¿Por qué es necesario hablar de Kurdistán en Colombia?

No es difícil encontrar relaciones entre las realidades sociopolíticas de Colombia y del pueblo kurdo, sin importar el lugar donde se ubique en tan complicada distribución política: Siria, Turquía, Irán, Irak, o en cualquier lugar donde la guerra los haya desplazado. Tampoco es difícil rastrear puntos en común en las formas de resistencia que ambas poblaciones han adoptado ante la amenaza de la soberanía y ante la violencia generalizada de los estados con que tienen relación. Ambas poblaciones viven un panorama de violencia donde es la gente más humilde la que pone los muertos, ambas sociedades se enfrentan a estructuras político-estatales profundamente corruptas y asesinas, en ambos territorios se lleva a cabo un plan de explotación de recursos naturales sin control que es, en gran medida, la causa de todos los problemas sociales, en ambas poblaciones han querido, a la fuerza, instalar un modelo de economía capitalista que es el real configurador y generador de todo lo anteriormente expuesto. En resumen, Kurdistán y Colombia son dos territorios en el mundo en el que habitan poblaciones dignas en disputa y resistencia constante con el capitalismo depredador que trae, disfrazado de “democracia” y “progreso”, el bloque hegemónico que naciones poderosas y lacayas de la OTAN, en especial Estados Unidos de Norteamérica y la Unión Europea.

Si bien las personas que habitamos en Colombia nos la tenemos que ver con el aparato institucional de un solo Estado, ahora imagínense que las personas de Kurdistán tienen que vérselas con al menos cuatro estados-Nación: el punto en común es que todos estos estados mantienen una relación de constante violencia con el pueblo al que cohesionan. Todos, sin importar, hacen uso constante, sistemático, de maniobras para anular la expresión adversa a su discurso del “deber ser”, de “las buenas prácticas”. Kurdistán, este territorio ubicado en la antigua Mesopotamia, habitado por milenios por un pueblo rico en cultura, es el escenario actual de lucha de una sociedad que se resiste a las dinámicas de violencia impuestas por el macho sedentario y dominante, que hoy día conocemos como el “capitalismo” o el “patriarcado”. Es un lugar donde confluyen diferentes procesos que se erigen en la necesidad de hacerle frente a una serie de situaciones emanadas de la relación entre la comunidad y los estados-Nación: la pérdida de la identidad debido a la influencia de la religión, la estandarización lingüística y cultural, la destrucción del territorio ancestral, la ocupación militar y la represión estatal a todo nivel (cárcel, ejecuciones extrajudiciales, exilio, restricción a la libertad de prensa, etc.). Kurdistán es un pueblo que lleva una lucha frontal contra todo tipo de dominación estatal, contra la explotación de la gente por el hombre, especialmente contra el Estado turco, contra sus políticas represoras y mercenarias.

Debido a las relaciones de desigualdad a las que se enfrenta el pueblo kurdo ante los estados-Nación con los que conflictúa, pero sobre todo con Turquía, es conformado en 1978 el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), un proceso social que lucha por la libertad del pueblo kurdo y que se fundamenta en diferentes corrientes de pensamiento político y filosófico, ante los que se encuentra al marxismo en su etapa inicial, el anarquismo, el ecologismo, el feminismo, el zapatismo, ente otras. El peso de estas experiencias sociales y teóricas en el pensamiento del PKK y del pueblo kurdo derivará en una síntesis muy acorde a las condiciones sociales, regionales y políticas de estas personas: el Confederalismo Democrático. Esta propuesta del Confederalismo Democrático se sostiene sobre la base de un sistema social autodeterminado, asambleario, parietal (gobernado por igual entre hombres y mujeres), autogestionado, solidario, anticapitalista, internacionalista, ecologista, fuera de cualquier influencia religiosa. Este proceso social, el del PKK, tuvo tal acogida dentro del pueblo, acosado y maltratado por los estados-Nación, que comenzó a seducir a gran parte de las personas en las diferentes partes del territorio kurdo. Cabe resaltar que el pueblo kurdo es la población más numerosa en el mundo sin un Estado-nación definido, y es más justo resaltar que su lucha no es por alcanzarlo: su lucha va más allá. En Kurdistán se lucha por la liberación de la humanidad y de la naturaleza, secuestradas y esclavizadas por el macho sedentario, por el patriarcado y el capitalismo. En ese sentido, al ser un proceso consolidado y con una base social desbordante, el Estado turco comenzó a ver en el PKK una amenaza y empezó una serie de acciones violentas para las que el PKK tuvo que organizarse para hacerle frente: hechos que se originan en 1984 y siguen vigentes, con mayor intensidad, el día de hoy. Además del conflicto que ha tenido que enfrentar el PKK en el territorio turco en miras de la autodefensa de sus territorios y su cultura, el pueblo kurdo ha tenido que enfrentar un frente de batalla a gran escala en el territorio de Siria, donde los diversos actores del conflicto se han ensañado con su lucha y donde la resistencia de dicho pueblo ha puesto límite, convirtiéndoles en un ejemplo de lucha y resistencia en el mundo. Las mujeres y en general el pueblo kurdo han sido los protagonistas de la primera revolución social del siglo XXI, la Revolución de Rojava. Es en Rojava, en Kobane y Afrin, donde ocurren la mayor cantidad de eventos significativos de esta revolución social y epicentro de la mayor atención por parte de la solidaridad internacionalista, antifascista y revolucionaria. Basándose en un sistema cooperativo y solidario, las personas de Rojava han puesto a andar una sociedad soñada, un lugar donde se piensan formas de cómo incidir en el planeta y el entorno, donde se ponen en debate las formas de relacionarse entre pares, las prácticas comerciales y la producción, donde se construye una identidad colectiva basada en la libertad y donde nadie tiene derecho a dominar a nadie, donde el macho ya no tiene cabida y donde las personas definen sus roles de acuerdo a sus capacidades y habilidades, no a través de una asignación moral, un lugar donde la mujer es la protagonista.

