El hundimiento de la lira turca es preocupante debido al volumen elevado de deudas corporativas en dólares de Turquía, poniendo al país en riesgo de crisis bancaria.
La lira turca acaba de experimentar una nueva caída hasta situarse en mínimos frente al dólar. ¿Qué está ocurriendo? Hace tres años publiqué una columna con este mismo título, en la que comparaba la épica conquista de Constantinopla, hoy Estambul, en 1453, con los formidables desafíos que afrontaría la economía otomana en los próximos años. Observando la evolución del país desde entonces, creo que los retos no se han corregido, más bien todo lo contrario.
Por un lado, señalaba entonces, Turquía afrontaba un claro talón de Aquiles: el enorme déficit de cuenta corriente, entonces de un 6% de PIB, financiado con ahorros de corto plazo (flujos de cartera), situación que podría revertir si el país dejaba de ser atractivo para la inversión, lo que provocaría un enorme ajuste en inversiones (y por lo tanto, en el empleo) y en la divisa. Hoy en día, el déficit no se ha corregido, ha comenzado la huida de capitales (los flujos compradores de países emergentes han caído un 70% en 2018), lo que ha provocado el hundimiento de la lira (20% en lo que va de año frente al dólar).
Por otro, comentaba cómo la enorme inflación de entonces (8%) tensionaba la competitividad del país, su atractivo como destino de inversión, y el negativo impacto que la inflación provoca en las rentas disponibles, especialmente entre la gente más humilde. A fecha de hoy, la inflación se sitúa ya en el 15%, en parte cortesía del hundimiento de la divisa, lo que también muestra la dificultad del banco central en conseguir una estabilidad de precios.
Ateniéndonos a esto último, también aducía en mi columna de 2015 que comenzaban las dudas al respecto de la independencia del banco central, factor clave en una economía moderna que busca atraer y retener inversiones. La situación ha empeorado intensamente, materializándose las dudas. Así, los cambios constitucionales aprobados recientemente confieren al presidente poder cambiar al gobernador del banco central sin necesidad de que expire su mandato de cuatro años. El presidente Erdogan ha declarado varias veces una teoría económica consistente en que la mejor forma de luchar contra la inflación es “bajar los tipos de interés”, que la subida de tipos es “la madre y el padre de todos los males”, que podía ser constitutiva de “usura” (algo prohibido, o ‘haram’ en el islam), y que las bajadas de calificación de las agencias de ‘rating’ (que ya consideran a Turquía un país sin grado de inversión, o sea, de alto riesgo), de las que se ha derivado parte de la debilidad de la lira turca, es una conspiración “del ‘lobby’ de los tipos de interés”.
En cualquier caso, el hundimiento de la divisa en mayo y junio forzó al banco central a reconocer la realidad: el que para seguir financiando el déficit de cuenta corriente había que atraer ahorro, subiendo tipos hasta el 18%, algo que acometió hace unas semanas. Recientemente, Erdogan nombró a su yerno, Berat Albayrak, ministro de Economía y responsable del Tesoro turco, por lo que se redoblaron los temores a la pérdida de independencia en política monetaria (el mercado reaccionó el día del nombramiento con una caída de un 3,5% de la lira). El mejor exponente de la situación fue la reunión del banco central turco, de la que el mercado esperaba una subida de tipos de un 1% para hacer frente a la inflación desbocada. El resultado fue no tocar los tipos, volviendo a mostrar la posible pérdida de autonomía del banco central, a tenor de lo cual la divisa cayó otro 3%, acercándose a 4,9 liras por dólar, mínimo histórico.
El hundimiento de una divisa es siempre preocupante porque, como hemos visto, genera inflación (ya que se encarecen las importaciones, en este caso en partidas básicas como el petróleo). Sin embargo, la situación se agrava si el país presenta un volumen elevado de deudas corporativas en dólares, ya que las empresas suelen recaudar sus ingresos en liras pero tienen que afrontar las deudas en dólares, por lo que si cae la lira hace muy difícil pagar los préstamos. Las empresas turcas presentan la friolera de 300.000 millones de dólares en deudas, lo que puede provocar una crisis bancaria (un tercio de los préstamos que confiere la banca turca a las empresas del país se realiza en dólares). Qué mejor ejemplo que la compañía telefónica turca, endeudada en un 70% en dólares, y que se ha visto incapaz de hacer frente a los vencimientos de varios préstamos en los pasados septiembre y marzo. En conjunto, la economía turca presenta deudas en divisa extranjera de más de un 50% del PIB, la mayor de los grandes países emergentes, y superando a Sudáfrica, Argentina, México, Rusia o Brasil, según datos del International Institute of Finance.
El sistema bancario, a su vez, afrontaba ya en 2015, como exponía, el riesgo de haber alimentado una burbuja crediticia, burbuja que provoca burbujas de activos, y un crecimiento económico fuerte (7,4%) pero de mala calidad (por su dependencia del endeudamiento y más recientemente del gasto público, en términos económicos, una economía ‘recalentada’), un fenómeno parecido al que vivió España entre 2000 y 2007. Además, los bancos no han podido financiar todo el incremento de deuda con sus propios depósitos, lo que les ha obligado a endeudarse en los mercados mayoristas (de nuevo, igual que el sistema financiero español hasta 2007), lo que se traduce en parte en el peligroso déficit de cuenta corriente aludido. El resultado provoca una enorme inestabilidad en el pulmón financiero del país, inestabilidad agravada por un riesgo que no afrontaba la banca española de entonces: un volumen enorme de créditos en divisa extranjera en los que se gesta la futura morosidad, y como bien sabemos en España, una crisis bancaria puede provocar una crisis soberana, ya que la deuda pública aumenta rápidamente al cambiar el ciclo económico y al intentar sanear la banca, con lo que se puede gestar una tensión soberana, como bien han notado en Argentina hace tres meses.
La caída de Constantinopla, entonces llamada ‘segunda Roma’, acabó en un baño de sangre que alcanzó su clímax con la matanza de mujeres y niños que se habían refugiado en la catedral de la Santa Sofía invocando la protección divina. En mi opinión, la evolución de la economía turca desde que escribí mi columna de 2015 no tendrá tamañas consecuencias sangrientas, pero augura muy oscuros presagios.
FUENTE: Ignacio de la Torre / El Confidencial