Turquía y el fascismo cotidiano

Ya no alcanza con la persecución, represión, criminalización, destitución y arresto de los opositores․ Tampoco con el encarcelamiento de por vida -e incomunicado larguísimo tiempo- del líder revolucionario Abdullah “Apo” Öcalan, ni la ocupación militar de la Anatolia, ni con el avasallamiento de la historia pluricultural del país y de los derechos de las nacionalidades y diversidades que lo habitan. Ahora, la Fiscalía turca quiere proscribir a la tercera fuerza política parlamentaria, al Partido Democrático de los Pueblos (HDP), principal fuerza de la izquierda democrática y revolucionaria.

Pero hagamos un poco de historia.

A principios de marzo, en plena represión a los estudiantes universitarios y en medio de la sistemática política fascista aplicada a lo largo de los años por su gobierno, el autoproclamado sultán Recep Tayyip Erdogan anunció un “nuevo plan de derechos humanos” en Turquía.

Según el dictador de Turquía, se trata de una reforma judicial, en la que también se incluirá una “mayor protección de la libertad de expresión e información, más libertad para los periodistas, más libertad religiosa y de organización, además de una reforma del sistema de partidos políticos y de la ley electoral”.

Suena todo lindo, pero la realidad es otra. Y muy distinta al relato nacionalista y fundamentalista de Erdogan.

En los últimos años, la política fascista llevada adelante por el gobierno de Erdogan sumió al país en una larga y oscura noche, que sin embargo no logró vencer al poderoso movimiento de resistencia, que aún sigue de pie y dando lucha en todos los frentes.

El asesinato del periodista de origen armenio Hrant Dink en Estambul, el crimen de las dirigentes kurdas en Francia (Sakine Cansiz, de 55 años; Fidan Dogan, de 32 años; y Leyla Soylemez, de 24 años), la imposición de toque de queda y las razzias en ciudades como Van y Diyarbakir, el encarcelamiento de miles de periodistas, abogados y militantes populares, el cierre de centros juveniles, los ataques a centros culturales y religiosos pertenecientes a identidades no turcas y no musulmanas, los muertos en huelgas de hambre, son sólo algunos ejemplos que puedo enumerarles rápidamente para que se entienda que cuando decimos que en Turquía hay fascismo, estamos diciendo la verdad.

Y hay más ejemplos. En los últimos años, a varios miles de ciudadanos les fueron abiertas causas judiciales por criticar al presidente turco. Tan solo en 2019, 36 mil personas fueron investigadas por haber cometido, supuestamente, este delito, y de ellas 3.831 fueron condenadas.

También se transformó en práctica política sistemática del gobierno de Erdogan, la destitución de cientos de diputados nacionales y provinciales, concejales y representantes municipales, intendentes y alcaldes del HDP, legítimamente consagrados en las últimas elecciones. Sus lugares ejecutivos son ocupados por “interventores del gobierno central”, quienes cumplen a rajatabla las directivas del fascismo gobernante.

Desde finales de diciembre de 2020, se suceden las manifestaciones de protesta de los estudiantes universitarios, en contra de la elección a dedo por parte del gobierno del rector de la Universidad del Bósforo, la más prestigiosa del país. Los reclamos estallaron cuando Melih Bulu, una figura empresarial que se presentó como candidato parlamentario del partido gobernante Justicia y Desarrollo (AKP) en 2015, fue impuesto como rector de la universidad. Las manifestaciones fueron prohibidas y reprimidas duramente. Decenas de estudiantes fueron procesados y, al menos, una decena espera juicio en arresto domiciliario. El aparato de medios cooptado por el Estado muestra a los jóvenes manifestantes como “subversivos”.

Desde 2016, pasaron por los tribunales 785 profesores universitarios acusados de difundir propaganda terrorista. Unos 6.000 académicos fueron despedidos sumariamente de sus puestos de trabajo, como parte de una purga más amplia de profesionales, a quienes se los vincula con el movimiento popular y revolucionario del país.

Turquía también ignora las sentencias del Tribunal Europeo de Derechos Humanos que piden la liberación del ex líder del partido HDP, Selahattin Demirtas, en prisión desde 2016; así como la excarcelación del defensor de los derechos humanos Osman Kavala, en prisión preventiva desde hace más de tres años.