Colombia, este país tropical americano de tan afamada diversidad social y natural, no es lejano a esta realidad de violencia estatal, legal, mediática y moralmente aceptada. Al interior de Colombia coexisten diferentes tipos de gentes que, distribuidas en tan vasto territorio, conservan una identidad nacional casi de mentiras, una nación de cartón. Clasificada por regiones, la identidad colombiana reside dispersa en las costas caribe y pacífica, en la Amazonía, en la Orinoquía y en los Andes, principalmente. La concentración de más del cincuenta por ciento de la población en los valles de los ríos Magdalena y Cauca, en las montañas de las cordilleras que conocemos como la región andina, dio origen a una serie incalculable de conflictos por la tierra; por la tenencia y por la conquista, por la defensa y por dominación, por la conservación y por la explotación de esta. La resistencia contra las diferentes formas de explotación en la conquista, en la colonia, al inicio de la república, en el periodo de la reconquista y en el actual Estado colombiano la ha dado principalmente el pueblo que, con una actitud de completa determinación y por generaciones, ha puesto cara al opresor: al ladrón de la tierra. Indígenas, negros, mestizos, criollos, en campos y ciudades, son los que han protagonizado los principales levantamientos en busca de justicia y de dignidad, justo cuando sus derechos fueron privados y cuando sus comunidades fueron sometidas a las peores condiciones. Nunca ninguna élite nos ha liberado; todo lo contrario, nos han sumidos en peores problemas que los que dicen solucionar: siempre ha sido el pueblo el que ha visto por los problemas del pueblo.

En Colombia, debido a una fuerte influencia de la iglesia católica y ahora de los dogmas surgidos de la tradición religiosa judeocristiana (evangélicos y demás), la construcción del compendio moral, la familia, los asuntos sociales, la política, la educación, y la salud se ha manejado al margen de dichos dogmas religiosos. Las instituciones religiosas en ciertos momentos de la historia se han hecho al control de las instituciones estatales que administran estas necesidades, logrando afianzar modelos de Concordato con distintos gobiernos conservadores y hasta liberales, para mantener el dominio de carteras importantes como la salud, la educación, el desarrollo agrario, entre otras. A tal punto ha llegado la influencia religiosa en la sociedad colombiana, que en 1887 se firmó un concordato, posterior a la constitución impuesta por la élite conservadora encabezada por Rafael Núñez en 1886, que cede gran parte de la gestión institucional del Estado colombiano a la iglesia católica. Debido a este acuerdo, el Estado colombiano cede gran parte de las instituciones a la iglesia católica que se encargará, principalmente, de la atención médica y de la “educación” de la población, tanto rural como urbana.  Esto originó la construcción de hospitales e internados en los lugares más emblemáticos del territorio, pero prioritariamente en lugares donde aún no era fuerte la presencia de la cultura occidental. En ese sentido, las comunidades indígenas fueron las mayormente damnificadas, pues en estos lugares era donde se cometían las mayores injusticias y era desde donde se ejecutaba todo un plan sistemático y afinado por siglos de colonización, para aculturizar y estandarizar a la población.

