“Las condiciones sanitarias son deplorables. No hay jabón, ni agua caliente… En muchas ocasiones ni tan siquiera hay agua. Nos trasladan constantemente. Nos quieren matar con este virus. Hablad con los periodistas… Que se den a conocer los abusos a los que están sometidxs lxs miles de prisionerxs politicxs en Turquía”. ¿Cómo escuchar y transmitir este grito? ¿Cómo franquear los muros?
El planeta solloza. Unas zonas más que otras. Recibimos constantemente, sobre todo cuando nos encontramos en suelo europeo, llamamientos a la solidaridad, denunciando la represión existente en determinados países. En unos más que en otros. Acabo de difundir una misiva enviada desde Brasil por una amiga feminista, apelando a la solidaridad. Escribe lo siguiente: “Cuando el fascismo se instala en un país, es el conjunto del planeta el que peligra”. La mayoría de las veces difundimos este tipo de peticiones por correo electrónico, por Facebook, por Instagram, o hacemos un tweet… Después nos llega otra petición, de otro rincón de nuestro triste mundo… Y hacemos de nuevo lo mismo. Confiando en la utilidad de compartir estas peticiones, escucho a Gramsci, afronto el pesimismo de la inteligencia con el optimismo de la voluntad y os transmito el grito que proviene desde Turquía, mi país, que tuve que abandonar hace diez años. Os traslado estas peticiones, solicitando vuestra solidaridad creativa…
Quienes siguen las noticias están ya al corriente de la represión que sufre en Turquía toda aquella persona que critica, que crea, que reflexiona, que hace preguntas. No es nada nuevo…ni tampoco es específico del gobierno actual. Se trata de la misma cantinela: cierre, apertura, represión…Es probable que hayáis escuchado noticias acerca de periodistas, abogadxs, militantes, artistas encarceladxs, sobre cantantes que fallecen a causa de una huelga de hambre. Existen campañas solidarias con la cantante kurda Nûdem Durak y con Osman Kavala, el mecenas turco, encerrados ambos desde hace años… Los kurdos se manifiestan a través de Europa para denunciar la encarcelación de decenas de diputadxs y alcaldes/as elegidxs con las siglas del HDP (Partido democrático de los Pueblos).
Sería difícil comprender tanta violencia si no se tuviese en cuenta que Turquía lleva embarcada desde hace años en una guerra transfronteriza, en Siria, en Irak, en Libia. El contexto de guerra se ha reinstalado con crudeza en el país y la represión se vuelve asesina. Está presente en todas partes, pero es aún más brutal en la región kurda. Las ciudades que conocieron pequeñas experiencias democráticas se ven ahora sumidas en un escenario cada vez más siniestro, puesto que el Estado ha confiscado sus alcaldías y las detenciones y asesinatos son masivos. Nos llegan sin cesar nuevas informaciones: detenciones, torturas, masacres, prohibiciones…
Aunque en el contexto actual se entremezcle con otros, os invito a que escuchéis los gritos que nos llegan desde las cárceles de Turquía… Michel Foucault, en su Vigilar y castigar (1993) demostraba que las cárceles reflejan los dispositivos de poder de las sociedades en las que se ubican. En efecto, podemos descifrar Turquía a través de su sistema presidiario. Las condiciones de vida en las cárceles, la organización del espacio de reclusión, las prácticas del poder con respecto a lxs detenidxs, reflejan efectivamente la organización del poder en el país. Para empezar, cabe recordar que Turquía es, después de Rusia, el segundo país europeo en lo que respecta al número de personas encarceladas. En enero de 2020, se contabilizaban alrededor de 294.000 reclusos, según cifras del Ministerio de Justicia. A falta de datos oficiales, las ONGs evalúan en cerca de 80.000 el número de prisionerxs politicxs acusadxs de terrorismo. Así es, en Turquía cerca de 80.000 militantes asociativxs, periodistas, artistas, músicxs, abogadxs, escritorxs, universitarixs, diputadxs y alcaldes/as están entre rejas… Imaginad un país que encierra a todas esas personas… Yo también formé parte de ese colectivo durante dos años y medio. Excluida de todos los círculos, sin poder pronunciarme, confiando en las redes solidarias para poder trasladar “afuera” lo que sucedía “adentro”. Aunque mi juicio siga adelante, amenazador, ahora me encuentro “afuera”. Fuera de la cárcel, fuera del país… Y llevo conmigo la voz de “adentro”.
Puede que lo hayáis escuchado. Hace unas semanas el Parlamento turco votó una ley para luchar contra la propagación del Covid-19, lo cual permitió la liberación de 90.000 prisioneros acusados o condenados por violencia conyugal u otros crímenes, violaciones, fraude, pertenencia a grupos mafiosos, tal y como fue el caso de un jefe de la mafia, ídolo de la extrema derecha… Pero lxs prisionerxs políticxs, por ejemplo, lxs intelectuales juzgadxs únicamente por delitos de opinión, quedaron excluidxs de esta amnistía; están condenadxs a múltiples enfermedades, teniendo en cuenta las malísimas condiciones sanitarias existentes en las cárceles turcas… A comienzos de abril, la Liga de los Derechos Humanos (IHD) daba cuenta de al menos 1.564 reclusxs enfermxs, 591 de los cuales habían contraído el coronavirus. Teniendo en cuenta las nuevas detenciones y encarcelaciones de carácter político, nos preguntamos si, instrumentalizando la pandemia, el gobierno no ha querido simplemente liberar aforo para poder encerrar a otrxs militantes, periodistas, artistas.
Los mensajes de lxs prisionerxs no aparecen en los medios de comunicación. Los podemos escuchar gracias a sus familias: “Tras haber liberado a los bandidos, a los violadores, las condiciones sanitarias son cada vez más deplorables; no nos dan jabón, ni agua caliente… A veces ni tan siquiera hay agua… Nos trasladan continuamente. La persecución es insoportable. Registran nuestras camas sin cesar, lo tocan todo, quieren que el virus nos mate. Hablad a lxs periodistas… Relatad los abusos a los que están sometidos decenas de miles de prisionerxs en Turquía”.
¿Cómo escuchar y transmitir este grito? ¿Cómo franquear los muros?
Tras el golpe de estado de 1980, mi padre, abogado defensor de derechos humanos, estuvo encerrado en la cárcel durante cinco años, junto con centenas de miles de escritorxs, periodistas, militantes… Junto a él, había miles de sindicalistas. Detenían incluso a los delegados sindicales con acusaciones absurdas… Los fiscales pedían la pena de muerte para los dirigentes y la condena perpetua para los delegados. Había miles y miles detrás de los barrotes. “Nos llegaban cartas. Cartas de solidaridad desde diversos países europeos. Esto nos enfurecía. No teníamos ni ganas de leerlas. Esperábamos que la CGT y otros sindicatos hiciesen huelgas solidarias o parones de una hora… Teníamos una radio pequeña y habíamos conseguido sintonizar la BBC. Escuchábamos todas las noticias, esperando una iniciativa solidaria de verdad… ¡En vano!”.
¿Cómo escuchar y transmitir este grito? ¿Cómo franquear los muros?
¿Adentro y afuera?
FUENTE: Pınar Selek / Mediapart / Kedistan / Traducido por Maite / Edición: Kurdistán América Latina