¿Quién puede creerle al sultán?

¿Coincidimos en que Israel es un Estado de ocupación y que el pueblo palestino tiene absoluto derecho de habitar su tierra en paz? ¿Coincidimos en que la existencia misma de los asentamientos de colonos israelíes en los territorios palestinos ocupados viola el derecho internacional humanitario y constituye un crimen de guerra  que tiene que cesar ya mismo? ¿Coincidimos en que el derecho a la autodeterminación de los pueblos es incuestionable? Bien. Entonces podemos empezar a hacernos otras preguntas.

Hace unos días atrás, el escritor kurdo- sirio Halim Youssef escribía en sus redes sociales: “Lo que Israel está haciendo en Jerusalén oriental y en Gaza en setenta años, Turquía lo hizo en Afrîn y Ras al-Ayn en setenta días”. Pero claro que aquí apenas  hemos oído hablar de Kurdistán y en general es difícil reaccionar, menos aún conmovernos ante lo que no conocemos.

Pero hay un hecho que no debería pasar desapercibido y tiene que ver con las declamaciones públicas de Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía, que lo han instalado como un  defensor indiscutible de la causa palestina. Convertido, de repente, en un guardián de los derechos humanos, mientras reúne apoyo y asegura que las fuerzas militares islamistas están listas para intervenir en Oriente pero, al mismo tiempo, sin dejar de abrirle los bolsillos a Occidente, se lo ha escuchado enfurecido con Biden, exigiendo lecciones de hierro a Putin y maldiciendo a Austria  por el apoyo brindado a Israel. Sin embargo, como suele suceder cuando de apuntar al régimen sionista se trata, todos rápidamente se desmarcaron y los pataleos del presidente turco no solo no fueron oídos sino que fueron invalidados con la ya sabida -pero no menos efectiva- acusación de antisemitismo.

En un escenario siempre polarizado y sujeto a la lógica binaria de los buenos y los malos, ¿qué consecuencias e intereses no develados tiene realmente todo esto en la voz de un jefe de Estado que a menos de 1000 kilómetros está cometiendo un genocidio contra otro  pueblo?

La lucha por la autonomía del pueblo kurdo y su proyecto político confederal es una pesadilla interminable en la pretensión confesa de Erdogan de convertirse en el nuevo líder de un sultanato -hasta ahora imaginario- a fuerza de inequívocas políticas expansionistas neo-otomanas que, entre sus principales objetivos, está la restauración de las fronteras imperiales de antaño. Para ello, necesita sostener sus políticas guerreristas y aplastar toda voz opositora y de resistencia dentro y fuera de sus fronteras. Detallar las acciones que en este sentido viene llevando el presidente turco, nos llevaría muchísimo tiempo, y cada una en sí misma tiene un desarrollo y un interés geopolítico específico, pero “no es exagerado decir que desde el Tercer Reich en la década de 1930, ninguna nación ha actuado de manera tan beligerante como la actual nación de Turquía”. La amplia lista de acciones ilegales, invasiones y apoyo logístico, financiero y armamentístico sobradamente demostrados en todos y cada uno de los conflictos desatados en los últimos años y hasta los más recientes o en curso, dan cuenta del protagonismo activo de Turquía y del despliegue de sus sistemáticos intentos de desestabilizar la región, con consecuencias trágicas para los pueblos que habitan esos territorios y una catástrofe humanitaria de magnitudes inimaginables.

Basta con googlear “Afrin” para que ante nuestros ojos se desplieguen todas las imágenes de la crueldad y la barbarie contra un pueblo de mayoría kurda, que supo ser la región más estable de Siria desde el comienzo de la guerra. Hoy, su población se enfrenta a un proceso sistemático de turquificación, lo que significa la eliminación de todo rastro geográfico, arqueológico y cultural de su identidad originaria, el cual se lleva adelante a fuerza de bombardeos y máquinas excavadoras y sobre la base de saqueos, asesinatos, secuestros extorsivos, crímenes masivos y el desplazamiento forzado de miles de personas. Los secuestros de mujeres y niñas han aumentado en forma exponencial con fines de esclavitud sexual, del mismo modo  que las violaciones y las torturas, hechos que en ningún caso pueden ser denunciados, ya que desde la invasión y ocupación turca en enero de 2018, la administración de este cantón ubicado al noreste de Siria, es realizada bajo las órdenes del MIT (Servicio de Inteligencia turco) a través de los llamados Consejos locales. En este contexto de horror, han sido destruidos los santuarios, profanadas sus  tumbas, han sido robados 500 mil olivos y miles de hectáreas de  bosques han sido quemadas. Eso significó para los pueblos de Rojava (Kurdistan oeste), la invasión y ocupación de Afrin en manos del gobierno de Turquía, que con el beneplácito de Rusia, responsable del espacio aéreo, le permitió atacar desde el cielo  mientras sus aliados yihadistas avanzaban por tierra. Esto ni siquiera generó un escándalo diplomático. Afrin era y es parte de una revolución social y política encabezada por el Movimiento kurdo pero de la que forman parte activa otros muchos pueblos de la región, cuya resistencia  vienen sosteniendo en absoluta soledad, cercados y presionados por enemigos no menos imperialistas que Estados Unidos, desde el 2012. Sin embargo, todo esto a nadie parece llamarle la atención.

