Para el día 8 de marzo, las internacionalistas que estamos en Rojava nos hemos puesto la tarea de pensar sobre la libertad de las mujeres, cómo la entendemos y qué significa para nosotras, nacidas en distintos sitios pero ahora viviendo aquí, dónde la lucha de las mujeres está siendo la vanguardia del movimiento revolucionario.
Si me hubieran hecho hace diez años esta pregunta, probablemente hubiera respondido que la libertad es algo que tiene que ver con lo que una puede o no puede hacer, que aparece cuando desaparecen los límites… Ahora, sin embargo, no sé por dónde empezar. Aunque intuiciones las hay… intuiciones que tienen muchas voces, de compañeras conocidas y desconocidas, del pasado y del presente, luchadoras de todas las latitudes que poco a poco nos ayudan a imaginar qué es eso que estamos persiguiendo y qué tan difícil es poner en palabras…
Pero las intuiciones sólo no bastan, porque para compartirlo primero hay que poder decirlo. Así que aquí voy con este intento, que seguro que se quedará corto, pero que igual me ayudará a ordenar un poco las ideas.
¿Qué es entonces para mí la libertad de las mujeres?
La libertad de las mujeres es que ningún Estado, ninguna empresa ni ninguna persona, pueda violentar los territorios donde vivimos, nuestros cuerpos y nuestras vidas. Es poder escoger vivir o no en la tierra donde hemos nacido, y hablar y crecer en la lengua que pensamos. Es poder vivir lo propio de nuestras culturas, sin que ello sea un límite para cambiarlas si es preciso. Es construirnos a nosotras mismas sin que nadie nos diga qué podemos o no podemos ser o sentir. Es conocer nuestra historia, la de verdad, y no la que nos han contado para que no podamos imaginar otras opciones que las que nos presentan como posibles.
Es tener tiempo para pasarlo con las compañeras y con las personas que queremos, es poder escoger cómo y con quien nos queremos relacionar. Es aprender a querer y a dejarse querer, sin poseer ni ser poseídas, a disfrutar cuando estamos juntas y, a la vez, perder el miedo a perder a aquellas que nos rodean, sabiendo que los lazos que tejemos son sólidos y perduran más allá del tiempo compartido.
Es poder sentarnos bajo los árboles, respirar aire que no sea más que aire, saber dónde encontrar el silencio y poder ir a buscarlo cuando sea necesario. Pero para ello, tiene que haber árboles, aire y silencio.
Es no depender del dinero para vivir, ni necesitar consumir ocio para disfrutar.
Es saber que no tenemos que llegar a todo solas y tener una comunidad y redes para llegar a todo juntas. Es tener el tiempo y los espacios para organizarnos. Es aceptar que en el hacer nos podemos equivocar, sabiendo a la vez que tenemos compañeras que si cometemos errores nos lo harán ver para que podamos aprender de ellos y arreglarlos. Es poder reconocernos también vulnerables, soltarnos cuando ya no nos podemos sostener y saber que habrá alguien que estará allí para echarnos una mano para remontar lo caído.
Libertad es no tener que poner en riesgo nuestras vidas para defenderla, pero sabernos preparadas y dispuestas a hacerlo si alguien la amenaza. Es perder el miedo a la muerte, que no el respeto, y llegado el caso, poder escoger cómo y cuándo morir.
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Y estoy escribiendo y en mi cabeza en vez de respuestas aparecen más preguntas, probablemente hechas por mi yo del pasado, a quien le parecía mucho más fácil su definición de libertad que la que me está saliendo ahora mismo. Porque entonces, ¿qué pasa con los límites? ¿Tiene o no tiene límites la libertad? Y la libertad de las mujeres, ¿es individual o colectiva?
Pero a estas alturas, las respuestas están un poco más claras. Porque la libertad de unas no puede ser a costa de la libertad de las otras y, si eso es lo que se pretende, entonces no habría que abanderar la lucha por la libertad de las mujeres, sino que habría que especificar para qué mujeres, sin que ello lo haga más justificable. La libertad de las mujeres o es de todas y para todas o no es. Y en ningún caso esta libertad puede ser tampoco a costa del mundo.
Por otro lado, en el proceso de construir esta libertad colectiva, los límites son inevitables para ayudarnos a deconstruir el ideal de libertad individual neoliberal. Límites al consumo para aprender a vivir sin depender de él. Límites a la propiedad privada para recuperar la propiedad colectiva. Límites a los tiempos y los espacios de debate y representación para que otras compañeras los ocupen. Límites en las relaciones, para asegurarnos que todo lo que demos es lo que queremos dar. Límites al “yo” para dejar espacio al “nosotras”.
Se oye otra voz dentro de mi cabeza que, esta vez, con un tono un poco repelente, me dice que esto de lo que estoy hablando no es la libertad de las mujeres, sino la libertad de todas las personas. Y yo me pregunto… ¿es que acaso aún no han entendido que es precisamente eso lo que pretendemos?
FUENTE: Marina Laguarda Batet / Buen Camino / El Salto Diario