Voces de Afrin (Parte 1)

Shiler Sido nunca olvidará dónde estaba cuando el segundo ejército más grande de la OTAN atacó su ciudad natal.

“Estaba en casa, haciendo mi rutina habitual, cuando, de repente, ocurrió una explosión masiva –recuerda-. Los aviones de combate turcos habían atacado un pueblo cercano llamado Tirinde, a solo tres kilómetros del centro de la ciudad. Los ataques provocaron el incendio de decenas de vehículos y camiones que trabajaban en una cantera de piedra. El humo negro cubrió toda la ciudad. El ataque fue masivo”.

Sido, una activista de derechos humanos, es de Afrin, una pequeña región históricamente de mayoría kurda en el noroeste de Siria conocida por sus abundantes olivares y sitios históricos que abarcan miles de años de civilización.

Cuando Siria se sumió en la guerra civil en 2011, Afrin se salvó de la violencia que azotó al resto del país. Su gente está orgullosa de su sentido de coexistencia y tolerancia. Sido, que tiene herencia tanto kurda como armenia, recuerda pasar tiempo con amigos de muchos orígenes étnicos y religiosos, y ser libre para trabajar como mujer.

La administración local liderada por los kurdos en Afrin, que declaró la autonomía en 2014, reflejó esos valores: aprobó leyes que protegen los derechos de las mujeres y la libertad religiosa, acogió a los desplazados internos que huían de la guerra y el extremismo de otros lugares, y se esforzó por construir la democracia, incluso celebrando elecciones a fines de 2017.

Después de 2011, Afrin “se convirtió en una ciudad bulliciosa llena de vida y movimiento… Se convirtió en una ciudad muy similar a Alepo. Los industriales kurdos que solían trabajar en Alepo regresaron a Afrin y abrieron fábricas y talleres, y los graduados universitarios y académicos también regresaron”, dice el economista Çeleng Omer.

Omer fue profesor en la Universidad de Afrin, que se fundó en 2015 para satisfacer la creciente necesidad de profesionales educados en la región. “Inicialmente, la universidad constaba de tres facultades y varios institutos, y al año siguiente se agregaron otras tres facultades”, explica.

Sido también había sido educadora, enseñando inglés en escuelas locales: “Yo tenía un centro de enseñanza de idiomas… Pude establecer una vida independiente, plena, una vida llena de proyectos, junto a muchas otras mujeres independientes de nuestra ciudad. Siempre trabajamos para hacer de nuestra ciudad un lugar mejor”.

Pero en enero de 2018 todo cambió.

“Al principio no creíamos que sucedería”, dice Sido. Turquía había estado amenazando a Afrin durante meses antes de que comenzara la invasión. Pero las fuerzas rusas habían garantizado la seguridad del cantón, y los kurdos de Sira, cuenta, estaban acostumbrados a las amenazas turcas y la propaganda de guerra.

“Nos sorprendió el ataque masivo, especialmente cuando escuchamos que los rusos se habían retirado de Afrin, allanando el camino para que el ejército turco invadiera una ciudad pacífica”, afirma.

Omer y sus colegas estaban preparando exámenes parciales para sus alumnos cuando comenzó la guerra.

“Debido a la intensidad del bombardeo y los ataques indiscriminados a las instalaciones públicas, no pudimos completar los exámenes. Por supuesto, los estudiantes universitarios no pudieron completar sus estudios, a algunos de los cuales les quedaba un año para graduarse. Todo el proceso educativo se detuvo”, recuerda.

Ningún residente de Afrin quería huir. El apoyo a la feroz resistencia de las Unidades de Protección del Pueblo (YPG) y de las Unidades de Protección de la Mujer (YPJ) fue alto, y mucha gente temía que, si se iban, no regresarían jamás.

“La gente de Afrin decidió defender su ciudad sin importar nada, hasta el último aliento -explica Sido-. Pero los ataques no tenían precedentes”.

Los civiles huyeron primero de las aldeas a lo largo de las fronteras de Afrin, llegando a la capital del cantón en grandes cantidades y acurrucándose en los sótanos para esconderse de los ataques aéreos turcos y de los milicianos extremistas del Ejército Nacional Sirio (ENS), utilizados como fuerzas terrestres. Todos los días, lloraron a los mártires de las YPG y las YPJ que habían caído en el frente y a hombres, mujeres y niños inocentes asesinados en ataques indiscriminados. El bombardeo destruyó la infraestructura civil y cortó el suministro de agua de la ciudad. En los últimos días de la invasión, Turquía incluso atacó el principal hospital de Afrin.

Los funcionarios turcos nunca admitieron un solo delito. Hasta el día de hoy, sostienen que solo atacaron a “terroristas” en Afrin, una falsedad que disgusta a los residentes del cantón.

“Quiero dejar en claro que la acusación de Erdogan, de que estaba apuntando solo a bases militares, es una gran mentira y sigue siendo una gran mentira –destaca Sido-. Niños, mujeres, ancianos fueron asesinados sin piedad”.

Sido y Omer vieron su ciudad por última vez hace cuatro años. Como muchos afrinenses, se fueron solo cuando no tenían otra opción. Sido permaneció en Afrin durante 56 días de los 58 que duró la invasión turca. Omer se quedó por 54 días.

“Durante los primeros días después de la ocupación fue muy doloroso. Estaba entre los cientos de miles de personas desplazadas por la fuerza en el área de Al Shahba, al norte de Alepo. ¿La gente no sabía a dónde ir? El régimen sirio no les permitió ir a Alepo”, señala Omer.

Sido también fue desplazada a Shahba, donde vive hoy. “No teníamos más remedio que huir de nuestros hogares, para no caer cautivos en manos de estos matones islamistas pro-Turquía”, dice. La tristeza es clara en su voz cuando describe cómo su familia se unió a miles de personas en el único camino abierto que sale de Afrin, para nunca regresar.

FUENTE: Meghan Bodette / Medya News / Traducción y edición: Kurdistán América Latina

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