Baghouz resiste. Fuentes de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), milicia kurda apoyada por Estados Unidos, expertos y analistas militares coinciden en que medio millar de yihadistas están atrincherados en esta localidad perdida en el desierto sirio, en plena frontera con Irak, que ya forma parte de la historia al haberse convertido en el último bastión del califato proclamado por el grupo yihadista Estado Islámico (EI) en 2014. Estos 500 combatientes permanecen atrincherados entre miles de civiles y, pese a las evacuaciones que se producen desde diciembre y que se han acelerado en el último mes, los kurdos y los aviones estadounidenses actúan con precaución porque no saben cuántos civiles pueden quedar. “Cuando comenzamos la operación sabíamos que habría civiles, pero no tantos”, reconoció Adnan Afrin, un portavoz de las FDS, quien aseguró que el “asalto final” solo se producirá cuando estos hayan salido. Desde diciembre, 55.000 personas han salido desde Baghouz y sus alrededores. La mayoría de los evacuados son familiares de combatientes, mujeres y niños, que pasan a convertirse en desplazados dentro de lo que hasta hace no mucho era su propio califato.
“En Baghouz queda una mezcla de yihadistas del ala más dura del grupo con otros que simplemente han acabado allí porque vienen huyendo de todos los lugares que han ido perdiendo”, explica Joanne Stocker, directora del portal especializado The Defense Post, quien no oculta su “sorpresa por el alto número de combatientes que quedan vivos y por todos los extranjeros que están saliendo”. Para Stocker, esta última batalla contra el califato demuestra “la cobardía de estos extranjeros que vinieron a vivir el sueño de la yihad (guerra santa), pero ahora se rinden y esperan ser repatriados, aunque no muestran demasiado arrepentimiento”.
Tras la caída de Mosul, en el verano de 2017, arrancó el declive territorial progresivo de un califato que ha pasado de tener una superficie equivalente a la del Reino Unido a no ser más que una serie de tiendas de campañas en un barrizal a orillas del Éufrates. Es en este espacio, plagado de túneles y trampas, según han declarado los milicianos kurdos, donde los últimos 500 combatientes esperan la llegada de las FDS para morir combatiendo, si es que no escapan antes o deciden entregarse. La caída de Mosul también fue un duro golpe psicológico y moral porque desde entonces los seguidores del invisible califa Abu Bak Al Bagdadi prefieren huir de los lugares cercados antes de convertirse en mártires.
Fuentes kurdas en la zona consultadas por The Washington Post afirman que “cientos” de combatientes han logrado cruzar a Irak en las últimas semanas gracias a contrabandistas a los que han pagado cantidades millonarias, mientras que otros lo habrían hecho a la zona de Siria bajo control del gobierno de Damasco. Por otra parte, a los extranjeros llegados de Europa, Asia o África solo les queda rendirse o combatir. Para los yihadistas sirios e iraquíes es más sencillo intentar reintegrarse en sus sociedades y allí formar nuevas células. “El Estado islámico ha sido una organización clandestina hasta el 2014 y ahora vuelve a serlo. El proto-Estado es una paréntesis en su historia”, opina Moussa Bourekba, investigador del CIDOB, para quien “en Baghouz no creo que vayamos a encontrar cabecillas del grupo, pero sí gente que puede ayudar a divergir la atención y ganar tiempo”. El investigador mantiene que los combatientes del grupo yihadista “tienen mucho más pensamiento estratégico de lo que parece”.
Cuidado por los civiles
Aunque la caída de este pueblo, que antes de la guerra no tenía más de 10.000 habitantes, marcaría de forma simbólica el final del califato, esta última semana el general Joseph Votel, jefe de las fuerzas estadounidenses en Oriente Medio, aseguró ante un comité del Congreso en Washington que el combate contra el EI “está lejos de haber terminado”. Las tropas estadounidenses aplican las lecciones aprendidas en Mosul o Raqqa y, en lugar de arrasar, “van con cuidado porque saben que los ojos de todo el mundo están puestos en este lugar y si hay un alto número de bajas entre los civiles esto podría eclipsar el mensaje de éxito que se quiere trasladar con la victoria sobre el califato”, apunta Colin Clarke, experto que colabora con The Soufan Group. Este centro de estudios estratégicos estadounidense fue uno de los primeros en ofrecer una estimación del volumen de la columna extranjera del EI y elevó a entre 30.000 y 40.000 el número de combatientes llegados de un centenar de países, entre ellos se encuentran alrededor de 5.000 europeos (con Alemania, Francia y Reino Unido como principales lugares de origen).
Entre los “miles de civiles” que pueden quedar en Baghouz, tal y como estimaron las fuerzas kurdas el pasado viernes, “figuran muchos yazidíes que fueron secuestrados en 2014 y a quienes usan como escudos humanos”, según Lawk Ghafuri, activista kurdo de los derechos humanos, que explica de esta forma los parones constantes en una ofensiva que parecía cuestión de horas y ya dura un mes. El califato morirá a orillas del Éufrates, pero el Estado Islámico seguirá vivo desde donde mejor se maneja: la clandestinidad.
FUENTE: Mikel Ayestaran / El Correo