El 5 de octubre de 2023, un importante aliado occidental inició una feroz campaña aérea contra un pequeño territorio de Oriente Medio, destruyendo infraestructura vital y provocando una crisis humanitaria como ninguna otra experimentada en la lucha de liberación de la región que lleva décadas. Este no fue el ataque de Israel a Gaza, sino el de Turquía a Rojava, la parte autónoma de Siria famosa por su papel en la derrota de ISIS y la implementación de una sociedad pluralista y radicalmente democrática basada en la liberación de las mujeres.
Rojava apareció en los titulares por última vez en octubre de 2019, cuando la retirada de las fuerzas estadounidenses de la región provocó una importante ofensiva militar turca y la pérdida de dos ciudades a manos del Ejército Nacional Sirio (ENS), respaldado por Ankara. Desde entonces, ha pasado desapercibida para la prensa mundial, a pesar de los ataques casi diarios con drones y los bombardeos esporádicos contra sus dos millones de ciudadanos y ciudadanas. En dos ocasiones desde el establecimiento de un frágil alto el fuego, la aparentemente interminable campaña aérea de Turquía ha desembocado en ataques a edificios e infraestructuras: primero en agosto de 2021, cuando la atención de los medios estaba ocupada por la caída de Kabul, y nuevamente a finales de 2022, que culminó con la destrucción generalizada (pero en última instancia limitada) de la infraestructura eléctrica y de gas de la región.
Estos ataques se han producido en un contexto de larga crisis económica en la región. Cada año, los ríos Éufrates y Tigris se ven aún más obstruidos por represas y proyectos de riego turcos al norte de la frontera, lo que reduce el acceso en Siria a energía hidroeléctrica vital y al agua para la agricultura. Al mismo tiempo, la estación de bombeo de Alouk –la principal fuente de agua dulce para más de un millón de personas en Rojava– ha sido cortada repetidamente por los militantes del ENS, que la capturaron durante su ofensiva hace cuatro años.
A pesar de las amenazas periódicas, aún no se ha producido otra invasión terrestre debido a la presencia de tropas estadounidenses y rusas y, sin duda, al trabajo de los diplomáticos estadounidenses entre bastidores. Como tal, Turquía considera el poder aéreo como su herramienta más eficaz para desmantelar la autonomía de Rojava, algo que considera una amenaza existencial.
El 4 de octubre de 2023, Hakan Fidan, ministro de Asuntos Exteriores de Turquía, de etnia kurda, y exjefe de la Organización Nacional de Inteligencia de Turquía (MIT), anunció que las infraestructuras y las instalaciones energéticas en Irak y Siria serían consideradas objetivos militares. Esto se produjo como respuesta a un ataque suicida contra la sede de la policía en Ankara por parte de miembros del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), que opera en gran medida en la región montañosa entre Irak y Turquía y que, según Turquía, es indistinguible de las fuerzas kurdas en Rojava.
A pesar de las protestas de numerosos grupos en Siria de que los perpetradores del ataque no tenían ningún vínculo con la región, sólo unos días después Turquía tomó los cielos sobre Rojava para llevar a cabo una campaña de destrucción de una semana de duración que prácticamente acabó con la red eléctrica, los pozos petroleros y el suministro de gas natural de esta incipiente democracia. Las estimaciones de la Administración Autónoma del Noreste de Siria (AANES) han calculado los daños en la asombrosa cifra de mil millones de dólares, una cifra superior a todo el gasto público anual de Rojava, del cual más del 75% depende de la infraestructura petrolera que ha sido destruida.
Tras ataques aéreos anteriores, la respuesta de la Coalición Internacional liderada por Estados Unidos rara vez se ha desviado de un guion de reducción de tensiones de “ambas partes”. Pero el 5 de octubre, las fuerzas estadounidenses conmocionaron la región al derribar un dron turco después de que sus operadores ignoraran las demandas estadounidenses de evitar una de sus bases al noroeste de la ciudad más grande de Rojava, Al-Hasakah. Luego vino otra sorpresa: una acusación directa de Washington de las acciones de Turquía a través de una orden ejecutiva del presidente Joe Biden, que describe las acciones de Turquía como “una amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional y la política exterior de los Estados Unidos” y la extensión de la emergencia nacional con respecto a la implicación de Estados Unidos en Siria un año más. Este es, con diferencia, el mayor voto de confianza de Estados Unidos en la Administración Autónoma de Rojava desde el despliegue de docenas de vehículos blindados en 2020 por parte del entonces recién elegido Biden, y se produjo pocos días antes de que Estados Unidos adoptara una posición totalmente opuesta sobre Gaza, apoyando firmemente al Estado de Israel en su campaña de bombardeos.
