Rebeca Lane: “Es importante descolonizar la mirada del feminismo blanco”

La música y las letras de Rebeca Lane han dado la vuelta al mundo. Comprometida con las luchas indígenas en Guatemala, y también con iniciativas internacionales como la solidaridad con el Movimiento de Mujeres de Kurdistán -con una de cuyas representantes conversa en esta nota-, la cantautora resignifica el hip-hop como música urbana y cuenta cómo enfrentaron los abusos. El 1 de octubre nació su hija Valentina, y subraya que “hay una falta de cuidado de la vida que deriva del capitalismo”.

Rebeca Eunice Vargas Tamayac, conocida como Rebeca Lane, es una artista comprometida. Sus canciones son reconocidas en todo el mundo. Por las calles de muchas ciudades, así como en las iniciativas internacionales y latinoamericanas del Movimiento de Mujeres de Kurdistán, están presentes su arte, música y poesía, así como los sueños compartidos en la lucha. Rebeca toma su nombre de su tía, guerrillera desaparecida en la década de 1980 por el ejército en Guatemala. El 1 de octubre, Rebeca dio a luz a su hija Valentina. Esta entrevista se hizo un tiempo antes, un día de lluvia, en el jardín de su casa. “Hay una falta de cuidado de la vida que deriva del capitalismo. Tenemos que hablar de estos temas”, plantea en una conversación sobre la lucha contra la desaparición, la capacidad de la música para acuerpar y sanar, el hip-hop como movimiento político en su país, la transmisión amorosa del conocimiento entre mujeres y la necesidad de interconectar las luchas, entre internacionalismo y descolonización.

-A partir de la rima de la canción llamada “Kixampe”, donde con Sara Curruchich entonan: “Somos el fuego que quema la historia” y “nuestros hilos tejen la memoria”, para ti ¿qué vínculo hay entre arte y memoria? En Kurdistán existe una forma ancestral de improvisación con la voz: la práctica de canto del “dengbej”, que transmite leyendas y cuentos de resistencia a través de las generaciones. Como el rap, el arte del “dengbej” kurdo persiste como forma importantísima de transmisión de memoria en el siglo XXI.

-Pienso que el arte ha sido un vehículo para la memoria de los pueblos. Si, por ejemplo, queremos ver lo que pasó en la Guerra Civil española, vamos a los libros, a los testimonios, pero si queremos indagar los sentimientos de la gente y cómo pensaba en aquellos momentos, podríamos ir a ver el Guernica, de Pablo Picasso: el arte tiene una forma de recoger los periodos y los momentos históricos que escapan a la historia oficial, que muchas veces recorre la historia de los vencedores y hay que crear una contra-narrativa desde la gente que ha sido más oprimida, más afectada desde otros lugares. Y el arte tiene esta capacidad, porque una, como artista, está conectada con las causas y con su comunidad. Tenemos que considerar el tema del silencio en el arte, que también habla. Por ejemplo, hay una canción de Charly García que dice: “Los dinosaurios pueden desaparecer…”. Este es un tema que habla acerca de la dictadura en Argentina y de las desapariciones, pero no menciona nada político, esta canción surge en el contexto de una Argentina viviendo una dictadura, donde había muchas desapariciones. No en todos los contextos las personas podemos ser explícitas.

-¿Tu generación pudo ser explícita?

-De hecho, Sara Curruchich y yo somos de una generación en la que podemos expresarnos artísticamente, pero aquí, en Guatemala, los artistas en las décadas de 1960, 1970, 1980, incluso 1990, no podían expresarse a través del arte si no estaban en el exilio, porque eran asesinados o desaparecidos. Entonces, yo creo que en todos los contextos el arte cuenta este hilo de la memoria que se escapa de los libros, de los relatos oficiales, e incluso los no oficiales. Porque lo que hace un artista o una artista conectada con su comunidad es absorber lo que está ocurriendo. En la canción de Kixampe, con Sara, lo que analizamos fue que en estos últimos años ha habido insurrecciones populares en toda América Latina, tanto donde hay gobiernos de derecha como de izquierda y en contextos de represión. Hay gobiernos que, aunque estén denominados como de izquierda, siguen reproduciendo las dinámicas neoliberales capitalistas de extracción, sigue no habiendo respeto hacia los pueblos originarios. Creo que hacer arte es hacer memoria histórica.

-Lo que cuentas por un lado se conecta mucho con lo que las activistas y artistas, como Zehra Dogan y Nudem Durak, están viviendo hoy en Kurdistán, donde el arte y la música quieren romper los muros impuestos por toda censura y dictadura. Zehra Dogan es una pintora ex-presa política, y Nudem Durak sigue hasta hoy en la cárcel en Turquía solamente por haber cantado sus composiciones de resistencia en su idioma materno, el kurdo. Pero lo que cuentas tiene que ver también con los rasgos específicos de la lucha de la memoria en tu país. ¿Cuál es esa historia?

