recordamos nuestra humanidad, la de los kurdos, la de todos, podemos crear políticas globales que reflejen eso.

FUENTE: Ava Homa / Syrian Democratic Times / Traducción y edición: Kurdistán América Latina

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