En junio de 2017, escribí un artículo para el periódico libanés L’Orient-Le-Jour sobre los combatientes extranjeros en las Unidades de Protección Popular (YPG, por su acrónimo original), las cuales son brigadas armadas kurdas relacionadas con el partido nacionalista PYD (Partido de la Unión Democrática), y que se sumaron a las tropas locales para acabar con el Estado islámico en el frente sirio del este, en una región conocida como Rojava. Entre todos los testimonios, tuve la oportunidad de escuchar el de un veterano francés, cuyo nombre de guerra kurdo era Gelhat Azadi. Había elaborado un análisis sobre su enemigo que sorprendía por su calma, en un contexto de violencia inextricable: “Para mí, no son nada más que personas que no son religiosas, que manipulan a otra sin educación, pobres tipos que perdieron a familiares en las guerras lideradas por Estados Unidos”.
Al iniciar el mes de mayo, se publicó la noticia de que Kevin Howard (conocido como Kevin Harlley) se había suicidado después de haber combatido con los kurdos y los siriacos en la batalla de Raqqa en 2017. Desde entonces, se reveló la importancia de un mal invisible pero presente en las vidas de los veteranos extranjeros regresando de Siria: el TEPT (Trastorno por estrés postraumático). En este contexto, Gelhat Azadi enfatiza sobre este aspecto tan particular de los conflictos armados: el regreso a una sociedad occidental desconectada de la realidad de la guerra.
“Pude conocerlo en la academia de los voluntarios extranjeros” (escuela de las YPG para enseñarles técnicas de combate, el idioma kurdo y la ideología del confederalismo democrático), recuerda Gelhat Azadi sobre su encuentro con Kevin Howard, quién también se involucró en la unidad médica de las YPG. “También tuvo la responsabilidad de enseñar los primeros auxilios a los recién llegados, pudimos platicar un poco en este momento”, añadió. Sobre la muerte de Kevin Howard, Gelhat Azadi la justifica por una explicación sencilla que incluye a todos los veteranos: “Toda persona que ha vivido una guerra de cerca o de lejos será marcado por siempre. Nada puede preparar un ser humano para vivir esto”.
¿Pero cómo reconocer las huellas marcadas por el trauma? “Puede tener tantas formas…”, confía el veterano francés. “En el instante algunos sienten pánico, otros actúan de manera totalmente irresponsable y peligrosa. Vi a un tipo que no era ni la sombra de sí mismo después de que su unidad fue hecha pedazos, y él se salvó por milagro y sobrevivió dos días junto a los cadáveres de sus compañeros. Ya no hablaba, tenía la mirada vacía, ya no comía, ya no iba al baño”, explica Gelhat Azadi. Sin embargo, el trauma no se acaba con alejarse del frente de batalla: pesadillas y flashbacks atormentan al sobreviviente. Este fue el caso de Gelhat, quien tuvo que “tardar más de un año” para darse cuenta de que caminaba de la misma manera que de patrulla, mirando dónde ponía su pie porque Daesh solía colocar minas por todos lados.
Pero fuera de la violencia personal, otro mal más pernicioso es la mirada de la sociedad hacia la decisión de los voluntarios de irse a una zona de guerra. En el compromiso con las YPG, estando fundamentado en el voluntario y fuera de toda institución militar formal, el voluntario no goza de ningún tipo de seguimiento de su situación sicológica. Luego viene el reto de enfrentarse a todo el mundo: “Hay que contar varias veces tu historia a tu familia, a tus amigos, a la policía, a los periodistas y a veces es difícil”, evoca Gelhat Azadi. Viene también la aburrida experiencia de las complicaciones administrativas y de trámites para regresar a una vida normal: “La vida de regreso es anodina. No tiene mucho sentido, mientras que en el terreno cada acción o gesto tiene su significado (…) como voluntario, no tenemos remuneración, entonces regresando es el caos (…) y al buscar trabajo pensamos ‘¿qué ponemos en el CV?’, afirma Gelhat Azadi.
Ahora siguiendo la actualidad de Medio Oriente desde Francia, Gelhat Azadi se preocupa por el futuro de la causa kurda, con la cual convivió hasta compartir algunas costumbres en su país de origen: “Dejamos a Turquía anexar el cantón de Afrin (referencia a la Operación Ramo de Olivo en 2018, cuando el ejército turco intervino en esta parte de Siria para luchar en contra de los grupos kurdos que consideraban terroristas). Quedan muchas células latentes de Daesh en Siria e Irak. Hay que organizar la detención de todos los combatientes de Daesh, cuidar de sus familias agrupadas en el campo de Al Hol”, enumera el veterano.
En particular, este tema de los yihadistas, muchos siendo extranjeros, entre otros de Francia, preocupa a Gelhat Azadi, quien viene de un país particularmente afectado por los atentados de Daesh de 2015 y 2016. “Creo que deberíamos implementar un tribunal internacional para juzgar a los responsables como en Nuremberg, porque los actos cometidos fueron horribles, cometidos a gran escala y afectaron comunidades particularmente como los yezidis”, opina el veterano.
Asombrosas a veces son las razones por las cuales los hombres se mueven, migran, se comprometen con el destino de otros pueblos. Estas experiencias resultan tan distantes de sus sociedades de origen, que se vuelven incomprensibles para sus familiares. ¿Cómo la historia evocará tal aventura? Los kurdos decidieron forzar el destino: en los entierros de los voluntarios caídos en Raqqa o Baghouz se puede escuchar esta frase: “Chehid namirîn”: “Los mártires son inmortales”.
FUENTE: Maxime Pluvinet / La Jornada de Aguascalientes / Edición: Kurdistán América Latina