-La guerra en Guatemala terminó en 1996 con la firma de los Acuerdos de Paz. Dos años después, distintas comisiones de investigación empezaron a sacar ciertos informes sobre las violaciones de derechos humanos durante la guerra. Durante dos años más, hasta el 1998, aún había un clima peligroso de persecución. Entonces, en el 1996 finaliza un conflicto armado abierto entre fuerzas guerrilleras y el Estado de Guatemala, lo cual no quiere decir que la guerra haya terminado. Yo creo que esto es importante decirlo: oficialmente se desmovilizan los grupos de izquierda, pero el Estado nunca desarticuló su estrategia contra-insurgente. Pero sí, definitivamente, hubo cosas que cambiaron a partir de los Acuerdos de Paz. Una de estas fue la posibilidad de que, a través del arte y en general yo diría a través de la libertad de expresión, hay una diferencia muy marcada entre las personas que hacían arte en tiempo de guerra y las personas que empezamos a hacer arte después.

-Tu trabajo artístico se integra y da voz a la práctica de recuperación de la memoria en tu país. En Kurdistán, esto es un tema muy vivo e importante. Pienso en las Madres del Sábado quienes, como las Madres de Plaza de Mayo en Argentina, siguen oponiéndose a la desaparición forzada de sus hijas e hijos, luchando cada día sin rendirse. Este año, hace pocos días, en el marco del Día internacional de Víctimas de Desaparición Forzada, participaste en la creación de “Así te buscaré”, recientemente estrenada. ¿Cómo surgió esta canción?

-Fue hace más o menos cuatro meses que me presentaron una canción de los setenta, que había sido adaptada agarrando las frases de las familias que estaban en la búsqueda de sus familiares desaparecidxs en Guanajuato, en México. La búsqueda de desaparecidxs, en Guatemala, se ha dado en el marco de la guerra. Para mí, ver hoy grupos en México que activamente están buscando a sus familiares es como regresar a los años de la guerra. Muchas personas que son buscadas en México han sido asesinadas, se tienen que ir a buscar en cementerios clandestinos y desenterrar con propios medios, buscando el ADN de los familiares, es decir, es un trabajo muy cruel. Lo mismo les tocaba a los familiares acá en Guatemala. Las primeras personas que exigieron buscar a sus desaparecidos, como en el caso de Nineth Montenegro, que ha sido la primera persona que hizo resistencia civil, encadenada afuera del Congreso de Guatemala y tuvieron que sacarla a rastras. No paraban de preguntar: ¿dónde están?

-Participaste con un aporte musical al primer paso de la Campaña Internacional contra el Feminicidio a la cual llamamos como Movimiento de Mujeres de Kurdistán. Estamos pensando ahora cómo organizarnos entre mujeres más allá de las fronteras. Según tu experiencia, ¿cuáles son los elementos importantes que desde una nueva forma de entender el internacionalismo podemos poner en común en la lucha contra la violencia del feminicidio a nivel mundial?

-Pienso que uno de los retos que tenemos es que, quizás, los discursos feministas hegemónicos están contando solamente con la experiencia de mujeres en situaciones muy particulares, como en España o en Argentina, y nos damos cuenta que se trata principalmente de un movimiento de mujeres blancas, y no hay mucha consciencia al racismo dentro este tipo de movimientos, e incluso en México, siendo un país donde la mayoría de personas son racializadas. El discurso que está permeando ahora es un discurso que viene principalmente del feminismo blanco, que no tiene que ver con los movimientos de base. Precisamente son diversos los encuentros como los organizados por las mujeres zapatistas; ellas ni siquiera se nombran feministas. Son mujeres organizadas. Creo que incluso aquí, en Guatemala, el lugar donde se encuentra esta potencia de articular las necesidades de las mujeres lejanas a los discursos más blanqueados, es el de la organización comunitaria y de la organización de base de defensoras del territorio. Quizás algunas, con el tiempo, comienzan a encontrar coincidencias con el movimiento feminista, pero no parten de nombrarse a sí mismas feministas.

-¿Qué lugar ocupa el arte en estos movimientos?

