Transfusiones

La vida en el quirófano del hospital de Derik es una mezcla de idas y venidas, de bromas y carreras, de material escaso y reparcheado, de innumerables cafés y chais (té) en los descansos, de muros que se caen a pedazos. Paredes que parecen sacadas de los años cuarenta llenas de luz gracias a las sonrisas de las que allí trabajan. Es vida y resistencia.

Hoy la tensión hiela la sangre, el silencio es pesado y los pasos no hacen ruido, pero retumban en el corazón. Al abrir la puerta del quirófano, pensé que había muerto alguien, el aire era tan denso que no se podía respirar. Lo primero que he visto ha sido la espalda de un (miliciano de las) YPG, y luego, al hombre al que se le iba a amputar la pierna. Un miembro de Daesh. No es la primera vez que vemos hacer una operación a un miembro de Daesh, o una de las esposas de Daesh, o alguno de sus hijos, y cada vez el ambiente en el hospital se congela.

La lucha contra Daesh dejó 11.000 sehids (mártires), más de 22.000 heridos con lesiones permanentes, innumerables muertos civiles, incontables desaparecidos, mujeres violadas y secuestradas. El norte y el este de Siria tiene un campo de refugiados solo de personas que, o bien eran del Daesh, o colaboraron con él de formas diversas. Entre todas estas personas, hay un elevado número de internacionales venidos de Occidente. Una de las preguntas que se repiten, que nos lanzan entre reproche y asombro, es la de “¿por qué vinieron aquí?, ¿por qué querían matarnos?”. “Hay franceses, alemanes, ingleses, estadounidenses, hombres y mujeres. Nosotras luchamos para derrotar al Daesh, lo dimos todo. La sangre de los mártires ha regado toda esta tierra, luchamos por nosotras y por vosotras. Luchamos entonces contra el Daesh y ahora por la revolución, por una revolución para todas. ¿Por qué no os lleváis a vuestra gente?”.

Nos preguntan cómo es posible que toda esta gente deje Europa, América. Qué es lo que les falta allí como para que vengan a crear un califato eterno aquí, a costa de la sangre de las que estas tierras habitan. Las preguntas meten el dedo en la herida de las sociedades occidentales. Qué hacemos con nuestra gente, qué no hacemos con ella. Qué vida no les damos, más bien qué no dejamos construir. Qué relato único de integración, de asimilación, obligamos a que asuman si quieren formar parte de esta sociedad tan carente del concepto de lo social, de lo común.

En el quirófano el trato es exquisito, el cuidado inmenso. Va más allá del juramento hipocrático, es una cuestión de honor, de dignidad. “Ellos vienen a matarnos, nosotros les cuidamos, les salvamos la vida, cuidamos a sus hijos. No somos como ellos, somos personas, tenemos principios”. El hombre al que operan perdió la pierna en una explosión, se la amputaron y no salió bien. Hoy tienen que amputarle otro trozo para que pueda cicatrizar bien, para poder ponerle en algún momento una prótesis. Se le acompaña en la operación, se le explica paso a paso lo que va a pasar, el YPG le anima. A mí se me encoge el estómago, porque el que le acompaña ha visto caer a muchos de sus compañeros. Porque le conocemos de todas las veces que viene con heridos de las YPG al hospital. Esto va más allá del trato humano que se le tiene que dar a todo detenido, del trato que deberían tener todos los presos en nuestras cárceles y del que carecen. Es una muestra de dignidad y coraje, de espíritu de pueblo.

La operación dura un par de horas. Las bromas han desaparecido, el silencio tiene eco, pero no hay ni una mala palabra, ni un movimiento brusco, ni un cuchicheo. Necesita una transfusión, el hospital civil no tiene sangre de su grupo. Se pregunta a las que estamos en el quirófano: “¿Alguien quiere donar sangre?”. Nadie quiere hacerlo, pero todas lo haremos si coincide nuestro grupo. No hay suerte. Traen sangre del hospital militar. Se da sangre al que derramó la tuya. Cuando se lo llevan, el ambiente es frío y tenso. Todas han perdido a alguien más o menos cercano en la lucha contra el Daesh. Una de nuestras compañeras consiguió huir de Raqqa con su familia cuando ya la plaza central de la ciudad se cubría con las sombras de los cuerpos de los ahorcados. Su marido se quedó allí; de él también huyó. Cuando viene alguna mujer del campo (de refugiados) de Al Hol, se le hiela la sangre durante unos breves segundos, la mirada se pierde en un pasado oscuro y doloroso. El niqab que llevan es el mismo que ella se arrancó cuando salió de la ciudad. Es creyente, lleva pañuelo (hijab), no reniega de su fe, no es su dios quien la castigaba, eran hombres quiénes lo hacían, son hombres quienes siguen causando dolor… Y las atiende y lleva a sus hijos al quirófano, es quien les despierta tras la operación.

