Este es el cuarto de una serie de artículos de Rahila Gupta como testigo de la revolución de Rojava.
Mientras me encuentro en Rojava, en el norte de Siria, se celebra el primer festival de arte y cultura de mujeres, de cuatro días de duración. En un teatro decrépito, un gran número de mujeres de todas las edades y etnias hacen lecturas dramatizadas de poesía que resultan imposibles de traducir simultáneamente, excepto a grandes rasgos. Así que me informan de que la mayoría de los poemas son políticos –valorando la guerra, la cuestión kurda, la subordinación de las mujeres y la tragedia de las compañeras sirias que abandonan su país y se convierten en refugiadas-. Por desgracia, los poemas son declamados o bien llorando, o a un volumen estridente, desafiando todos mis intentos por resultar una oyente interesada. Las pinturas, por el contrario, hablan un lenguaje universal.
Me pregunto si la naturaleza política de los poemas es un intento de apoyar la revolución, comparable a la naturaleza partisana del arte soviético a partir de 1930. La organizadora, Berivan Khalid, Responsable de Cultura del Cantón de Cizire, me dice que, puesto que “esperan exponer al mundo su revolución por medio del arte”, no se ha hecho ningún proceso de selección. Me asegura que hay alguna poesía romántica, pero que el foco principalmente político refleja el compromiso de la artista en tiempos revolucionarios. Todas las mujeres mayores de dieciséis han sido invitadas a participar en el festival y todas las obras presentadas han sido expuestas. El festival fue anunciado por todas las ciudades del cantón de Cizire. Si la calidad no era un criterio determinante para participar en el festival, la naturaleza igualitaria del proceso de participación no se extendió a la ceremonia de premios, donde las tres mejores de cada categoría fueron galardonadas.
No obstante, la importancia del evento no se me escapa. Bajo Assad, cualquier expresión pública de la identidad kurda o la expresión del arte y literatura kurdos estaban criminalizadas. Khalid declara que han experimentado un giro de 1800 en su libertad. Hablar kurdo en el lugar de trabajo y otros lugares públicos, así como la enseñanza y el aprendizaje de la lengua estaban prohibidos. En su libro “Los kurdos de Siria”, Harriet Allsopp expone que los organizadores de bodas kurdas tenían que firmar contratos con el Estado en los que se recogía que ¡no se podía cantar en kurdo!
Marcas de la política de arabización de Assad aparecen por todas partes: desde mi pase de prensa escrito en árabe, que me facilita el paso en los controles, a intérpretes que se sienten más cómodos hablando en árabe, aunque se identifican como kurdos. Ahora, florecen los cursos de kurdo. Me he cruzado incluso con bastantes adultos que hablan árabe con más fluidez, pero que están aprendiendo a leer y escribir en kurdo, y que corroboran lo anterior.
Casi todas las mujeres kurdas que he entrevistado declaran que la doble opresión del patriarcado y la discriminación étnica como kurda han sido los factores determinantes de su politización. Nesrin Abdullah, comandante y portavoz de las YPJ (Unidades de Defensa de las Mujeres), por ejemplo, me explica por qué se alistó: “Tengo dos razones para convertirme en una guerrillera. Estábamos bajo el control del régimen de Assad, quien abusó de nosotros (como pueblo kurdo) y, en segundo lugar, como mujeres hemos sufrido el abuso del patriarcado”. Las contradicciones que surgen de esta posición, en la intersección entre raza y género, me recuerdan mi propia historia política como mujer negra en Gran Bretaña. En lo que nos distinguimos es en que la experiencia del racismo en Gran Bretaña nos ha sensibilizado ante cualquier intento de discusión sobre que la incidencia de la violencia doméstica es mayor en cualquier comunidad particular, porque tal argumento se propone al servicio de una agenda racista: que los hombres de una determinada comunidad son más bárbaros. En este contexto, resulta casi imposible hablar de historias distintas, niveles diferentes de poder por la diferencia en la educación y las oportunidades de empleo de las mujeres y/o diferentes tradiciones patriarcales, aunque son precisamente estos factores los que buscamos cambiar en nuestra campaña.
No obstante, las mujeres de SARA, en Qamislo, una organización similar a Southall Black Sisters (Hermanas Negras de Southall) en Gran Bretaña, que apoya a mujeres que escapan de la violencia doméstica, se mostraban mucho más relajadas en la denuncia de que las mujeres árabes se enfrentan a problemas mayores que las kurdas, porque la poligamia está mucho más extendida en la comunidad árabe, al igual que los crímenes de honor. Dada la larga historia de tensión entre árabes y kurdos, me preguntaba si estas declaraciones resultarían inflamatorias. Sin embargo, la ecuación de poder entre ambas comunidades es bastante diferente. El hecho de que los árabes constituyan una mayoría poderosa en Siria, frente a la minoría discriminada kurda, podría ser una razón; resulta más aceptable golpear hacia arriba. El énfasis de Rojava en la inclusión étnica podría ser otra razón. En la Asamblea Legislativa, su equivalente al Parlamento, se han reservado un 10% de escaños para kurdos, árabes y cristianos respectivamente, sin tener en cuenta el tamaño de las comunidades, en una región donde los kurdos son mayoría. Éste es realmente un enfoque tolerante para no obstante alcanzar la inclusión racial. En este contexto, afirmar que la posición de las mujeres dentro de una comunidad concreta es peor que en otra no se percibe como un desprecio racista, sino como la constatación de un hecho. Fue precisamente esta inclusión lo que atrajo al tendero árabe que conocí en el zoco de Qamislo. Huyó de Raqqa, en parte porque le disgustaba la persecución de todas las demás minorías religiosas y étnicas. Por supuesto, cuando le pregunté por su compromiso con los ideales de igualdad de género de la revolución, lo negó rotundamente y dijo que el lugar de su esposa era, desde luego, la casa.
