Erdogan y la necesidad de desmantelar la relación entre kurdos y países occidentales

El presidente turco, Recep Tayip Erdogan, ha justificado su rechazo a que Finlandia y Suecia formen parte de la OTAN con el argumento de que acogen a “terroristas” del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) -su peor enemigo interno-, y en que, incluso, algunas de estas personas ocupan cargos institucionales y parlamentarios en esos países. Es cierto que hay unas “razones kurdas” para esa negativa, pero no son las que de forma tan infantil Erdogan ha puesto sobre la mesa. En ese caso, también se tendría que cuestionar la pertenencia a la Alianza de casi todos sus componentes, especialmente de Alemania, Francia, Bélgica, Holanda, Dinamarca y Reino Unido, ya que en todos ellos se da la misma circunstancia: acogida a kurdos que huyen de la brutal represión bajo el régimen de Erdogan y participación institucional de esos exiliados por su especial facilidad para integrarse en las sociedades europeas.

Las “razones kurdas” más bien hay que buscarlas en la crisis siria y en la estrecha colaboración de Ankara con la Rusia de Putin para frenar la progresión de los grupos kurdos próximos al PKK, debido al papel clave que han jugado, apoyados por Estados Unidos, Francia y Reino Unido, en la derrota del Estado Islámico. Para Erdogan, esta alianza anti-islamista entre fuerzas kurdas y occidentales ha sido la peor de las pesadillas que podía tener, no solamente por poner en cuestión una línea clave en su política exterior, sino también por debilitar su poder dentro de Turquía al fortalecer a sus principales opositores. Este es el verdadero motivo por el que Erdogan se ha echado en brazos de Putin, con quien coincide en la necesidad de desmantelar la relación entre kurdos y países occidentales.

Para él, es imprescindible actuar dentro de Siria y eso no es posible sin el consentimiento de Putin, que es quien, en la práctica, está al frente del país. Una decisión turca claramente contraria a la estrategia internacional de Rusia recibiría una dura respuesta en Siria, como ya lo experimentó, de forma bien amarga, hace seis años cuando cazas turcos derribaron, por error, un avión de combate ruso. No ha vuelto a suceder y todo lo que hace Turquía dentro de Siria debe contar con el beneplácito de Moscú.

No tienen otro sentido las decisiones turcas, que han provocado tensiones dentro de la Alianza o que, por primera vez, hayan surgido voces replanteando la presencia de Turquía en la OTAN. La decisión más grave fue adquirir el sistema antimisiles ruso S-400, incompatible con los planes defensivos de la Alianza. Aquel gesto inamistoso provocó que Estados Unidos suspendiera la participación de Turquía en el programa del cazabombardero de última generación F-35. También causaron gran alarma las declaraciones tras la cumbre de Sochi entre Putin y Erdogan, anunciando acuerdos para construir conjuntamente nuevos aviones y barcos de guerra, incluidos submarinos. El propio apoyo de Turquía a grupos islamistas en Siria, o su radical oposición a que las fuerzas kurdas colaboraran con los norteamericanos, franceses y británicos en la lucha contra el Estado Islámico, han ido claramente contra los intereses de la OTAN.

Por eso, cuando en octubre de 2019 Donald Trump cedió ante Erdogan, permitiendo que ocupara una parte de la zona siria de influencia norteamericana en perjuicio de las fuerzas kurdas, Macrón dijo públicamente que la Alianza había entrado en “muerte cerebral” al no ser consecuente con sus principios. Un año después, estallaba una nueva crisis cuando barcos de guerra turcos entraron en aguas territoriales de Chipre, provocando incidentes con aviones y barcos de Grecia, en cuya ayuda acudió Francia enviando una fuerza aeronaval. Lo mismo se podría decir de la utilización por parte de Ankara de los refugiados sirios para chantajear a la Unión Europea y a la OTAN ante la escalada represiva dentro del país o sus campañas de limpieza étnica en la parte de Siria que ha ocupado. Por todos estos motivos, Holanda y Alemania abandonaron la importante base de Incirlik mientras que Estados Unidos, tras la rectificación de su política siria, ha reducido al mínimo su presencia en la estratégica base que puede utilizar la OTAN en plena Anatolia. Las últimas salidas de tono anti-atlantistas y pro-rusas de Erdogan han tenido que ver con la propia guerra de Ucrania. Primero con sus reticencias a cerrar el Estrecho de los Dardanelos a la flota rusa, después rechazando sancionar a Rusia y ahora oponiéndose a la entrada de Suecia y Finlandia para no enfadar a Putin. De hecho, después de lo ocurrido en estos últimos años, se puede concluir que la Turquía de Erdogan no solo ha dado la espalda a Europa para dirigir su mirada al eje asiático ruso-chino, sino que le molesta su propia presencia en la Alianza, de la que Erdogan también se apartaría si no temiera, con razón, un nuevo golpe de Estado.

FUENTE: Manuel Martorell / El Diario de Navarra

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