-El arte ha sido un conductor, saber que las mujeres en Guatemala estamos viviendo esto en la lucha, y que las mujeres de Kurdistán también están en una fuerte lucha, y esto lo sabemos a veces a través de murales, manifestaciones, bailes. Pienso en la coreografía de Las Tesis, en Chile, que se reprodujo en tantos países. Y hay algo más ahora que nos permite encontrarnos pero que es un arma de doble filo, que son las redes sociales, ya que las redes sociales nos pueden servir o nos pueden afectar. Y en el caso del movimiento feminista, yo creo que las redes sociales han sido muy vitales para articular, conocer y reconocer lo que está pasando en otros territorios. Como en el caso de las manifestaciones de “Ni Una Menos”, que nacen en Argentina. Yo me acuerdo que cuando ellas hacen su primera convocatoria para una marcha, ya en menos de una semana había convocatorias en todo el continente y en el mundo. Y esto fue gracias a las redes sociales, como una chispita que se prendió en muchos lugares. Pero el caso de las 56 niñas que fueron quemadas por el Estado de Guatemala, no trascendió igual que “Ni Una Menos”; la lucha de las mujeres de Kurdistán, no ha trascendido igual que los casos de Argentina o de España. Por esto, cuando hablo de hegemonía, hablo un poco de eso, cómo no se tendría que dar más luz a unos casos que a otros, y esto sucede porque no hay una perspectiva de ver hacia el Sur. No entiendo un sur geográfico. Si no, más un sur ideológico. Se sigue viendo lo “blanco civilizado” como un origen y como un objetivo civilizatorio.

-¿Se ve, por ejemplo, con la lucha por la legalización del aborto?

-Por supuesto, la lucha por la legalización del aborto es una lucha necesaria y fundamental, pero en muchos territorios no es lo principal. Si tú piensas ahora en cuáles son los elementos que unifican al movimiento feminista, la legalización del aborto es uno. Pero hay que contextualizar de dónde nace esta lucha y no pensar que estratégicamente es prioridad para todas las mujeres del mundo. Entonces, yo creo que dentro del internacionalismo es importante descolonizar la mirada del feminismo blanco que tenemos bien arraigada, porque muchas la reproducimos, no sé si de manera inconsciente o automática. No es lo mismo cuando asesinan a una mujer de un pueblo originario que cuando asesinan una mujer urbana de la ciudad, no es lo mismo cuando asesinan a una mujer trans o a una mujer cis, no causa la misma indignación.

-En la lucha contra el racismo y el colonialismo siento que hay una fuerte energía que se genera desde el compartir experiencias entre mujeres. Cuando estuve hace dos años en Guatemala, compartiendo la experiencia de confederalismo y autonomía de Rojava, después de este encuentro se generó una asamblea plurinacional de mujeres…

-Este ha sido uno de los esfuerzos en el que el feminismo urbano no ha estado muy involucrado. Partiendo un poco de la mirada crítica que venía anteriormente, sobre todo como feministas urbanas, nos estamos moviendo más por la legalización del aborto y por encontrar a los feminicidas. Porque estas demandas por construir plurinacionalidad y estos análisis en los que el Estado no se ve como horizonte, vienen de compañeras de pueblos originarios o de mujeres rurales, que están en otro tipo de organización más comunitaria, incluso mixta. Es decir: mientras en la ciudad estamos pidiendo legalización del aborto, estamos pidiendo la intervención del Estado, que legisle algo; igualmente, cuando pedimos que se recrudezca la ley contra los feminicidas, estamos demandando que el Estado se involucre en las soluciones de problemas sociales. Mientras que, desde una perspectiva comunitaria, hay toda una práctica política milenaria que ha planteado como la resolución de estos temas lo comunitario. La mayoría de las personas en la ciudad no tenemos arraigo territorial, u organización comunitaria tradicional, y si la tenemos es muy espontánea: definitivamente, esto es lo que el racismo y la colonialidad nos han causado. Y porque hay un desprecio por otras formas de organizarse y este desprecio se puede traducir abiertamente en racismo. Muchas veces esto es producto de la ignorancia. Pero, esta ignorancia, a su vez, es debida al racismo.

-¿Cuáles son las propuestas que te interesan?

-Muchas de estas propuestas más radicales de transformación vienen de mujeres que tienen arraigo en el territorio, cuyas abuelas, bisabuelas y tatarabuelas han vivido ahí, y cuya organización comunitaria tiene 100 de años de estar funcionando, donde hay ceremonias para traspaso de mando de autoridad. Aunque durante mucho tiempo no hubo participación de las mujeres, ahora las compañeras están haciendo sus luchas por el reconocimiento de sus derechos. Y hay un lugar al que ellas pueden llevar su voz, que no es el Estado. Entonces, la interlocución no es directamente con el Estado. Esto es profundamente poderoso si pensamos la plurinacionalidad, y creo que una de las fallas que hemos tenido como feministas urbanas ha sido no reconocer la potencia que hay en estas prácticas políticas comunitarias, porque éstas son las prácticas políticas que, en lo concreto, van a llevar a la descolonización del territorio y es solamente en la medida en que pensemos en descolonizar el territorio y la forma de organización comunitaria, que todas las demás demandas que nosotras tenemos como mujeres van a ser posibles.

FUENTE: Alessia Dro (en colaboración con Rosa Rosano, comuniadora popular y activista deMêxico) / Página12

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