Parece encontrarse en minoría, si atendemos a un reciente estudio llevado a cabo por la autoadministración. De las 1.200 personas del estudio, aproximadamente 500 hombres y 700 mujeres, el 85%, coincidieron en que las mujeres deben tener iguales derechos que los hombres. Casi todas las preguntas relativas a las mejoras en el status de las mujeres recibieron el apoyo de entre el 80% y 90% de los entrevistados. Curiosamente, la pregunta que recibió menor apoyo -65%, aunque sigue siendo una amplia mayoría- relativa a los derechos de la mujer tras un divorcio, se refería a si la mujer debía tener la custodia de los hijos hasta los 15 años y si el padre estaba obligado a pagar una pensión. Hasta la revolución, la ley de la sharia en Siria decretaba que si una mujer divorciada no volvía a casarse, podía quedarse a sus hijos hasta los nueve años en el caso de los niños y once en el de las niñas. Aunque los juzgados de la sharia han sido desmantelados en Rojava, aún perviven en otras partes de Siria que se encuentra bajo control de los rebeldes, infiltrados por Jabhat al-Nusra, la filial de Al-Qaeda o los Hermanos Musulmanes, y, por supuesto, en el territorio ocupado por el ISIS.
El compromiso de Rojava con la secularización, donde la religión es un estricto asunto privado, debe mucho a las ideas de Abdullah Öcalan. Éste es muy claro respecto al papel de la religión en la opresión de las mujeres. En su panfleto sobre la revolución de las mujeres, “Liberando la vida”, Öcalan avanza su teoría de las tres rupturas sexuales respecto a la esclavización de las mujeres y su eventual liberación. La primera ruptura, o punto de giro, fue el surgimiento del patriarcado al final del Neolítico, junto con el nacimiento de la civilización estatista. La segunda ruptura sexual fue la intensificación del patriarcado por medio de la ideología religiosa. Según dice Öcalan: “El trato inferior de las mujeres se convirtió ahora en el sagrado mandato de dios”. Y la tercera ruptura está aún por llegar, el final del patriarcado o, según indica Öcalan, “matar al macho dominante”, que dará nueva forma a la masculinidad de manera que ya no se definirá en relación a su poder sobre las mujeres.
Esta es la sociedad que las mujeres soldados quieren defender. Cuando pregunto a Nesrin Abdullah si se ha enfrentado directamente a un combatiente del ISIS, asiente, pero rehúye entrar en detalles: “No es importante para mí matar a un soldado del ISIS, lo que es importante es matar su ideología”. Se muestra muy dispuesta a poner el énfasis en su ideología de paz y autodefensa, de no agresión y de lucha sólo contra los invasores. No se trata sólo de la idea de que las mujeres tienen el coraje físico para combatir la brutalidad de los combatientes del ISIS –una idea que se ha puesto de manifiesto en las fotografías de las mujeres de las YPJ rescatando a mujeres y niños yazidis del Monte Sinjar-, sino que el enfrentamiento entre las dos partes va más allá, se trata de la contraposición de dos ideologías políticas muy diferentes, de la modernidad democrática contra el fascismo religioso, en la que la posición de las mujeres no podría estar más polarizada.
Está claro que esta batalla entre Rojava y Raqqa ha dado al traste con la narrativa popular occidental de la lucha de civilizaciones propuesta por Samuel Huntington. En 1992, Huntington argüía que la era de la ideología había terminado y que el futuro se caracterizaría por los conflictos culturales y religiosos. Central en esta línea de pensamiento está el choque de culturas entre la moralmente superior occidental, en términos de su apoyo a los recursos humanos, la igualdad, la democracia y el liberalismo, frente a las actitudes medievales de una “cultura” islámica construida de manera monolítica y universalmente opuesta a estos valores. Lo que yo he visto en Rojava es un intento de construir una democracia radical como se describe en la Parte 3ª, algo como no existe en Occidente. Esta batalla no es por algún alma mítica del Islam; se lucha “fuera de él”. Incluso aunque parezca que el ISIS está decidido a imponer su particular visión del Islam, el Corán es sólo su libro de cabecera político.
Fuente: Open Democracy / Traducido por Rojava Azadi