El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, una vez más en la etapa contemporánea turca, convirtió la disciplina histórica en una cuestión de Estado, tras reunir a funcionarios de su gobierno para el impulso de políticas negacionistas del Genocidio Armenio.
La preocupación de Erdogan hoy no es la verdad histórica sino la promoción de políticas tendientes a contrarrestarla. Las pruebas reunidas hasta el presente, en particular por historiadores turcos en los archivos de su país, una verdadera cantera de documentos que no ponen en duda los aspectos negados por Turquía, son interpretadas por Erdogan como una difamación. En reiteradas oportunidades, el presidente turco sostuvo que las condiciones difíciles de la Primera Guerra Mundial y las crisis humanitarias como consecuencia de la caída del Imperio Otomano, provocaron la muerte de muchos armenios otomanos así como por epidemias, éxodos y actos cometidos por bandas armadas. Pero nada dice de la política planificada por los Jóvenes Turcos hacia las minorías armenias de las que, hasta hoy, se beneficia tanto el Estado como la burguesía turca por haber despojado a esa población de sus bienes, “abandonados” según los dichos del principal autor del crimen contra los armenios, el ministro del interior, Talaat Pashá.
Desde su fundación y hasta el presente, el Estado turco utilizó el poder estatal disponible para “borrar” aquellos segmentos denigrantes de su historia. La memoria colectiva fue segmentada, vaciada y reemplazada por la “historia oficial”, escrita por académicos autorizados y transformada en la historia estatal, la historia de los vencedores. Con su poder intacto luego de la llamada “Guerra de la Independencia”, el líder nacionalista Mustafá Kemal expulsó a los aliados que habían triunfado en la Primera Guerra Mundial. A partir de creación de la República de Turquía, en 1923, Kemal se puso al frente del proyecto de construcción de un nuevo pasado que fuera aceptable para la sociedad turca, a partir de la re-escritura de la historia y del uso abusivo de los manuales escolares. Asimismo, promovió la presentación de una imagen remozada de ese pasado vergonzante ante el mundo, con la colaboración de historiadores y periodistas afines para convertirla en la única historia aceptada.
El pasado arrasado: versión kemalista de la historia
Desde el advenimiento de Kemal y hasta su muerte, en 1938, los lineamientos del relato histórico estuvieron condicionados por la “construcción” de una cultura nacional que borrara aquellos segmentos oscuros de su historia, huellas de un pasado incomprensible para las nuevas generaciones. No sólo era necesario olvidar esa historia violenta sino también los efectos traumáticos de los fracasos militares, que trajeron aparejadas pérdidas territoriales y armisticios desfavorables. De ahí que la dirigencia turca, encabezada por Mustafá Kemal, promoviera la narración de otra historia, a la medida de sus objetivos, basada en el ocultamiento de la memoria. Nos basamos para este tema en el investigador francés Etienne Copeaux, quien sostiene que desde el Estado se preparó a la población de Anatolia, no hacia el futuro sino hacia un “nuevo pasado”, basado en una monolítica identidad turca (E. Copeaux, Espaces et temps de la nation turque. Analyse d’une historiographie nationaliste, 1931- 1993, Paris, CNRS Editions, 1997). Teniendo en cuenta que los turcos eran percibidos como bárbaros por los europeos, se buscó mejorar su imagen ante el mundo, presentándolos como los sucesores de los romanos. La meta de la nueva historiografía fue la producción de un discurso de justificación con el objeto de dar confianza a la sociedad turca, elevando su autoestima. Asimismo, se propuso probar la continuidad y la legitimidad de la presencia turca en Anatolia mediante la argucia de una mentira: que ese territorio había sido turco con anterioridad a la presencia de griegos y armenios.