Debido al contexto de violencia generalizada derivada de las condiciones de guerra del conflicto social y armado entre la élite terrateniente y empresarial anclada en la institución estatal y el pueblo colombiano, se produjeron y reprodujeron una serie de hechos que marcaron intensamente la memoria y el sentir colectivo. Masacres, amenazas, persecuciones, ejecuciones extrajudiciales, desapariciones sistemáticas, violencia sexual, miedo, desplazamiento forzado, robo sistemático de un sector de la élite (sobre todo en las regiones rurales) de la tierra, de los recursos naturales, de los bienes tanto colectivos como individuales, donde familias enteras en condición de extrema pobreza, tuvieron que dejar sus tierras para irse a las ciudades a sufrir rechazo y hambre; ese fue el pan de cada día de la gente en campos y ciudades. Un panorama que prometía una solución una vez firmados los acuerdos de la Habana entre las desaparecidas FARC-EP y el gobierno de Juan Manuel Santos, hecho que ya muchos veíamos con escepticismo, pues la militarización de los territorios, el programa de expolio de la tierra, el aparato de corrupción y la instrumentalización de los mecanismos jurídicos para la persecución de la oposición seguía y siguen vigentes.

Realmente no estamos tan lejos respecto a las condiciones sociales que solemos enfrentar ambos pueblos: los kurdos y los colombianos somos pueblos azotados por estados-nación poderosos y al servicio del capitalismo, con prácticas sumamente violentas en la relación con su pueblo y dispuestas a ceder lo que sea necesario para que los intereses de las grandes corporaciones puedan concretarse dentro de sus territorios, así signifique aniquilar al pueblo. Pero, ¿por qué es tan necesario ver hacia Kurdistán para poder visualizar, si se quiere, una salida a los problemas que afrontamos en Colombia? Porque en Kurdistán la población se está organizando desde hace cuatro décadas para hacerle frente a un problema que les aqueja directamente y que a la gente en Colombia nos viene amenazando de forma agazapada pero evidente desde hace bastante tiempo: el patriarcado o el capitalismo. Así mismo, ¿qué podemos extraer de esa mirada a Kurdistán? Que es posible un modelo de sociedad distinta, una economía no capitalista, que es posible manejar los asuntos de la administración de forma distinta, que las revoluciones no son cuentos de hadas (que son realizables en la actualidad), que un pueblo unido puede contra cualquier amenaza y que la dignidad no está en venta. Y más importante aún, ¿cómo lo hacen en Kurdistán? Por medio de un programa social que han decidido llamar, como lo hemos mencionado antes, “Confederalismo Democrático”. Esto consiste en el desconocimiento del poder y del Estado-Nación a través de la cooperación, la solidaridad, la autogestión, el ecologismo, el feminismo y el anarquismo. Ante todo, ¿qué debemos aprender del proceso kurdo? Que la lucha no es por el poder, es contra el poder. Que no es tomando el control de las instituciones del Estado es como se va a generar ese cambio, sino destruyéndolas o, en el mejor de los casos, desconociéndolas. Que la ruta es la autonomía y la autogestión. Que es necesario mantener el vínculo entre identidad, tierra y cultura; en ese sentido, la defensa de esta triada se hace hasta con la muerte. Que la economía debe estar ligada al concepto de ecología, para así generar debates sobre la forma como incidimos en el planeta y que la mejor salida al proceso acelerado de contaminación y escasez es el decrecimiento. Que la mujer desempeña un rol determinante en la sociedad y que las decisiones deben ser consensuadas, parietales. Que los problemas de la sociedad son de interés colectivo y que somos capaces de resolver nuestros asuntos a través del diálogo entre pares, sin pugnas por el poder, en asamblea: objetivo que es, en últimas, el fin de todo lo dicho sobre esta pregunta. Mirando lo que pasa por allá, ¿estamos cruzados de brazos en Colombia ante la avanzada violenta del Estado fascista? Pues no, en diferentes partes de Colombia se están llevando a cabo diversos tipos de resistencia para repeler las acciones destructoras de la maquinaria capitalista y estatal, como en el Cauca, en el Catatumbo, en el valle del río Cimitarra, en las zonas veredales de las FARC, entre otras.

