Los asirios no son solo figuras del pasado inscritas en tablillas de arcilla. El pueblo asirio, a menudo confundido con ruinas antiguas, sigue existiendo. Y sí, decir «asirios» hoy suena como invocar imperios del pasado —pero eso es parte del problema. O tal vez de la solución. Su historia comienza hace más de 4.000 años, en la región conocida como Mesopotamia, actual Irak. Durante los primeros días de la semana, en escuelas de la diáspora, los niños asirios siguen aprendiendo su lengua ancestral: el arameo.
Para muchos, es difícil imaginar que un pueblo tan vinculado a los orígenes de la civilización aún tenga presencia en el mundo moderno. Pero ahí están: dispersos, invisibles a veces, pero firmes en su identidad. Es como si una línea subterránea los mantuviera conectados a través de los siglos, atravesando guerras, migraciones y silencios.
Imperio, expansión y saberes
La civilización asiria logró avances significativos en arquitectura, arte y escritura. El imperio asirio, que alcanzó su máxima expansión en el siglo VII a.C., no solo fue una potencia militar, sino también un centro de conocimiento. Fundaron una de las primeras bibliotecas organizadas en Nínive. Tenían códigos legales, mapas del cielo, y una administración que hoy podría parecer moderna. Pero no todo fue continuidad. Se desmoronó. Como casi todo. It seemed stable — until it wasn’t.
También crearon relieves que narraban batallas y rituales, desarrollaron sistemas hidráulicos y perfeccionaron técnicas de construcción que aún sorprenden a los arqueólogos. La combinación de poder y sofisticación intelectual convirtió al imperio asirio en una de las civilizaciones más complejas de la antigüedad.
Asirios en el siglo XXI
Hoy, el pueblo asirio continúa existiendo, disperso por Irak, Siria, Turquía y la diáspora occidental. No es una comunidad homogénea. Algunos son cristianos caldeos, otros nestorianos o asirios ortodoxos. Pero todos comparten una raíz común. En Suecia, por ejemplo, se concentran núcleos importantes de la diáspora. En Estados Unidos, después de 6 PM, traffic slows en foros digitales donde jóvenes asirios debaten sobre el futuro de su identidad.
En Australia, se han fundado escuelas comunitarias que enseñan historia y lengua asiria. En Alemania, activistas culturales trabajan para incorporar el asirio en plataformas digitales de aprendizaje. La diáspora ha transformado el exilio en red. Esa red, aunque informal, ha permitido mantener vivas prácticas culturales y religiosas incluso en contextos ajenos.
Amenazas, dispersión y memoria
Durante el siglo XX, los asirios sufrieron persecuciones, desplazamientos y genocidios no siempre reconocidos. Las guerras recientes en Oriente Medio agravaron su situación. Muchos tuvieron que abandonar sus hogares ancestrales, convirtiéndose en minoría en territorios que una vez gobernaron. La pérdida territorial, sin embargo, no borró la memoria. That’s part of it. But not everything. En museos, bibliotecas y archivos personales, la historia asiria se conserva con celo. En algunas familias, aún se relatan en voz baja historias de migración y resistencia.
El reconocimiento oficial ha sido lento. Incluso hoy, las comunidades asirias luchan por visibilidad política en sus países de residencia. Pero mientras tanto, organizan encuentros culturales, traducen textos antiguos y documentan su historia oral. Lo institucional puede faltar. La voluntad, no.
Identidad que no desaparece
En pleno siglo XXI, los asirios no buscan simplemente conservar el pasado, sino proyectarse hacia el futuro. Con iniciativas culturales, digitales y educativas, reafirman su existencia. No buscan nostalgia, sino vigencia. Y aunque el número de hablantes del arameo disminuye, su uso en celebraciones religiosas, medios digitales y redes sociales sigue vivo. Not exponential — but steady. Las nuevas generaciones exploran su herencia con herramientas contemporáneas: podcasts, documentales, proyectos en Instagram. Y aún con la fragmentación geográfica, el pueblo asirio demuestra que una identidad puede resistir, incluso sin un Estado.
Y eso, en el fondo, es una de las formas más complejas —y valientes— de existir.
Una resistencia sin ejército. Una historia sin capital. Un idioma sin frontera.
Pero con memoria. Y con futuro.