Durante los primeros días de la semana, en los centros comunitarios de Rojava, las mujeres se reúnen para compartir mucho más que tiempo: comparten memoria, ideas y vínculos. Comparten historia. Esta región del norte de Siria, de mayoría kurda, se ha convertido en un laboratorio social donde el conocimiento ancestral —particularmente el femenino— se resignifica como forma de resistencia. El modelo de Rojava, basado en el confederalismo democrático, recupera saberes que el patriarcado robó, distorsionó o invisibilizó durante siglos.

Lo que allí sucede no es un hecho aislado ni una excepción, sino parte de un proceso más amplio de transformación social. Es un proceso colectivo, político, educativo y emocional que intenta reconstruir la memoria rota de un pueblo. Y en ese intento, cada taller, cada círculo de estudio, cada conversación se transforma en una forma de desafío y reparación.

El patriarcado como máquina de olvido

El patriarcado, más que una estructura de dominación, ha sido una máquina sistemática de olvido. No sólo ha silenciado voces, sino que ha reescrito narrativas. Ha borrado los nombres de las sanadoras, las líderes comunales, las agricultoras y las pensadoras que, durante siglos, sostuvieron la vida.

En este contexto, recuperar conocimientos sobre medicina tradicional, agricultura sostenible o formas de organización comunitaria se vuelve un acto político. Las mujeres de Rojava se vuelven autoras de su historia, y no meras observadoras. Eso incluye también preguntarse: “¿Cómo sería la historia si la hubiéramos contado nosotras?”

En muchas de estas discusiones aparece un elemento común: el duelo por la pérdida simbólica de generaciones enteras de saber. Pero también aparece la posibilidad de renombrar, de resignificar y de trazar nuevos caminos. 

Educación como herramienta de empoderamiento

El movimiento en Rojava entiende que el acceso al conocimiento es clave para la emancipación. Se han creado academias comunitarias donde se estudia historia desde una perspectiva crítica, se enseña jineolojî (la ciencia de la mujer) y se recuperan idiomas como el kurdo y el arameo.

En algunas escuelas, durante los primeros días de la semana, se debaten textos y se comparten experiencias intergeneracionales. El conocimiento no se transmite verticalmente, sino en círculo.

Estas academias también permiten que las mujeres tomen la palabra en espacios públicos, asuman roles de liderazgo y construyan vínculos entre lo personal y lo colectivo. La educación se vuelve una forma de autonomía, no solo individual, sino también territorial y cultural.

Saber ancestral y sostenibilidad

La recuperación de conocimientos tradicionales también tiene un componente ambiental. Las técnicas de agricultura regenerativa, la cooperación comunitaria y la medicina natural se están retomando no como reliquias del pasado, sino como respuestas viables ante la actual crisis ambiental.

Esta apuesta no es puramente técnica: está entrelazada con una visión de mundo que prioriza la interdependencia y la vida. A través del cuidado colectivo, la economía del don y el respeto por los ciclos de la naturaleza, las mujeres de Rojava están dando forma a un modo de vida que desafía tanto al patriarcado como al modelo extractivista global.

Algunas iniciativas incluso conectan con redes internacionales de agroecología y soberanía alimentaria, lo que muestra que estas prácticas no son aisladas, sino parte de una conversación global más amplia.

Saber como forma de resistencia

Recuperar conocimientos no es un ejercicio arqueológico: es una forma de acción. En el contexto de conflicto armado, presiones externas y aislamiento internacional, Rojava construye poder desde el saber.

Las bibliotecas, los talleres, los espacios de debate se convierten en trincheras culturales. Y en esta resistencia cotidiana, las mujeres están en el centro. No como símbolos, sino como sujetos activos del cambio. 

Porque resistir también significa imaginar. Significa crear nuevas narrativas donde antes sólo había silencio. Y esa imaginación, tejida entre muchas, está redefiniendo qué significa vivir con dignidad —incluso en medio del asedio.