En el Cauca, desde 1971 se viene desarrollando un proceso de resistencia indígena que es un modelo a seguir en la región y que se conoce como Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC), conformado por diversos pueblos indígenas de la región y presente en diversas zonas del Cauca gracias a las asociaciones zonales que lo integran. Este proceso se ha caracterizado por la lucha decidida de sus miembros por recuperar la tierra que fue robada por las grandes familias hacendadas en complicidad del cuerpo normativo del Estado colombiano, por poner como una necesidad manifiesta el manejo de los recursos que son destinados por el estado para ser invertidos en sus territorios, por construir un modelo de educación acorde a sus necesidades, por consolidar un sistema de salud que se complemente con los conocimientos ancestrales y con la medicina tradicional, por instaurar un cuerpo normativo y jurídico de origen reconocido por la justicia colombiana y por revivir una forma de autogobierno asamblearia, comunitaria, horizontal. Pero en su trayectoria ha mantenido una relación directa o indirecta con el Estado y sus gobernantes, hecho que les ha valido fuertes divisiones internas y discusiones que no han permitido afianzar el proyecto de autonomía, incluido dentro de los cuatro principios en la última década: Unidad-Tierra-Cultura-Autonomía. Por esta razón, un conjunto de cabildos asentados en el norte del departamento ha comenzado un proceso conocido como “La Liberación de la Madre Tierra” y que promete ser un nicho de autogestión y autonomía en defensa del territorio y en busca de un bienestar para las comunidades indígenas del Cauca, que se han visto damnificadas por la actividad agrícola a gran escala y la militarización, que ha secuestrado sus tierras para la producción desmedida de caña. Por último: ¿por qué es necesario hablar de Kurdistán en Colombia? Porque, al igual que Kurdistán, Colombia es un territorio apetecido por el capitalismo extractivista y todas sus corporaciones. Es claro que en Colombia se encuentran las grandes reservas de minerales y de recursos que sirven para hacerle frente a la inminente crisis de este sistema; ambos territorios son importantes corredores para poder establecer dominios regionales y expandir la miseria que nos venden como “democracia”. No es descabellado pensar en un escenario similar al de Siria para Colombia, pues ya se sienten los aviones de carga abriendo las compuertas para el despliegue de la tropa en nuestro territorio. El secretario de defensa gringo lo dejó ver “accidentalmente” en su libreta de apuntes.

Ante este panorama nos debemos preparar y comenzar a plantear en nuestras agendas programáticas las estrategias que se van a usar para la resistencia y para la autodefensa de nuestras comunidades. La excusa de una defensa de la “democracia” en Venezuela es el pretexto perfecto para una invasión regional donde todos sabemos que son los recursos económicos los que más les interesa. En ese sentido, el pueblo colombiano debe estar alerta, pues el escenario más probable para la guerra de frentes es Colombia y Venezuela: en este caso el frente de la “democracia” le corresponde a Colombia. Como todos lo sabemos, en la guerra se atacan por igual entre los involucrados, es decir, que los ataques de la contraparte, del lado venezolano y sus aliados, van a ser dirigidos al territorio colombiano, es decir, que la Siria que tanto nos atemoriza no es un pronóstico que aplica solamente para Venezuela, es también una realidad que aplica para Colombia. Ante eso, el pueblo kurdo debe servirnos de ejemplo. Primero, debemos entender que el Estado Islámico que tan duramente les ha tocado enfrentar a las personas en Kurdistán, es el uribismo y el auge regional del fascismo: Bolsonaro, Macri, Guaidó, etc. Es necesario repelerlo y combatirlo con fiereza porque lo que nos espera no es nada esperanzador. Segundo, que debemos hacerle frente encontrándonos, asumiendo una actitud dialógica y colaborativa, que nos debemos formar política e intelectualmente para hacerle frente al fascismo, que nos debemos organizar en grupos, federarnos, comenzar a andar pasos de autonomía y autodefensa. Tercero, que debemos comenzar a poner en debate la participación de los procesos sociales en los asuntos del Estado, pues sabemos que claramente no son la salida: hay que apostarle a la autogestión, al cooperativismo y a la financiación de los diversos procesos sociales a partir de los recursos obtenidos de las actividades económicas, a fin de eliminar cualquier dependencia del Estado y en aras de poner a andar un proceso de autodefensa ante la amenaza de las élites que han secuestrado las instituciones del Estado, entre ellas, la que permite la dominación a través de la fuerza. Y, por último, debemos comenzar a andar un proceso de encuentro entre los sectores que se asumen en resistencia al Estado colombiano y al capitalismo patriarcal. Debemos entender que, no existiendo intención de acceso a las instituciones del Estado, la lucha al interior del movimiento social colombiano es por la libertad del pueblo, por la autonomía, por la vida digna y por la tierra: unidos por la revolución social, nunca por el poder. Ante este panorama la gente en Colombia no puede centrarse en sus realidades y en sus soluciones a sus problemas; debe, también, comenzar a estrechar lazos de solidaridad con los demás procesos de resistencia, debe aprender de ellos; ser, a su vez, modelo a seguir. Debemos comenzar a hablar, no únicamente de Kurdistán, sino también de Chiapas, de Guerrero y Oaxaca, del pueblo Mapuche y de cualquier sociedad que manifieste una opción interesante para combatir al tirano, al poder, a la miseria disfrazada de “progreso” material.

FUENTE: Fabián Serrano / Kurdistán Bucaramanga