Seis años después del genocidio del Estado Islámico (ISIS) en la comarca iraquí de Shengal (Sinjar), el sonido de los martillos ha sustituido al de los disparos y la artillería, pero su fantasma todavía planea sobre una tierra a medio reconstruir, sin suficientes escuelas, con un sólo hospital y casas derruidas.
Barakat Sharu Khadra, de 55 años, es uno de los cerca de 400.000 miembros de la minoría yazidí que lograron escapar aquel 3 de agosto de 2014, en el que miles de hombres fueron ejecutados, mientras otras tantas mujeres eran llevadas a la fuerza como esclavas sexuales y los niños a luchar al frente.
Como muchos otros, Khadra pasó seis años en un campamento de desplazados en Zakho, en la región del Kurdistán iraquí, esperando a que la situación de seguridad mejorase un poco en su tierra ancestral, y a que hubiese algunos servicios sanitarios, ya que sufre diabetes y necesita insulina.
Finalmente, regresó junto a su familia el pasado 28 de junio, sólo para descubrir que “más de la mitad” de su casa, en la aldea de Tel Ezer, está destruida y es inhabitable, mientras que en la pequeña localidad no hay agua suficiente, ni una clínica, ni electricidad. Por ahora, se han instalado en la capital de la comarca, también llamada Shengal, en una vivienda sin ventanas, puertas ni agua corriente que algún conocido dejó atrás en su huida.
Su mayor deseo es que las ONG internacionales les “protejan” y les ayuden a reconstruir la comarca, especialmente las escuelas, para que los niños yazidíes puedan tener un “futuro”.
Escuelas sin profesores
Nayef Sabri, fundador de la ONG Sunrise, una organización nacida en 2015, explica a EFE que casi no hay profesores “cualificados” en la zona, ya que muchos de ellos permanecen desplazados a pesar de seguir cobrando sus salarios.
“La mayoría del personal, quizás el 80 por ciento, es voluntario, de modo que no está cualificado para enseñar a los estudiantes. Si visitas los colegios, no te puedes imaginar el nivel de los alumnos y la educación que reciben, es muy débil”, lamenta el joven.
También faltan muchos centros educativos por rehabilitar, lo que obliga a un gran número de niños a viajar entre 45 minutos y una hora para poder asistir a clase, sin que muchas familias puedan pagarles el transporte.
“Una enorme cantidad de estudiantes ha abandonado las escuelas desde el genocidio”, alerta Sabri, quien también pasó cinco años en un campo de desplazados.
La situación de los servicios sanitarios no es muy diferente, con un único hospital en la capital, alguna que otra clínica en otros puntos y muy pocos médicos cualificados que puedan, por ejemplo, llevar a cabo una operación quirúrgica.
Desde la Iniciativa de Nadia, presidida por la yazidí premio Nobel de la Paz, Nadia Murad, enumeran una enorme lista de apremiantes necesidades, frente a las capacidades “limitadas” de las ONG sin “una inversión mayor” por parte de las autoridades locales y de la comunidad internacional.
La jefa de Programas de la organización, Olivia Wells, cuenta que hasta la fecha la mayor parte de la inversión ha ido a Shengal Norte, a pesar de que Shengal Sur fue la más azotada por la “destrucción”, por lo que ahora trabajan para poner el foco en esta zona y las áreas rurales “que han sido ignoradas en gran medida”.
Encima, con la pandemia de la COVID-19 los trabajos de eliminación de minas antipersona se detuvieron en Shengal Sur.
“Tras la invasión de ISIS y la liberación de Shengal (a finales de 2015), el 80 por ciento de la infraestructura pública y el 70 por ciento de las casas quedaron destruidas”, sentencia. Años más tarde, buena parte todavía no ha sido rehabilitada.
Burocracia eterna
En el proceso de reconstrucción, no ayuda el hecho de que en Shengal hay dos administraciones paralelas y dos alcaldes, ya que es un territorio en disputa entre la región autónoma del Kurdistán iraquí y el gobierno central de Bagdad.
Las fricciones entre ambos hacen casi imposible para las ONG obtener permisos para los proyectos de rehabilitación.
Wells y Sabri coinciden en que, además, muchas organizaciones centran demasiado su trabajo en la tan necesaria ayuda psicológica a los supervivientes del genocidio, pero olvidan la importancia de proporcionarles un techo o una forma de ganarse el pan.
“Cuando ves que en tu barrio sois dos o tres, en lugar de diez o veinte, y que otras casas están destruidas, te afecta negativamente”, apunta Sabri.
Es el impacto psicológico de vivir en una comarca a medio reconstruir, sin buena parte de sus residentes.
El joven explica que la mayoría de los retornados optan por abrir pequeñas tiendas, que si bien ayudan a que las familias de la aldea tengan acceso a productos básicos, apenas reportan beneficios, por lo que aboga por desarrollar proyectos agrícolas y de sustento.
Exhaustos de esperar
La reconstrucción se vuelve si cabe más necesaria actualmente, con casi 8.600 personas que regresaron a Shengal entre el 8 de junio y el 10 julio, frente a los apenas 1.500 de mayo y junio de 2019, según datos de la Organización Internacional de las Migraciones.
Según la Iniciativa de Nadia, el incremento tiene diversas causas, entre ellas el miedo a que el coronavirus se propague en los campamentos de desplazados, así como las campañas para promocionar el regreso.
“Quizás lo más importante es que los yazidíes desplazados están exhaustos de esperar durante seis años a que su patria sea reconstruida y que la seguridad y la gobernación local sea restaurada”, apunta Wells.
Muchos regresan simplemente porque quieren dejar atrás “las condiciones insostenibles en los campos”.
Así, poco a poco, por una cosa o por otra, los yazidíes van regresando a su patria, pero sin haber obtenido justicia.
Wells recuerda que los yihadistas deben ser juzgados en procesos públicos, tal y como demandan los supervivientes del genocidio, mientras que “miles de mujeres y niños todavía permanecen en cautividad”.
“Sin justicia y responsabilidad, estamos permitiendo a los autores del EI actuar con impunidad; los supervivientes y las víctimas merecen justicia, es la única forma en que la comunidad yazidí puede curarse”, sentencia.
A este respecto, el fundador de Sunrise destaca que en Shengal hay unas 70 fosas comunes, la última de ellas hallada hace menos de un mes, pero las autoridades no han “prestado atención ni investigado” quien está enterrado en ellas.
Ahora, afirma, las lluvias y otros factores han afectado a los cadáveres de tal forma que resultará muy difícil recuperarlos. Sabri pide imaginar cómo se sienten los retornados: “Regresas a tu aldea, limpias tu casa y ves una fosa común de tus familiares dentro de tu vivienda, ¿qué sentimiento tienes?”.
FUENTE: Noemí Jabois / EFE / Edición: Kurdistán América Latina