No sorprende que las luchas kurda y palestina tengan una larga historia compartida. Rojava probablemente no existiría hoy si no hubiera sido porque el Frente Democrático para la Liberación de Palestina (FDLP) dio refugio a Abdullah Öcalan, el entonces líder del PKK que luego conceptualizaría el “confederalismo democrático”, la filosofía sobre donde se encuentra sostenida Rojava. Él, junto con varios cientos de militantes, se entrenó en campos en el valle de Bekaa, en el este del Líbano, durante la década de 1980 y forjó vínculos con Fattah y varios otros partidos y milicias palestinas. Cuando se supo que el Mossad (la agencia de inteligencia nacional de Israel) había desempeñado un papel en el arresto y encarcelamiento de Öcalan en 1999, el apoyo kurdo a Palestina y la oposición a Israel se hicieron aún más fuertes.
Pero si bien las facciones de izquierda en Palestina han brindado su apoyo a la lucha kurda, los grupos predominantemente nacionalistas árabes y sus principales partidarios (como el movimiento Baaz) no lo han hecho. Mientras el Congreso Nacional de Kurdistán (KNK), una alianza de partidos de izquierda de las cuatro partes de Kurdistán, redactaba su carta de apoyo a la lucha palestina el viernes pasado, los recién llegados se estaban instalando en sus casas construidas por la Fundación Palestina Ihveder en el territorio kurdo de Afrin, ocupado por Turquía, al noroeste de Siria. Este acontecimiento es el último de una serie de asentamientos respaldados por palestinos en la región, asentamientos capturados por Turquía a principios de 2018. Los asentamientos han atraído poca atención internacional a pesar de que muchos kurdos se quejaron de la aparente hipocresía.
Pero, ¿por qué esta última ofensiva turca contra Rojava no ha llegado a los titulares, mientras los palestinos han sido testigos de una ola de solidaridad internacional, incluida una de las manifestaciones más grandes en la historia británica? La magnitud y el costo inmediato para la población de Gaza son ciertamente mucho mayores que los recientemente presenciados en Siria, sin duda; pero la ocupación israelí de Palestina siempre ha atraído más atención que Kurdistán.
Si bien ambos pueblos tienen una diáspora relativamente grande, la diáspora kurda es más joven que su contraparte palestina. La mayoría de los kurdos que residen en Europa y Estados Unidos se marcharon durante las décadas de 1990 y 2000 como resultado de la Guerra del Golfo, la opresión del Estado turco y la actual guerra civil siria. Entonces, si bien muchos palestinos han alcanzado prominencia en todo Occidente, todavía no ha habido un Edward Saïd kurdo. No existe un equivalente kurdo a Al Jazeera, ni los kurdos han recibido el tipo de apoyo político y militar de las potencias regionales del mismo modo que lo ha recibido Palestina. De manera similar, el apoyo internacionalista y de base a la lucha kurda es mucho menos maduro. La Red de Solidaridad de Kurdistán en el Reino Unido, por ejemplo, es una organización mucho más joven, más pequeña y menos financiada que la Campaña de Solidaridad Palestina.
La lucha kurda –particularmente en Siria– también se encuentra atrapada entre los objetivos geopolíticos opuestos de Occidente. Estados Unidos y Europa dependen de Turquía tanto para el comercio (particularmente la venta de armas, en el caso del Reino Unido) como para su posición como puerta oriental de la Unión Europea (y por lo tanto como baluarte contra millones de refugiados que huyen de las guerras en Siria, Irak y Afganistán). En última instancia, Turquía controla el paso marítimo hacia el Mar Negro y es el sitio de una de las bases aéreas más grandes de Estados Unidos en el extranjero. Al mismo tiempo, el territorio controlado por los kurdos en Siria atraviesa una de las rutas terrestres de Irán hacia Siria, y las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) –la alianza militar en Rojava de la que son componentes las YPJ y las YPG– son, con diferencia, la más efectiva fuerza regional en la lucha contra ISIS y las milicias respaldadas por Irán, que amenazan la influencia estadounidense en la región. Las potencias occidentales no quieren enojar a Ankara ni permitir que el noreste de Siria caiga en otro atolladero, por lo que son silenciosas tanto en sus respuestas a los ataques de Turquía como en su propio apoyo a los kurdos de Siria.
Por lo tanto, Rojava se encuentra sin voz y sin un apoyo internacional decisivo. De hecho, el mantra frecuentemente citado por los kurdos de no tener más amigos que las montañas sigue sonando cierto. Mientras Biden resida en la Casa Blanca, la existencia de Rojava como proyecto político parece asegurada. Pero que continúe desempeñando un papel en la lucha internacional por un futuro más democrático depende de cómo la región pueda reconstruirse y adaptarse tras el ataque más devastador de Turquía desde la caída de ISIS.
FUENTE: Dani Ellis / Novara Media / Traducción y edición: Kurdistán América Latina
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