Rojava: En la retaguardia

Te conocí hará un poco más de un mes, haciendo ese trabajo de hormiguitas que hacemos aquí para construir la sociedad que queremos, donde todo el mundo tenga un lugar y pueda crecer y moverse libremente. Porque a unos cuantos kilómetros del frente, la vida sigue y, en algunos casos apenas sin alteración alguna. Y allí estás tú, junto con tus compañeras que también son ahora las mías, visitando a familias, preparando formaciones, de reunión en reunión…

Y te conocí con una sonrisa en la cara, con un libro en las manos pese a los vaivenes del coche con los baches de la carretera, y con una energía que te salía por los poros de la piel, más propia de los veinte años que de tus probablemente cuarenta y tantos, o cincuenta. “¿Te gusta caminar? -me dijiste-. A mí me encanta”.

Ahora, hará una semana del día que te vinimos a dar esos papeles por la mañana, no hacías buena cara. Un poco más tarde oí decir al heval con quien te habíamos visitado que parecías enferma, pero allí se quedó, y yo no le di más importancia que la que puede tener un resfriado cualquiera.

Hasta ayer, cuando N. me dijo que iríamos a verte a tu casa porque estabas enferma y, justo antes de llegar a tu puerta, me advirtió de que si preguntabas te dijera que pasábamos por aquí, que no veníamos expresamente a verte. Un poco más tarde, hablando con tu padre y tu madre entendí el por qué. “Que no quiere ir al médico; que no está bien, que no come, pero no quiere ir…”. Mi dominio del kurdo no me permitió entender qué te pasaba, pero sí entendí que tu madre y tu padre estaban preocupados por ti. Igual no te diste cuenta, pero cada vez que salías de la sala a preparar el café o a buscar un vaso de agua, nos hablaban en voz bajita y nos contaban qué te pasaba, pidiéndonos que te ayudáramos, o que te convenciéramos de ir al médico. Y cuando volvías se hacía esa clase de silencio en el que parece que sea tan obvio que han estado hablando de ti. N. te dijo que tenías que ir al médico, que iríamos contigo, y ante tus “no hace falta”, “puedo ir sola”… ella te respondió que la hevaltî también es eso, cuidarnos y apoyarnos más allá de los espacios de militancia y trabajo, en el día a día de la vida cotidiana. Al final, su insistencia no consiguió sacarte más respuesta que un inshallah, que no cerraba ninguna puerta pero tampoco prometía nada…

Pero hoy hemos ido a buscarte a casa para acompañarte al médico, porque aquí no se va sola al doctor. Y de camino a tu casa, le he preguntado a N. si no vivían más hermanas o hermanos contigo. Su respuesta me ha dejado paralizada. Tenías cuatro hermanas que ahora son şehids, y si tienes más hermanos o hermanas están fuera.

Cuatro… En casi todas las familias hay algún şehid (mártir), y aunque el número no importa al hablar de vidas, ese número no deja de resonar dentro de mí. Cuatro hermanas…

Ya estabas avisada de que veníamos y nos esperabas lista para irte. Tu madre, con una expresión entre de preocupación y agradecimiento, nos ha despedido desde la puerta. Y yo, que seguía sin saber de qué estás enferma, porque dices que te duele la barriga y continuamente sacas el kleenex para secarte la nariz. Hace frío hoy…

En el médico esperamos mientras no paran de entrar hombres y mujeres, el conserje sale al rellano a fumar o a buscar un café, entran más hombres, la puerta no se cierra porque no cabe la gente en la sala de espera, se va la electricidad y vuelve… y al cabo de un rato te han llamado y habéis entrado las dos. Cinco, diez, quince, veinte minutos… y vosotras que no salíais y la gente que se iba acumulando y poniendo nerviosa. Después de no sé cuánto tiempo se ha abierto la puerta y habéis salido con la receta de los medicamentos que hemos ido a comprar a la farmacia de enfrente, y hemos vuelto a la consulta a que el medico firmara no sé qué…Pero tú estabas harta de gente, así que N. se ha quedado arriba y tú y yo hemos bajado a la entrada, al rellano, a las escaleras… donde con más de un cristal roto en las ventanas parece que los dedos de mis pies vayan a congelarse y romperse de un momento a otro. Los tuyos no, porque me enseñas que, previsora, llevas puestos dos pares de calcetines.

Y pasa el tiempo, y N. sigue sin salir, y tú te sientas en el suelo y escondes la cabeza entre tus rodillas. Y yo, con la torpeza de quien no tiene qué decir porque no sabe cómo hacerlo, pongo mi mano encima de la tuya, que está muy fría, y seguimos así esperando. Hasta que al cabo de un rato y sin entender mucho qué hacíamos allí, he subido a la sala de espera y he aprovechado para preguntarle a N. de qué era este médico. Es un doctor nafsi o asabi, y aunque no tengo muy claro cuál es su disciplina exacta, lo que tengo claro es que un resfriado no tienes, ni gastroenteritis tampoco. El médico es un psicólogo o un psiquiatra, y para ello son también las medicinas que te ha dado. Y por eso es que casi no comes, por eso la mirada preocupada de tu madre, por eso es que aun habiendo venido tarde el otro día a traerte los papeles tú seguías en la cama…

Y yo no sé si esto es por tus cuatro hermanas, por haber tenido que irte de tu casa cuando Turquía invadió Afrin, o porque te haces cargo de tu padre y de tu madre y de la casa tú sola, además del trabajo… o si, tal vez, no es por nada de todo esto.

Lo que sí sé, es que esta maldita guerra y esta bendita revolución no le salen gratis a nadie. Y que si, a pesar de ello, la resistencia y la construcción de la vanguardia siguen, es porque en la retaguardia hay montones de personas haciendo este trabajo de hormiguita y apoyándose las unas a las otras cómo lo hacéis vosotras.

Y eso inevitablemente me lleva a pensar en mis compañeras de casa y en cuan parecidas son algunas cosas aquí y allí. Porque son muchísimas también las que día a día van construyendo ese tejido que sólo por existir ya hace que le hayamos ganado algo al sistema. Las que ponen el cuerpo día sí y día también, las que dan la cara por las otras, y las que están siempre cuando las necesitas… ¿Sabes? Ellas también me hubieran venido a buscar a casa si estuviera enferma y no quisiera ir al médico y, ahora, en la distancia, me mandan mensajes para que sepa que por muy lejos que estemos siguen aquí, y que mientras yo estoy con vosotras, ellas siguen defendiendo nuestro lado de la trinchera.

No sabes cuánto me gustaría que os conocierais…

FUENTE: Marina Laguarda Batet / Buen Camino / El Salto Diario