A este oscuro panorama interno desatado por el autoproclamado sultán, debemos agregar el externo. Y ahí vemos al dictador sacando pecho y enfrentándose con los líderes de distintos países (muchos de ellos lo enfrentan públicamente, pero no le sueltan la mano), o enviando a sus militares a bombardear poblaciones kurdas dentro y fuera de Turquía, o a invadir y ocupar regiones como lo hizo y hace en Siria, Irak, Libia, Chipre y Karabaj.

En una nota reciente del periodista Gustavo Sierra, publicada en Infobae América, entre muchos datos, se señala que “a finales de 2020, Human Rights Watch informó que 87 periodistas y trabajadores de los medios de comunicación turcos se encontraban en prisión preventiva o cumpliendo condenas por delitos de terrorismo debido a su trabajo periodístico. Según el informe anual de seguimiento de los medios de comunicación de la Asociación Turca de Periodistas, uno de cada seis periodistas está siendo juzgado en Turquía. Desde 2016, se cerraron al menos 160 medios de comunicación. El representante en Turquía de Reporteros sin Fronteras (RSF), Erol Onderoglu, está actualmente enjuiciado y se enfrenta a 14 años de prisión por cargos de ‘hacer propaganda de una organización terrorista’, ‘incitar abiertamente a cometer delitos’ y ‘elogiar el crimen y al criminal’. En noviembre, un tribunal de apelación confirmó la condena a cadena perpetua de Hidayet Karaca, periodista y presidente de un grupo de televisión ya cerrado. El 15 de febrero, el codirector y tres reporteros de otro diario cerrado, el prokurdo Ozgur Gundem, fueron condenados a 20 años y 10 meses de prisión”.

En el mismo artículo se señala que “un experto en ciberderecho turco declaró a The Guardian que las autoridades ya bloquearon más de 400.000 sitios web y que ahora están ampliando la censura en línea en virtud de una ley distópica recientemente promulgada que se espera que dé más control al gobierno sobre las empresas de medios sociales y su contenido en línea”.

También se destaca que “la influyente abogada defensora de los Derechos Humanos Eren Keskin fue condenada hace dos semanas a seis años de prisión por ‘pertenecer a una organización terrorista’. Taner Kılıç, presidente honorario de Amnistía Internacional Turquía, fue sentenciado a más de seis años de prisión el año pasado. Actualmente hay 450 abogados que cumplen largas condenas de prisión por cargos de terrorismo. En un solo día de septiembre, las autoridades detuvieron a 47 abogados en sus domicilios por estas acusaciones. Un mes antes, la abogada de derechos humanos Ebru Timtik, sentenciada junto con otros 17 abogados por cargos de terrorismo, murió durante una huelga de hambre para exigir un juicio justo”.

Hoy (por el 19 de marzo), las agencias internacionales informaban que los presidentes del Consejo Europeo, Charles Michel, y de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, se entrevistarán por videoconferencia con el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, antes de que la Unión Europea estudie la semana que viene en la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno el futuro de las relaciones con Turquía.

También hoy, el copresidente de la Asociación de Derechos Humanos (IHD, por sus siglas en turco) de Turquía, Ozturk Turkdogan, fue detenido en Ankara. Así lo afirmó la organización en un comunicado. “Nos enteramos con profunda preocupación de que el copresidente de la IHD y miembro del comité de fundadores del Fondo de Derechos Humanos, Ozturk Turkdogan, fue detenido por la Policía en su casa”, destaca el comunicado. Los representantes de la asociación denunciaron que operaciones como la realizada esta mañana de 19 de marzo se convirtieron en una práctica común en Turquía.

Sí, así es. Todo lo narrado en esta nota sucede en la Turquía real y no en aquella que nos muestran las telenovelas ni los programas de viajes, en donde nos encontramos con una realidad que no nos muestra el dolor y el sufrimiento de millones de trabajadores y ciudadanos de a pie, que deben enfrentarse al fascismo cotidiano.

FUENTE: Adrián Lomlomdjian / Nor Sevan

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