No hizo falta que pasara mucho tiempo desde que llegáramos al que desde entonces sería nuestro lugar durante la guerra, que ya me di cuenta de que el idioma iba a ser uno de los principales escollos a superar. En la primera reunión que realizamos como equipo se habló poco y mucho a la vez, pues si bien las primeras indicaciones acerca de lo que iba a consistir nuestro trabajo fueron escuetas, hubo varias líneas de traducción simultánea que precisaban de pausar la exposición a cada poco. El grupo lo conformábamos kurdos, árabes, catalanes y alemanes. Cuando intervenía una compañera kurda, otra ejercía de traductora al inglés para los internacionalistas mientras que otra traducía al árabe pues, como muchos árabes aquí, los compañeros no hablaban kurdo. El resultado era una Torre de Babel en miniatura cuyo nexo de unión consistía en la voluntad de defender de la revolución de Rojava. ¡Y vaya que si unía!
Antes de que estallara la guerra, más de una vez ya me había sorprendido ver trabajando codo con codo árabes y kurdos que sólo hablaban sus respectivas lenguas. O bien compartían la misma organización juvenil, o formaban parte de alguna institución local… pero lo sorprendente era precisamente que no podían comunicarse mutuamente más que mediante alguna compañera que ejerciera de puente al conocer ambos idiomas (por pertenecer a una de tantas familias kurdo-árabes), o ingeniándoselas de alguna otra manera. Fue en nuestro nuevo lugar cuando descubrí una de ellas.
Después de una delirante escena en la que el compañero árabe y yo tratábamos de comunicarnos mediante el kurdo, idioma que tanto el uno como el otro sólo chapurreamos (para diversión de las camaradas kurdas, que observaban el panorama entre carcajada y carcajada), él sacó su smartphone, me lo acercó a la cara y con algún que otro esfuerzo me pidió que hablara en español. Tras hacerlo, el Google Translate reprodujo automáticamente mis palabras en árabe y pude ver que, después de escuchar la traducción, el compañero sonreía asintiendo con la cabeza e hizo lo propio, contestándome en árabe y pulsando de nuevo la pantalla para que pudiera escuchar en español lo que me decía.
Esto no pretende ser una oda a la aplicación desarrollada por Google -faltaría más-, pues lo importante fue lo que vino después. Ambos nos pusimos manos a la obra con lo que sea que en aquel momento hiciera falta para contribuir, desde nuestro puesto, a que el engranaje de la resistencia frente a la invasión turca siguiera funcionando. He ahí el auténtico milagro: diferentes idiomas, diferentes culturas, diferentes cosmovisiones, un solo objetivo: defender la revolución.
Cuando veo la facilidad que tienen árabes y kurdos para comprenderse a sí mismos en la misma lucha pese a las más que evidentes dificultades, explotadas antaño por el Estado sirio para propiciar la división entre ambos, no puedo más que preguntarme qué estamos haciendo mal en Catalunya para dejarnos sabotear de un modo tan vil por el choque institucional entre clases dominantes cuyos entresijos y guerra sucia hacen que hoy los intereses entre “independentistas” y “unionistas” parezcan tan dispares cuando, en realidad, comparten una misma condición en cuanto oprimidos. Al movimiento revolucionario en Catalunya nos han metido un gol. La experiencia política de Rojava, una vez más, puede servirnos de inspiración y ayudarnos a pensar cómo erigir una cultura democrática capaz de unir distintos modos de existir y que, a su vez, no caiga en la trampa de la globalización neoliberal, basada en la destrucción de las raíces comunitarias en favor de una mezcolanza de individuos que lo único que comparten es la búsqueda del beneficio personal. Nuestro objetivo como socialistas es propiciar que dichas raíces conformen un árbol rico y variado pero cuyo fruto principal sea el fin de la opresión. Este es el experimento político que el movimiento kurdo nos brinda como modelo.
Pequeño spoiler: lo que aquí se pone en práctica es la llamada “nación democrática”, concepto acuñado por Öcalan y que pasa por construir una nación, es decir, una mentalidad común que articule y surja de unas estructuras de auto-organización popular unidas mediante el principio federativo, lo que permite que árabes organizados por un lado y kurdos por el otro, se entiendan a sí mismos como un solo pueblo y se encuentren en el momento de defender la existencia democrática que les aúna a ambos y que les permite disfrutar de la libertad que el Estado-nación les arrebataba. Nación sí; estatalismo no. Para desarrollar exitosamente este complejo proceso todo suma. También el Google Translate.
FUENTE: Pichilatu / Buen Camino / El Salto Diario