El norte y el este de Siria luchó contra lo que se considera uno de los principales peligros terroristas: el ISIS o Daesh. Cuando se les necesitó, las YPG y las YPJ eran aliados muy valiosos e importantes en la lucha contra el terrorismo. Tras la supuesta derrota de Daesh, se les abandonó. Están a cargo de miles y miles de presos, de sus hijos. Aquí no habrá un Tribunal Internacional. Las consecuencias cotidianas de esta guerra no afectan directamente a Occidente. Hasta el último ataque de Turquía, hace pocos meses, las ONGs prestaban algo de ayuda y se recibía algo de dinero para cubrir las necesidades de los campos, de los presos y familias de Daesh. Cuando Turquía lanzó esta última fase de su proyecto de anexión y exterminio, en octubre del 2019, todas las ONGs se fueron, aumentó el bloqueo y se congelaron los fondos de la ayuda internacional. La administración autónoma no ha recortado el presupuesto para los campos ni las prisiones, pese a la dramática situación económica de la región y los efectos del embargo, y de los ininterrumpidos ataques de Turquía y sus proxies.

Mientras que se operaba a este hombre, se contaban por cientos los muertos de Serekaniye. Se han ignorado los llamamientos para que los países se hagan cargo de sus presos, al igual que la petición de formar un Tribunal Internacional para juzgar crímenes contra la Humanidad, o de recibir ayudas económicas para poder mejorar la situación de los campos, intentar evitar que los niños que hay allí se conviertan en futuros terroristas, darles otra vida. Se han liberado a muchas personas, especialmente familias, se les ha devuelto a las zonas en las que vivían, pero el número sigue siendo inmenso y sus necesidades también. Las realidades dentro de los campos son diversas, pero el apoyo a Daesh sigue siendo mayoritario, como también lo es el miedo a desligarse debido a las represalias contra todas aquellas que se quieran alejar del grupo.

Hace ya meses de esa mañana en el quirófano, la situación en el hospital no ha cambiado. Fuera ha ido a peor. La semana pasada hubo una revuelta en la prisión de Heseke, los presos exigen que mejoren sus condiciones. Turquía ha cortado el agua a toda la región de Heseke, lo que incluye la cárcel y los campos. El miedo al coronavirus es grande y la situación de la cárcel es precaria, pero no solo eso impulsa la revuelta; Daesh sigue trabajando dentro y fuera de los campos, dentro y fuera de la cárcel. Desde la invasión por parte de Turquía a Serkaniye y Gire Spi, han aumentado los ataques con bombas en todas las zonas, especialmente en Deir Ezzor. En Gire Spi se ha impuesto la Sharia (ley islámica). En Serekaniye se prende fuego a las casas de las persona cercanas a la administración autónoma, de las YPJ o YPG. En Afrin se secuestra a las residentes que quedan… Daesh sigue recibiendo financiación de maneras más o menos directas, las diferentes facciones reciben armamento y dinero directamente de Turquía; también tiene vía libre para saquear y extorsionar. Turquía utiliza los grupos islamistas como punta de lanza en su ofensiva por recuperar el Imperio Otomano. En este juego macabro de ajedrez, la revolución del norte y el este de Siria es un enemigo a batir, a la vez que es un peón necesario en la lucha contra el Daesh. Son sacrificables en función de la jugada que se quiera hacer. Turquía sigue con los bombardeos y atacando ininterrumpidamente el norte y el este de Siria, y recibe apoyo explícito de los países occidentales. Mientras, en el hospital se sigue atendiendo a todos los que vienen. Da igual de dónde seas, lengua o religión, si eres Daesh o no. Siguen llegando muertos y siguen llegando presos nuevos. Pero su amor, su apuesta por un mundo nuevo, por seguir siendo personas tan dignas y presentes como en aquella operación, continúa inalterable. Seguirán dando su sangre.

FUENTE: Nûcan Cûma* / Buen Camino / El Salto Diario

*El pseudónimo Şehîd Nûcan Cûma rinde homenaje a una combatiente de las YPJ nacida en Rojava. Nûcan procedía de una familia kurda, comprometida con la lucha por la liberación de su pueblo. Su actitud honesta y directa la llevó a tomar parte en la defensa de su tierra. Şehîd Nûcan Cûma participó, entre muchas otras batallas, de la resistencia en la ciudad de Serêkaniyê desde que empezó la invasión del Estado turco en octubre del 2019, donde cayó mártir, entregando su vida en la línea del frente.