Dersim es una ciudad kurda emblemática que está siendo arrasada una vez más por el ejército de Turquía.
Luego del genocidio de 1937 -nunca reconocido por el Estado turco- fue bautizada como Tunceli, “puño de hierro”, en esa extraña habilidad que tienen para nombrar y negar al mismo tiempo.
Hoy, los argumentos para llevar adelante sus políticas de tierra quemada son los mismos de hace casi 100 años. Es una ciudad repleta de “terroristas”, dicen. Y desde allí, convencen a la sociedad turca a través de los medios que “por seguridad” es necesario cortar el problema de raíz.
Queman sus tierras, sus animales, sus casas. Encarcelan a sus jóvenes acusados de “separatistas” y de estar vinculados a la guerrilla kurda y los someten a torturas espantosas en sus cárceles. Los niños y las mujeres tampoco están a salvo y las denuncias sistemáticas de los abusos que sufren se mueren encajonadas en los despachos de jueces que sólo velan por la “paz y la seguridad nacional” (de los turcos, claramente).
“Nunca vamos a permitir un Estado kurdo ni dentro ni fuera de nuestras fronteras”, dice un Erdogan envalentonado, aun sabiendo que no hay nada más lejos de la realidad que atribuirle a los kurdos la necesidad de constituir otro Estado. Pero no importa. La fórmula funciona. Y rápidamente el espíritu nacionalista va amalgamando las partes y cualquier diferencia queda saldada bajo una sola bandera, esa que deja en claro que “Turquía es para los turcos”.
Con la lógica de los vencedores y un Estado conformado hace menos de 100 años, el objetivo inclaudicable es aniquilar todo rastro que indique la preexistencia de otros pueblos, aunque daten de miles de años.
Políticas de asimilación, negacionistas, de persecución y muerte, es lo único que siguen teniendo en mente para el pueblo kurdo y el resto de las minorías étnicas y religiosas que habitan la región.
El dato que no es menor, es que en Turquía viven casi 20 millones de kurdos y una gran mayoría de ellos ha decidido resistir, como nunca antes, a ese destino miserable de silenciamiento.
Y por ahí van pasando los debates, no tan distintos más allá de las distancias. Porque parece ser que los pueblos hemos decidido ya no sólo sobrevivir, sino luchar por una vida que sólo merece ser vivida en la auténtica búsqueda de la libertad.
FUENTE: Nathalia Benavides/Kurdistán América Latina