La batalla de Lesbos

Estamos a principios de 2015. El joven gobierno de Syriza intenta sacudirse el corsé austericida que impone la Unión Europea (UE) y que ahoga a un pueblo griego, que lleva años sufriendo recortes sociales. Un ejército de hombres de negro del Comando Troika desembarca en Atenas para dar una lección política a toda la izquierda europea: no se puede. Un golpe de Estado financiero tan veloz, efectivo y plagado de recursos como los rescates a los bancos.

Estamos a finales de 2015. Las guerras, el hambre y el cambio climático llevan años expulsando a miles de personas de sus lugares de residencia. Algunos intentan llegar a Europa. La UE entra en pánico. Esa pretendida súper potencia mundial dice ser incapaz de lidiar con unos cientos de miles de personas que huyen de la muerte. De repente, por sus cuatro costados, a Europa le sangran las fronteras y le brotan las alambradas. Se suceden las reuniones de alto nivel, las propuestas y las bonitas palabras. Pero nada llega, solo los muros y el dinero para militarizar el Mediterráneo y subcontratar policías de fronteras en países alejados de los focos bienpensantes. Tanta velocidad y recursos despliega esta UE para rescatar a bancos, como lentitud y racanería para rescatar personas. Y así pasan los años, mientras el mensaje dominante pasa del Refugees welcome a aquel Do not come to Europe, expresado por el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, justamente en Grecia, poco antes de firmar el “acuerdo” de la vergüenza entre la UE y Turquía.

Saltamos en el tiempo y volamos al presente. Estamos en marzo de 2020. La guerra en Siria sigue abierta. Los recortes en Grecia siguen haciendo estragos sociales. Quienes huyen de la muerte siguen intentando llegar a Europa. Pero esta vez, las instituciones europeas no titubean: en lugar de convocar la enésima reunión de urgencia que termina en nada, los presidentes de la Comisión, el Consejo y el Parlamento Europeo vuelan a la frontera greco-turca. Allí la policía griega está gaseando y disparando a quienes intentan cruzar, familias y menores incluidos.

Muy cerca, en la costa, los guardacostas se niegan a rescatar a quienes flotan a la deriva, acusándoles y provocando naufragios mortales. En las playas, grupos fascistas amenazan a quienes intentan desembarcar y apalean a quienes lo consiguen. Cuando se cansan, queman locales de ONG solidarias, realizan checkpoints en las carreteras parando a todo aquel que no parece griego y persiguen a periodistas para que no den testimonios incómodos. Las autoridades europeas dan todo su apoyo a la respuesta del gobierno griego, que acaba de anular de facto el derecho al asilo. La prioridad absoluta, dicen desde Bruselas, es “defender las fronteras europeas”. Ni una palabra ante la violación de los derechos humanos o el auge de la institucionalización de la xenofobia.

Donde hace unos años había hombres de negro, hoy hay aplausos. Donde entonces había una injustificable violación del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, hoy hay silencio ante la suspensión del Derecho Internacional Humanitario. En estos días, niños han muerto en las costas griegas, pero ya no sabremos si se llamaban Aylan, porque no llenan portadas.

El miércoles pasado estuvimos en Lesbos. No podíamos quedarnos sentados viendo la barbarie. Intentamos visitar oficialmente el campamento de refugiados de Moira, pero nos negaron la entrada, así que tuvimos que recorrerlo guiados por sus propios moradores. Quizás la negativa buscaba evitar que viésemos que una parte ha sido reconvertida en un centro de internamiento semi-clandestino para las deportaciones que contempla la nueva legislación griega, denunciada por vulneración de derechos por parte de organizaciones de abogados/as. O para que no fotografiásemos unas instalaciones ya precarias para acoger a 3.500 personas en las que hoy malviven 27.000. Solo tres médicos para todo el campo. Una letrina por cada 500 personas. Y por todos lados basura acumulada y niños corriendo.

Parece un basurero. Pero un basurero de derechos. Las ONG que aún aguantan tienen miedo: diariamente son amenazadas por milicias fascistas, algunas llegadas desde toda Europa para reforzar esa Internacional Reaccionaria en ascenso. La población local está cansada de ver cómo la UE es incapaz de aportar ninguna solución, y les dejan solos entre la solidaridad con quienes llegan del mar y los recortes que llegan de Atenas. Ya nadie habla de cuotas de reubicación y el dinero solo va para comprar más barcos de Frontex. El caldo de cultivo de la guerra de los últimos contra los penúltimos; la pelea por recursos cada vez más escasos. Poner a los de abajo a competir por migajas, hasta que vean el enemigo en quienes llegan de fuera con las manos vacías y no en quienes les expolian desde arriba con las manos llenas.

Hace unos años, en plena secuencia electoral que culminó con la segunda vuelta de las presidenciales francesas entre Macron y Le Pen, se hablaba de una dicotomía entre el neoliberalismo europeísta y el nacionalismo reaccionario. Algunos ya decíamos entonces que aquello era una falacia, una trampa que ocultaba más sinergias que diferencias, un pretendido binomio funcional a un relato pluralista que convenía a ambas partes, pero que escondía dos caras de una misma moneda. Hoy, al menos, ya no hay trampa: Macron, las instituciones europeas y todos los ministros del Interior que el miércoles se reunían de urgencia en Bruselas aplauden a los gobiernos de Grecia y Hungría, que están simple y llanamente aplicando las propuestas que defendía Le Pen en aquella campaña electoral, o Salvini cuando aún era ministro italiano. La extrema derecha gobierna la UE desde el extremo al centro. Aquella dicotomía tramposa ha mutado en un neoliberalismo autoritario de nuevo cuño. La Internacional Reaccionaria ya no necesita ganar las elecciones para que sus medidas electorales sean programa de gobierno.

Hasta hace poco, hablábamos de la “lepenización de los espíritus” como la peligrosa capacidad creciente de la ultraderecha para marcar la agenda social y política. Hoy Europa vive una lepenización acelerada. Y la barbarie de Lesbos, el sumidero de derechos de Moria, las muertes en el Egeo o las patrullas fascistas en Mitilene, solo son su cara más visible. Viejos fantasmas recorren de nuevo Europa. Y la UE los abraza ya sin miramientos. Nos estamos jugando el presente y el futuro. Y la crisis política y de derechos que se vive en las fronteras y en los CIE solo es la punta del iceberg. La pelea por determinar quién tiene derecho a tener derechos ha entrado en una fase determinante. Ellos están organizados, tienen un programa y toda la determinación. Si no estamos a la altura, puede que dentro de muy poco simplemente ya no estemos. O tomamos partido urgentemente o perderemos la partida definitivamente.

FUENTE: Miguel Urbán Crespo (Eurodiputado y militante de Anticapitalistas) / El Salto