Ni siquiera a Bergoglio que, como máximo referente de la  Iglesia Católica, debería al menos haber regañado al presidente turco por la destrucción de la herencia cristiana al norte de Siria y sin embargo le prestó oído y tiempo para que despliegue su pedido de castigo contra Israel además del manto para que desparrame sus lágrimas por la sangre derramada en Gaza. ¿Desde cuándo a un genocida lo conmueve la masacre de un pueblo y los crímenes contra la humanidad?

Por otra parte, sus discursos que -vale aclarar- son muy bien recibidos entre una gran parte del pueblo palestino, no hacen más que generar una enemistad profunda entre dos pueblos -el kurdo y el palestino- que supieron tejer, allá por los años 80 en el valle de Bekaa, los primeros lazos internacionalistas de cooperación y solidaridad mutua que hicieron posible pensar en una solución para Medio Oriente, por fuera de las lógicas racistas y colonialistas que se imponen en la región, muchas de las cuales conocemos y padecemos en nuestras tierras de este lado del mundo. En las memorias de la resistencia podemos encontrar todos aquellos objetivos comunes de los pueblos, que los estados-nación con sus múltiples brazos se ha encargado de debilitar. Pero es importante recordar que muchos de los primeros guerrilleros del PKK (Partido de los Trabajadores de Kurdistán, hoy prohibido y señalado como organización terrorista por Estados Unidos y Europa a pedido de Turquía) fueron entrenados en el valle libanés por el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) y que muchos de ellos dieron su vida por defender esta causa. Aunque parezca lejano hoy en día, y sin detenernos en los giros que ha dado cierta dirigencia dentro de las organizaciones político-militares palestinas que por supuesto -y como corresponde- están siendo discutidas hacia su interior, también es oportuno recordar que la Primera Intifada se centró en la liberación de las mujeres y en muchos de los principios fundamentales que mantiene hoy en día el Movimiento de Liberación kurdo.

En este punto, la posición del KCK, la Unión de Comunidades Democráticas del Kurdistán, a través de su portavoz Zagros Hiwa es muy clara: “La difícil situación de los palestinos (árabes), judíos y kurdos es un resultado directo del modelo de Estado-nación de la modernidad capitalista. La imposición del modelo de Estado-nación en Oriente Medio ha dado paso a masacres y genocidios. Sin abordar la política genocida del Estado turco, no podemos comprender el derramamiento de sangre de hoy en Palestina. Erdogan desde Turquía sopla las brasas del fuego en Palestina”. Pero nadie  dice que “todos los pilotos israelíes que bombardean Gaza han sido entrenados en la ciudad turca de Konya”.

Vuelvo a preguntar pero esta vez en dos sentidos: ¿cuáles son las reales intenciones de Erdogan al posicionarse fervorosamente en favor de la causa palestina? ¿Podemos hacer distinciones entre  las necro-políticas que llevan adelante tanto Turquía como Israel? Si podemos aproximarnos a las razones y coincidir en la condena a las políticas genocidas de ambos estados, ¿qué nos lleva a aplicar un “internacionalismo selectivo” donde los ataques sistemáticos de Turquía contra el pueblo kurdo no son condenables ni con la intensidad ni con la convicción que los ataques que comete Israel contra el pueblo palestino? No debería haber ninguna razón para hacerlo. Definitivamente ninguna. Y mucho menos excusas.

Quizás toda esta reflexión no tenga ningún otro objetivo más que llamar la atención sobre los planes sistemáticos de limpieza étnica que está  llevando adelante Turquía contra el pueblo kurdo mientras se monta sobre la sangre del pueblo palestino y nuestros ojos nublados no llegan a  ver más allá de lo que sus intereses quieren que veamos. En las disputas geopolíticas los intereses de los Estados nunca terminan siendo los de los pueblos que luchan por su liberación. Por supuesto que no es una situación nueva, pero ante los viejos y nuevos objetivos militares de Turquía en el Kurdistán Sur, que está arrasando aldeas completas, utilizando armas químicas contra guerrilleros que defienden la zona y ante el bombardeo que anoche lanzó contra un campo de refugiados kurdo, debería ser una señal de alerta suficiente  y un llamado a romper el silencio y la selectividad entre quienes no creemos en sus fronteras pero creemos con firmeza que la “solidaridad es la ternura de los pueblos”.

FUENTE: Nathalia Benavides / Tramas

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