Una comuna feminista para las víctimas del Estado Islámico

“Vivir en un lugar reservado solo para las mujeres consiste en crear un modelo de sociedad alejado del poder opresivo del patriarcado, que limita nuestro desarrollo como personas”; quien así habla es Nujin, integrante del Comité para la Creación de Jinwar. Esta joven activista, junto con un grupo de mujeres pertenecientes a distintas asociaciones, han puesto en marcha la, probablemente, primera comuna feminista de Oriente Medio, un espacio alternativo dedicado a todas las mujeres del mundo.

Un sueño hecho realidad después de varios años de trabajo y basado en la democracia, la diversidad y el ecologismo. “En la construcción de las casas han participado todas las mujeres. Los materiales utilizados son tierra, barro, forraje y madera, todos productos naturales que no contaminan ni dañan el medio ambiente. Así mismo, la electricidad la obtenemos de fuentes de energía renovables, principalmente la solar”, explica Nujin.

La comuna se dispone de forma triangular y alberga 30 casas, de una, dos y tres habitaciones. Abrió sus puertas el 25 de noviembre de 2018, coincidiendo con el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, y hasta la fecha, doce de ellas ya han sido ocupadas por mujeres kurdas, yazidíes y árabes, aunque se espera que lleguen muchas más con el comienzo de la primavera. “Todas son bienvenidas, sin diferencia de etnia o religión. Será también un refugio para las que sufren abusos de cualquier tipo y un hogar para las viudas con hijos que perdieron a sus maridos durante la guerra, así como para todas aquellas que se quieran alejar de la sociedad capitalista”, asegura Nujin.

Fatima Umm Nasrin tiene 34 años. Para esta mujer kurda su vida cambió hace cuatro primaveras, cuando su marido murió en Kobane luchando contra el Estado Islámico. Desde hace tres meses vive en Jinwar. “Yo ya era una mujer activista y conocía este proyecto, por eso decidí venir. La idea de vivir en una sociedad autosuficiente para mí significa libertad”, dice mientras sostiene en brazos a la más pequeña de sus seis hijas. “Vengo de una ciudad conservadora y mi familia es muy tradicional, allí no permiten que las mujeres sean independientes, pero yo trataré de educar a mis hijas de otra manera, para que tengan éxito en la vida. No me pienso volver a casar otra vez, me he enamorado de Jinwar y le quiero dedicar mi vida”, afirma.

Los servicios de la comuna

La comuna cuenta con los servicios básicos para que sus habitantes se puedan administrar por sí mismos. Las mujeres trabajan el campo, cuidan del ganado, reciben cursos de formación y educan a los niños en la escuela. Además, hay panadería, biblioteca, dispensario de medicina natural y una cocina comunal en el centro de la aldea, junto con un parque para que los más pequeños puedan jugar. Está previsto que en verano finalicen las obras de construcción de una piscina, donde todas las residentes podrán bañarse, una actividad reservada solo a los hombres.

En una esquina del triángulo que forman las casas, vive Hawan Suli, nombre ficticio para preservar su identidad. Vivía en Suleimaniya y la primera vez que se casó tenía trece años. “Yo era muy joven y no sabía nada de la vida, ni lo que significaba estar casada. Mi marido era un abusador y me pegaba mucho, con él tuve cinco hijos. Me divorcié y me volví a casar otra vez. A mi segundo marido le dije que estaba viuda para que me aceptara, y pasé a ser su segunda esposa, pero la situación no mejoró. He sufrido mucho. Mi experiencia con los hombres ha sido muy mala”, dice apesadumbrada. “Traté de suicidarme dos veces rociándome con gasolina pero la gente me lo impidió”, añade.

En el Kurdistán iraquí son frecuentes este tipo de casos y no reciben ningún apoyo del gobierno, se limitan a recluirlas en casas de acogida que son más bien una cárcel. Hawan aguantó un mes allí hasta que decidió huir sin decírselo a nadie. “Descubrí Rojava por la televisión, entonces me puse en contacto con un partido político cercano a las YPG y ellos me trajeron a través de Sinjar”, asegura, y continúa con su relato: “Al principio fue un poco difícil para mí, porque estaba sola y hablo un dialecto kurdo diferente, pero ahora me siento muy bien con estas familias. He aprendido a hacer cosas, trabajo en la panadería y en el campo. Le diría a otras mujeres que tratan de suicidarse que hay otras soluciones como Jinwar, a todas las animo a venir aquí para liberarse a sí mismas”, finaliza.

La comuna se autogobierna a través de un consejo asambleario que se reúne una vez al mes, donde las mujeres pueden aportar ideas nuevas para mejorar la convivencia, todas las opiniones son escuchadas y todas tienen el mismo valor. También es el momento adecuado para repartir las tareas, que van rotando para tener las mismas posibilidades de aprender los diferentes oficios.

La idea es que este proyecto no sea el único y que pronto haya más eco-aldeas en todo el Kurdistán sirio. El origen está en la creación de las YPJ, o Unidades de Defensa de la Mujer, un ejército de mujeres kurdas sin precedente en el mundo árabe, que se alistaron cuando comenzó la guerra civil en Siria. La lucha armada junto con los hombres las igualó a ellos, y la lucha social las liberó del patriarcado.

A 60 kilómetros de Qamishlo, entre campos de cultivo y árboles frutales, se encuentra Jinwar. Lejos del frente de batalla, donde el Estado Islámico vio desaparecer su temido Califato, nace esta eco-aldea para ser un remanso de paz, amor y convivencia. “La comuna no es un espacio cerrado -dice Nujin-, sus habitantes pueden entrar y salir cuando quieran y se permite la visita a todo el mundo, eso sí, los hombres no pueden quedarse a dormir”.

“La única oportunidad de tener una vida mejor era venir a Jinwar”, dice Bedra Darwish. Ella es árabe, de la provincia de Deir Ezzor. Tiene 35 años y siete hijos. Su marido murió hace un año combatiendo al Estado Islámico y no podía cuidar de todos sola. “Yo viví con el Estado Islámico y la situación para las mujeres era muy difícil, siempre tenía que ir cubierta y no podía hacer nada. Mi marido también estaba cansado del ISIS, por eso en cuanto tuvo una oportunidad, se alistó con las YPG. Nunca podré volver a casarme porque con tantos hijos ningún hombre me quiere”, se lamenta. “Para mí, esta es la primera experiencia de tener un poco de libertad, nadie me dice como tengo que vestir, ni lo que tengo que hacer. Mi vida es completamente diferente ahora. En Jinwar hay kurdos y árabes, y todos nos llevamos bien, yo no entiendo el kurdo pero la gente me ayuda con la traducción. Si ahora volviera a mi pueblo ya no sería aceptada, por eso he decidido quedarme aquí para siempre”, concluye.

FUENTE: JM López / Público / Edición: Kurdistán América Latina