Berwar

15 de octubre de 2019. Ayer por la noche, Heval Berwar desapareció. La última vez que alguien la vio fue cuando la mujer de la casa fue a comprar a una tienda cercana. Berwar le pidió cigarrillos en el portal. La mujer la vio cerca de la puerta, pero no la vio volver a entrar. Y no volvió a entrar.

Mi nombre ha cortado el aire. Es el nombre de la ciudad invadida, aquella ciudad kurda. Una de las tantas. Pero ahora es mi nombre, y a ella le gusta decirlo. Y cada vez que lo hace, lo siento como mío.

Lo siento como propio.

“¡Afrin!”. Al oírlo de nuevo, pongo los ojos en blanco y mis compañeras se ríen. “Ella te llama siempre a ti porque eres la más joven”, me dice una de ellas. Me levanto con pocas ganas, sabiendo que lo que me espera es un trabajo incómodo. Algo que limpiar, algo que cocinar…

16 de octubre de 2019. La buscamos por todas partes y no la encontramos. Estábamos en una casa fría en mitad de la ciudad, resguardadas de las bombas turcas. La foto de un Şehîd (mártir) colgaba en la pared. Nos habíamos quedado sin agua. Ya no había agua y tampoco quería llover.

Me la encuentro y vamos al lago. Berwar lleva aquí solo un mes y ya ha aprendido a nadar. Cuando ella llegó al campamento, yo le dije entre risas: “Le tienes miedo al agua y no a los cobras”. A ella le enfadan ese tipo de comentarios y encuentra cualquier momento para devolvérmelos. Siempre se burla de mi kurdo. Al empezar a estudiar el idioma, empecé con las palabras revolucionarias, las palabras diplomáticas. Pensé que tendría más sentido.

“Has aprendido: municipalidad, gobierno y caótico, pero no sabes las cosas más simples”, me dice. El sol ha desaparecido y nos hemos resguardado cerca de la orilla del lago, caminando casi en la penumbra. “Pfff, ¡pero qué dices!”, le respondo yo. Ella se para y sonríe. “Afrin”, levanta su dedo y señala una piedra. “Afrin, ¿qué es esto?”, me pregunta. Mierda. La miro. Las esquinas de su sonrisa están a punto de tocarle las orejas. Me doy la vuelta y me pongo a caminar. “¡VALE, HAS GANADO! ¿NOS PODEMOS IR YA?”. Suena una carcajada a mis espaldas. Un segundo de silencio y un grito: “¡Afrina min!”.

16 de octubre de 2019, es por la tarde. Todavía no hay agua. Dos compañeras la fueron a buscar con el coche, y volvieron a los 15 minutos sin ella. Resulta que se ha organizado independientemente con unos amigos suyos y se ha ido al frente. Cuando me lo dijeron, quedé en shock. Miré a mi comandante mientras me lo contaba, con ojos de querer yo hacer lo mismo. Ella, al girar la cara y mirarme, se dio cuenta. “Ni se te ocurra”, me dijo con severidad. “Iremos cuando nos llamen, y nos llamarán cuando nos necesiten”.

Yo espero. Y sigue sin venir el agua.

Mientras el resto hacemos cualquier cosa, ella camina cerca del lago. La miro desde abajo, en la distancia. Su silueta me persigue, camina despacio. Cuando ella está triste, ella va lejos.

Al nadar juntas, uso el poco kurdo que tengo y ella el poco inglés que ha aprendido. “¿Qué crees que pasará con Turquía?”, le pregunto. Berwar levanta la mano y hace un movimiento, como una madre mandando a un hijo. “Viene”, me responde. “¿Cuándo?”, pregunto con ansia. “Ni idea”, dice, con un desdén fingido. Pero yo la conozco.

17 de octubre de 2019. Ahora lo entiendo. Acepto todo lo que me pase, acepto volver lisiada, acepto la muerte. Pero quiero luchar. Quiero luchar. Lo necesito. Estoy desesperada. Siento celos de Berwar. “Afrin”. No hace falta que ella dijese nada más. La abracé. “Afrin, me quiero morir”. Se pasó toda la noche viendo videos de sus amigos. De todos aquellos que cayeron Şehîd, y eran muchos. Mientras lo hacía yo no podía pararla, no podía pararla…

Ambas estábamos solas en el campamento, y aunque no lo hubiésemos estado, así lo parecía. En la tarde, ella iba a ir al lago y me preguntó si la quería acompañar. “No puedo, tengo trabajo”, le dije. “De todas formas, vamos al lago todos los días”, pensé.

Ella no se quejó, me dio una media sonrisa y cruzó la puerta sola. Pasó el tiempo. “Qué estoy haciendo”, me dije a mí misma. Abandoné todo y me puse a caminar. Caminé rápido hasta que la encontré. Ella me estaba esperando. “Sabía que vendrías a por mí”, me dijo. Me puse a su lado.

20 de octubre de 2019. Hace varios días he estado planeando escaparme… Si lo hago, sabría a donde ir. Si lo hago, seguiría el río, caminaría de noche, dormiría en edificios abandonados…

El sol yacía imponente por encima de nosotras. Fuimos al lago de nuevo. Yo estaba enfadada con ella, y creo que ella lo sabía. Nadamos separadas por un pequeño periodo de tiempo y al volver nos juntamos en las rocas, pero no nos fuimos. Mirando el agua, mi mente divagaba.

Si el agua hubiese sido más cristalina, más azul, se hubiese roto. Por alguna razón me sentí bien. No contenta, pero satisfecha. Las montañas nos rodeaban, intentando ahogarnos.

Miré a Berwar. Ella estaba llorando de manera silenciosa, y al mirarme sus labios hicieron un ademán de sonreír. Volví mi cabeza al lago y ella comenzó a cantar. De repente, sentí tanto dolor. Era claro y puro, como el de un niño. Era su dolor y el mío también.

El lago era tan hermoso. A lo mejor por eso dolía tanto. Era tan hermoso.

*La ciudad de Serêkaniyê fue atacada y ocupada por el estado de Turquía en octubre de 2019, bajo el nombre de “Operación fuente de Paz”. La ciudad fue tomada después de 11 días, con un acuerdo de alto al fuego en donde las Fuerzas Democráticas Sirias se retiraron de la ciudad. Según el Consejo Democrático Sirio, más de 300 civiles murieron y 300,000 fueron desplazados desde el principio de la ofensiva.

FUENTE: Victoria Lucas / Buen Camino / El Salto Diario / Edición: Kurdistán América Latina