La disciplina histórica fue un instrumento fundamental en el fortalecimiento de la nueva identidad turca. Los libros de texto fueron intervenidos por el Estado con la finalidad de presentar una historia remozada, acorde con las necesidades de un país que buscaba transformar su imagen externa y dar seguridad a una dirigencia afectada por la carga de un pasado turbio. El investigador Copeaux, a partir del análisis de los manuales escolares en la etapa post-genocidio sostiene que el tratamiento del Genocidio armenio varió de 1931 a la fecha; es decir, de la negación de su existencia se pasó a la confrontación de armenios y turcos, omitiendo los acontecimientos de comienzos del siglo XX. No obstante, hacia 1985, coincidente con la reivindicación armenia en el plano internacional, la cuestión armenia se trató abiertamente. A partir de entonces, en los textos escolares se consagró un capítulo a la cuestión armenia con la intención de explicar a la sociedad turca por qué jóvenes armenios, descendientes de sobrevivientes, atacaban a embajadores turcos y a sus bienes en Europa y en los Estados Unidos. En los manuales se decía que los armenios vivían en paz y prosperidad bajo el Imperio Otomano pero, influidos por los ideales de la revolución francesa, se sublevaron, masacrando a los turcos. También se interpretó el Genocidio de 1915 como un conjunto de medidas tendientes a proteger a la población turca de la amenaza armenia, y la deportación como una medida severa pero necesaria para asegurar la permanencia de la población (turco-musulmana), justificada en tiempo de guerra. Asimismo, y teniendo en cuenta que, tanto armenios como griegos reclamaban para sí una permanencia anterior a la turca en el territorio de Anatolia, los turcos, según la retórica del primer ocupante, se vieron ante la necesidad de encontrar ancestros turcos en Anatolia. Con la masacre de los armenios en 1915 y la expulsión de los griegos (1922) era necesario dejar sin argumentos históricos a sus reivindicaciones territoriales y probar que los turcos habían estado allí muchos antes que ellos. En esa línea, los historiadores nacionalistas turcos proclamaron que los hititas eran antiguos turcos llegados del Asia central en sucesivas migraciones.
Para sostener e impulsar la nueva “construcción histórica”, entre 1931 y 1932 Mustafá Kemal promovió la llamada “reforma de la historia”. El discurso oficial se basó en la justificación de la presencia turca en Anatolia ante las pretensiones de numerosos estados europeos. Asimismo, en un congreso celebrado en 1930, la hija adoptiva de Mustafá Kemal, Afet Inan (nacida en 1908), presentó la “verdadera historia de los turcos” como la manera más eficaz de reforzar el espíritu nacional y el orgullo de ser turco. Las “tesis de historia” presentadas por Inan se basaron fundamentalmente en la idea de la antigüedad de la historia turca y en la idealización del Asia central y de los hititas, considerados como los turcos más antiguos de Anatolia, sosteniendo que la civilización turca había dado nacimiento a la antigüedad clásica, griega, incluso romana y etrusca.
Copeaux demuestra que la escenografía que se instaló en 1929-1930 en los textos se mantuvo en el discurso histórico académico y escolar en los sesenta años siguientes. Los ideólogos kemalistas y su hija adoptiva Afet Inna transmitieron el legado de los Jóvenes Turcos. A partir de la creación de la Sociedad de investigaciones sobre la historia turca, en 1931, el kemalismo, –sostiene Copeaux- se ocupó directamente de la producción de un discurso histórico, redactando incluso los manuales escolares, directamente inspirados en textos escritos por autores autorizados. Historiadores poco críticos durante los años en que Mustafá Kemal vivió, y los que vinieron después facilitaron las herramientas para el uso político de la historia.
Para terminar, la historiografía kemalista tuvo la finalidad de mejorar la imagen de la sociedad turca y afianzar una identidad común fundada en la exaltación de la raza turca. El nuevo nacionalismo turco (turquismo) expresó a través de su discurso y sus prácticas, tensiones históricas y frustraciones profundas. Deconstruyó una identidad imperial y construyó una identidad nacional excluyente y agresiva que incidió, sobre todo, en el conocimiento de un hecho traumático como el Genocidio armenio. De ese modo, la verdad histórica fue una víctima más.
La re-escritura de la historia propuesta por el kemalismo se extiende hasta la actualidad, impulsada con matices por el presidente Erdogan, poniendo en evidencia la intervención de un historiador poco crítico, con una visión única y lineal del pasado, el Estado, que omite la densidad y multiplicidad de perspectivas de la historia crítica. Con la propuesta del presidente turco Erdogan, la visión única se impone ahora con más fuerza.
FUENTE: Nélida Elena Boulgourdjian (Investigadora y docente del doctorado en Diversidad Cultural de la Universidad Nacional de Tres de Febrero y coordinadora de la Cátedra Libre de Estudios Armenios -FF y L-UBA-) / Diario Armenia